Hace unos mil quinientos años, en el templo Pars Karyan de Larestan, se encendía una llama que a día de hoy sigue prendida. Un fuego que lleva ardiendo desde el 470AC, momento de su consagración, pero ya no lo hace en Larestan sino en la ciudad de Yazd, en su lugar actual, después de haber realizado un periplo por diferentes lugares. El fuego sigue vivo en el templo de Atashkadeh, templo de fuego más importante de Irán, y donde podemos contemplar el símbolo Fravahar en la fachada del edificio, similar a los se ven también en Persépolis.
La construcción del templo del fuego se fecha a 1934. Fue realizado por arquitectos de Bombay y es similar a los que hay en la India. El edificio está rodeado de un jardín con árboles frutales. El fuego sagrado está detrás de un recinto de cristal y tanto zoroastros como no seguidores de Zaratustra pueden entrar y disfrutar de verlo desde el vestíbulo de entrada. Que se halle en Yazd la llama que lleva 1500 años ardiendo no es casualidad. La ciudad es el último reducto y el más importe de los seguidores del zoroastrismo, religión que ha dejado una gran herencia cultural y patrimonial en Yazd y sus alrededores. Se habla de unos unos 20000 seguidores, aunque posiblemente el número sea más elevado.
Torres del Silencio
No sólo el templo del fuego nos indica la importancia del zoroastrismo en Yazd. Construidos muchos siglos atrás pero en desuso hoy día, encontramos a las afueras de la ciudad las torres del silencio (“dakhmeh”). Cementerios en los que haste hace pocas décadas todavía enterraban a los seguidores de Zaratustra. En lo alto de la torre se colocaban los cadáveres que quedaban a la intemperie a merced de los buitres para que los devoraran. Esto se realizaba para que el cuerpo muerto no contaminase ninguno de los cuatro elementos (fuego, agua, tierra y viento). Una vez los animales realizaban su función, los huesos eran depositados en un pozo especial. Además de las dos torres del silencio, a su vera todavía podemos contemplar otras construcciones que eran utilizadas para alojarse por los asistentes a los funerales. Se trata de una especie de posadas donde los familiares pasaban los días que duraban las ceremonias.
Tras los pasos de Marco Polo
Mientras camino por su laberinto de calles de adobe no imagino que en realidad me encuentro en una ciudad que es un oasis. Oasis que se ha formado en la confluencia de dos desiertos, Dasht-e Kavir y Dasht-e Lut. Lo que si percibo es que me hallo en una ciudad única, especial. Las cúpulas redondeadas y, sobre todo, las torres de viento (bagdir) que se levantan por encima de los tejados, le confieren a Yazd un paisaje urbano pintoresco, de cuento de hadas.
Recorro la parte antigua de una de las ciudades más antiguas de Irán imaginando a Marco Polo haciendo lo mismo. El viajero veneciano por lo visto estuvo en Yazd en 1272. Unas calles que poco han cambiado en los casi 800 años que separan mi visita de la del aventurero, lo que sí ha variado en la ciudad con los siglos es su nombre. Durante el periodo aqueménida se llamó Isatis (“Casa de las cabras salvajes”) y Alejandro Magno la denominó Kaseh (“prisión”). Tuvo otros nombres hasta conservar el definitivo de Yazd. Hay quien sostiene que proviene del rey sasánida Yazdegard I, y los hay que afirman que el nombre de la ciudad tendría su origen en una antigua palabra pahlevi, Yazt, que significaría “oriación”. Cada cual que se quede con la que más le guste. Y si el nombre suscita controversia, lo mismo pasa con el origen de la ciudad. Leyendas y orígenes con seres mitológicos por medio se juntan pero seguramente su origen se remonte a los tiempos del imperio Medo hace unos 3000 años.
