Si te hablan sobre el Plan de Acción de la Comunidad Europea para la Movilidad de Estudiantes Universitarios quizá no te suene mucho. Lo de Erasmus (como todo el mundo lo conoce), ya sí que te sonará más. Pues bien, fue con una de sus becas por lo que me presenté en la capital portuguesa en octubre de 2000. La mayoría de la gente no entendía cómo de entre todos los países y ciudades europeas había elegido precisamente esa. Pues no lo sé, de algún modo me atraía la idea de vivir en el país vecino, descubrir lo desconocido de lo que tenemos al lado, disfrutar de aquello que llama menos la atención y sobre todo porque Lisboa, sin saber por qué, me atraía más que ningún otro lugar del mundo. La experiencia resulto ser increíble, y desde entonces, vaya donde vaya, Lisboa viene conmigo. Pero bueno hablemos de la ciudad que mis estudios no le interesan a nadie.
La ciudad desde las alturas
Lisboa es conocida como la ciudad de las siete colinas. Lo mejor es recorrerla a pie y aunque subir y bajar colinas pueda llegar a ser extenuante, la recompensa de las maravillosas vistas es impagable. Desde las más conocidas y visitadas como el mirador de Santa Lucía, hasta las menos transitadas como la del Jardín de Torel, todas ellas y cada una a su manera, nos ofrecen una vista panorámica de la ciudad. Observando la capital desde las alturas descubrimos muchos de sus secretos y tenemos una forma diferente y peculiar de ver lo que la capital portuguesa tiene que ofrecernos.
Si te gustan los museos, sobre todo los que son sin paredes, este es tu lugar. Las calles de Lisboa son un museo al aire libre. En cada rincón, en cada parque o bocacalle encuentro graffitis. Aunque quiera y lo intente es imposible abarcarlos todos, siempre aparecen nuevos en diferentes barrios y la ciudad, lo mismo que su arte callejero, va evolucionado sin pausa. No me hace falta ir al extra radio ya que estas auténticas obras de arte las encuentro incluso dentro del centro histórico de la capital portuguesa. Arte hecho por algunos de los mejores artistas internacionales, incluyendo Momo, Blu, Sam3, Os Gemeos, y Vhils. En Lisboa se pueden encontrar algunas verdaderas joyas.
Arte en el metro
Si las calles de la capital lusitana son un museo al aire libre, bajo tierra encuentro maravillas entre raíles. El Metro de Lisboa es una auténtica galería de arte en un subterráneo. Hay pocos metros en el mundo con tanta belleza como el que encierran las estaciones del metropolitano de Lisboa. Destacan tanto por su singular arquitectura, como por su iluminación y por sus decoraciones artísticas, teniendo siempre en cuenta que el viajero se encuentre cómodo en sus desplazamientos. Encuentro representaciones artísticas desde sus inicios en 1959 en el que lo predominante era el uso de azulejos por parte de Maria Keil. En las últimas décadas, con las ampliaciones y remodelaciones, han sido artistas portugueses mayormente, pero también procedentes de otros lugares del mundo, de diferentes estilos, los que han dejado su obra en el suburbano lisboeta haciendo un auténtico museo bajo tierra. El arte moderno y el azulejo no encuentran mejor unión que en el metro de la capital portuguesa.
Quizá sea el arte lo que más me impresionó en la última visita a Lisboa. Desde que dejé la ciudad allá por 2001 no había vuelto ni un fin de semana. Echaba de menos la ciudad pero por esas cosas que tiene la vida no había tenido la oportunidad del reencuentro. La encuentro cambiada, claro, con tuk tuks como en Tailandia, con muchos chinos (quizá vengan de Macao, quién sabe) que no están de vacaciones sino asentados con sus propios negocios, y con muchos, muchísimos turistas. Muchos más de los que podía haber imaginado. No pasa nada, sigues sintiendo ese aroma especial que desprende Lisboa. Ha cambiado, sí, pero no se lo tienes en cuenta, sigue manteniendo el alma y ese algo que hacen de ella una de las ciudades más fascinante del mundo. Una ciudad con alma de pueblo.
