Dos horas después de aterrizar en Lasa me encontraba de nuevo circunvalando el templo de Jokhang, caminando por la parte antigua de la ciudad junto a cientos de tibetanos. Posiblemente sean las calles de Barkhor el lugar más fascinante y cautivador del mundo. Deambular por el barrio antiguo me provoca una extraña sensación en el cuerpo y en la mente, una emoción a la que los 4000 m de altitud añaden un impacto raro en un cuerpo habituado por años a vivir al nivel del mar. Había imaginado ese momento durante años pero siempre quedaba la duda. Por fin, ese pensamiento se hacía realidad antes de lo que hubiera imaginado. De nuevo estaba paseando por la capital del Tíbet.
Este segundo viaje al Techo del Mundo sería diferente por varios motivos, ni mejor ni peor, simplemente distinto. Esta vez aunque había venido solo, durante dos semanas viajaría y cruzaría montañas, ciudades, aldeas, lagos y campos con Kalsang, quien había sido mi guía cuatro años antes y quien sería mi acompañante de nuevo en este trayecto. Siendo la misma persona, había una gran diferencia: ahora recorría el Tíbet no con un guía, sino con una amiga. Sin lugar a dudas, sin su conocimiento, ayuda y buen humor en todas las circunstancias, el viaje hubiera sido distinto.
Conviviendo con los nómadas
Hay pocos lugares tan mágicos como el Tíbet, seguramente el culpable sea el Himalaya, que confiere a sus gentes y sus territorios un algo especial. Una vez aclimatado a la altitud después de un par de días en la capital, la carretera nos llevó, sin darnos cuenta, a lugares remotos, más rurales, muy diferentes a Lasa. De entre todas las vivencias lejos de la capital, tal vez el momento más especial fuese en el valle de Lhabhu, donde llegamos después de caminar durante horas. Por primera vez tenía la oportunidad de cruzar andando pequeñas aldeas, pero sobre todo, de convivir y conocer nómadas locales. La sonrisa de Tragok, uno de los nómadas con quien convivimos, se ha quedado grabada en mi mente desde ese primer momento. La vida puede resultar bastante dura para las gentes nómadas pero ellos están orgullosos de llevar la suya. Aunque pueda ser más confortable de lo que era las generaciones anteriores, todavía resulta muy dura debido a los fríos extremos durante gran cantidad de meses al año. Compartimos cenas y desayunos, conversaciones y silencios, y durante ese tiempo pude percibir lo contentos que estaban de su forma de vivir, en condiciones en las que la mayoría de la gente consideraríamos precarias y poco saludables. Desde que llegamos a su refugio, nos ofrecieron instalar nuestra tienda al lado suyo y de los yaks, para que estuviéramos más calientes; durante todo el tiempo que pasamos con ellos, las sonrisas no dejaron de lucir en sus rostros.
Dormir en frías montañas, en lugares inhóspitos y remotos, en guest houses o en monasterios, puede que no sea la opción más confortable, pero realmente merece la pena. La vida simple de la mayoría de los tibetanos, su religión, su amor por la naturaleza y la familia, hacen una forma de vida que podríamos considerar anclada en el pasado, ya que poco ha cambiado durante décadas; sin embargo, tal vez sea esa forma de vivir la que tiene más sentido.
En este viaje tuve la oportunidad de conversar (con gestos o palabras) con monjes de los monasterios de Dreprung, Drigung y Retina, y con monjas en los conventos de Chubsang y Tidrum; ser espectador de ceremonias de los monjes de Sera, caminar durante horas con peregrinos alrededor del Palacio de Potala, de los monasterios de Sera y de Pobongka y disfrutar de increíbles montañas durante caminatas alrededor del valle de Lhabhu desde el monasterio de Gadem; abrazar la tranquilidad de los lagos de Yamdrok y Namtso (el cual estaba congelado), envolverme aunque fuera por un par de días en la forma de vida de los nómadas, observar los lugares sagrados en las montañas donde los tibetanos hacen los enterramientos celestiales sagrados, pero sobre todo, ser observador cercano y testigo de una forma de vivir muy particular y de cómo la sonrisa y la alegría sigue en sus caras a pesar de todas las dificultades que han padecido y que siguen padeciendo.
Te das cuenta de cómo los tibetanos tratan de acostumbrarse a los “tiempos modernos”, pero a su propio ritmo, luchando por seguir manteniendo sus tradiciones en este nuevo mundo, siendo testigos de las rápidas transformaciones sociales y culturales; cómo los niños y los abuelos están orgullosos de su tierra y de la gente que habita en ella ahora y durante muchas generaciones antes; de la lucha que han tenido que hacer por sobrevivir y de la lucha que tienen por delante para seguir manteniendo su forma y su visión de la vida. Unas tierras y unas gentes especiales y mágicas que, una vez has conocido, estarán contigo para siempre. Dejar Tíbet atrás es muy duro; se produce una mezcla de satisfacción por haber visitado un lugar muy especial, pero al mismo tiempo, un profundo sentimiento de pena queda en tu mente cuando llega el momento de partir. Mientras espero el embarque, el único pensamiento que recorre mi pensamiento es cuándo podré volver a visitar de nuevo el Techo del Mundo.
3 comentarios
Interesante lo que escribes y envidia que me das. Me gustaría volver al Tibet, a Lhasa, a los monasterios que conocí y a otros muchos lugares que no pude ir.
Estaba bastante prohibido y no había transportes apenas.
Estoy hablando de mi viaje en Julio de 1985. Fui desde Golmud en camión con un chófer tibetano al que logré convencer para que me llevara. 3 días y 2 noches atravesando el altiplano entre hielos y puertos de 5.000 m..
Tenía permiso para ir a Lhasa pero en avión .desde Chengdu..
Concí los monasterios cerca de Lhasa, asistí a un Sky burial y fui a la ciudad monástica de Ganden. Estaba totalmente destruida. Solo había reconstruidos dos templos. Tengo fotos.
Me pregunto si cuando hablas de Gadem es lo mismo que Ganden.
Veo que has seguido mis pasos por muchos ligares, como yo he estado casi 40 años siguiendo los de otros viajeros. No tengo blog pero si buscas en google encontrarás algo sobre mi. Un abrazo..
Hola Francisco. Disculpa la demora en responder, no se qué pudo pasar.
Desde el 85 hasta que fui yo muchas cosas imagino que cambiarían. Por ejemplo a los sky burials. Es imposible, o al menos no está permitido, la asistencia.
Tíbet es de los lugares que más me ha impresionado y donde más a gusto he viajado. Simplemente es fascinante, ojalá pueda volver algún día.
Un abrazo