Tranvía, cementerio y otras sorpresas lisboetas
No hay muchas ciudades donde puedas disfrutar del arte en sus calles ni en su metro, o de disfrutar de sus maravillosas vistas desde infinitos miradores. No hay muchas ciudades donde puedas pasar la noche escuchando fado, ya sea en su vertiente profesional (y cara) o en la aficionada y más asequible de los bares de la Alfama, con sus cocineros, camareros o gentes que pasaban por allí y cantaron. En pocas capitales del mundo siguen existiendo barrios en los que los vecinos charlen tranquilamente a la puerta de sus casas. O incluso asen sardinas y las compartan olvidando que al mundo le ha dado por correr e ir a toda velocidad. Difícilmente puede haber una ciudad donde a su cementerio más famoso le llamen Los Placeres (Os Prazeres) y tenga unas vistas impresionantes al Puente 25 de Abril, por si a alguno de los residentes le da por levantar la cabeza y asomarse. Eso sí, si por casualidad buscas alguna tumba de las que aparecen en los libros de Tabucchi, posiblemente te lleves una sorpresa, la única que encontrarás será la suya. Sorpresa te llevas al beber ginjinha. Da gusto encontrarse locales donde sólo se sirve esta bebida; no es que la cerveza o el vino estén malos, pero los puedes encontrar en cualquier lugar del mundo. Belém con sus Jerónimos, su Torre y su centro cultural hacen del barrio un lugar donde pasar tranquilamente la tarde, y si le añades unos pasteis de Belém pues ya ni te cuento. Pocas pastelerías hay tan famosas y concurridas en el mundo como la de Belém. ¿Y poder recorrer la ciudad en tranvía? Eso no tiene precio. Bueno, sí lo tiene y es muy barato. Quien ha dicho que no son cómodos, una cosa es que no tengan butacas y otra que sean incómodos. Y azulejos por toda la ciudad. Y la Feira da Ladra, sin duda uno de los mercadillos más auténticos del mundo donde encontrar gangas a precios irrisorios.
Te pones a hablar y a escribir cosas de Lisboa y difícilmente puedes parar, unos lugares te llevan a otros sin descanso. Y se te olvida comentar que la Alfama es uno de los barrios que más te atraen de los que has visitado, un barrio de esos en los que sin pensártelo dos veces te quedarías a vivir. Que hay un castillo con nombre de San Jorge que ofrece unas vistas de la ciudad maravillosas, sobre todo al atardecer. Y que claro, el río Tajo va marcando el curso de la ciudad y que asomarte a contemplar cómo pasa es quizá la activad gratuita más demandada de Lisboa.
El artículo va terminando y es cuando me doy cuenta que por mucho que escriba o que cuente, hay versos que hablan de Lisboa mucho mejor. Unos versos de Gabriel Sopeña que hace años interpretó Loquillo y que os dejo para vuestro disfrute lector. Si queréis hacerlos sonoros tendréis que buscar por ahí, que lo encontraréis seguro. Quizá con el artículo no, pero después de oír la canción en lo único que podréis pensar es en ir a Lisboa a ver que se cuece por allí.
Lisboa era brisa de Alfama y de mar,
mar como lanzada de sal sin secar.
Lisboa era el mundo, Lisboa era luz
Lisboa era mía, Lisboa eras tú.
Lisboa era un puerto donde yo atraqué,
Lisboa era un sueño dentro del cuartel
que tus labios dulces supieron romper
Lisboa te amaba, como yo te amé.
Derramando besos llegué hasta el final,
donde las palabras no quieren hablar.
Me serví otro trago, y otro trago más:
Lisboa era el paso hacia la eternidad.
Lisboa pedía el poema mejor,
la mirada más tierna, flores, la voz,
la sangre más joven de mi corazón
Lisboa era el tiempo, Lisboa era yo.
Lisboa de barcos, turquesa y hollín;
Lisboa y tu pecho, Lisboa y carmín.
Lisboa era un verso, Lisboa era el sol
Lisboa no tenía herida y lloró.
Derramando besos llegué hasta el final,
donde las palabras no quieren hablar.
Me serví otro trago, y otro trago más:
Lisboa era el paso hacia la eternidad.
Lisboa fue lluvia, tabaco, y canción
Liboa fue como un desgarro de ron
que prendió en la almohada cuando amaneció
Lisboa gritaba cuando dije adiós.
Lisboa me grita diez años después
la voz más amarga, más dura que ayer.
Lisboa me cuenta que te abandoné
y Lisboa te ama como yo te amé.