Los siglos han pasado y el turismo y los viajes al desierto cercano han ganado en importancia. Una importancia que en tiempos de Marco Polo residía en ser la última ciudad importante antes de adentrarse en el peligroso desierto en la Ruta de la Seda. Era la última parada que realizaban las caravanas antes de tener que enfrentarse a temperaturas infernales, soles abrasadores y bandoleros sin escrúpulos. Hoy sigue siendo lugar de parada y fonda de turistas y viajeros que quieren disfrutar de la ciudad, de sus alrededores o del desierto.
El aire acondicionado más antiguo del mundo
Sin duda lo más llamativo a primera vista de Yazd son sus torres de ventilación. Una verdadera maravilla arquitectónica. Situada en las proximidades del desierto, la ciudad soporta temperaturas elevadísimas durante muchos meses del año. Mediante dichas torres de ventilación, o bagdirs, conectadas a depósitos de agua provenientes y conectados a alguno de los canales subterráneos, qanats, se consigue retener el aire fresco que hace que el agua estancada no se estropee. Al mismo tiempo, el aire expulsado es más fresco que el recibido con lo que podemos hablar de unos aires acondicionados sostenibles. Una ventilación totalmente natural. Sin duda la refrigeración más limpia y ecológica que podemos encontrar.
Será en Yazd en el primer lugar que asista al Zurkaneh y tan impresionado quedé que en mis días por la ciudad fui a ver sus entrenamientos varias veces, muy cerca de la Plaza y del complejo de Amir Chakhmaq. Una plaza en la que destaca imponente y majestuosa la portada revestida de azulejos del edificio Tekieh. Una plaza llena de vida y de visitantes, que se acercan por allí tanto de día como de noche. Uno de los símbolos de Yazd y uno de los lugares más fotografiados.
Visitando los alrededores de Yazd
Aunque pudiera estar una vida disfrutando de Yazd sin tener que salir, por recomendación de la dueña de la casa donde me alojo, me acerco a visitar con Hamid primero Chak Chak, el lugar de peregrinación más importante para los zoroastros. Cuenta la leyenda cómo Nikbanu, hija del último gobernante anterior a la llegada del Islam, se refugió en una pared rocosa que se abrió para darle cobijo. Hay en Chak Chak un manantial con goteo ininterrumpido que según cuentan son los lloros de la montaña en recuerdo de la princesa Nikbanu.
Desde Chak Chak nos acercaríamos a visitar la aldea “fantasma” de Kharanaq, una aldea centenaria abandonada en la actualidad pero que recorro con una curiosidad infinita. Se trata de una aldea de adobe, un lugar pintoresco por el que de ambular imaginando cómo sería la vida de sus habitantes. Una autentica joya de la que disfruto sin más compañía que Hamid. Un pueblo que todavía conserva además de sus casas, la mezquita y un antiguo acueducto a las afueras de la ciudad.
Para terminar el día, me esperaba Meybod. Una ciudad desértica con muchos edificios de adobe con una ciudadela realizada de ladrillos de barro durante diversos periodos de su historia. Subir a lo alto de la fortaleza me ofrece unas magníficas vistas de la ciudad nueva. Se conserva en Meybod una casa de hielo, lugar donde hace siglos lo guardaban en grandes bloques para ser utilizados con posterioridad. Una ciudad llena de historia, con una antigua oficina de correos o postas y un caravasar donde descansaban hace siglos aquellos que por Meybod pasaban antes de continuar camino. Muy cerca, y todavía en perfecto estado aunque no en uso, me espera un palomar que llegó a albergar unas 14000 palomas. Subir a lo alto o contemplarlo desde abajo resulta simplemente impresionante. Con las palomas termina el día por sus alrededores y debo volver a Yazd.
Yazd es una de las ciudades más pintorescas de Irán, y sin duda de las más bonitas y atractivas que se puedan visitar. Su casco antiguo, con sus callejuelas de adobe, está en un estado de conservación magnífico y sigue habitado igual que lo estaba hace cientos de años. Perderse por sus rincones y su laberinto de calles me ofrece esa sensación de viaje del pasado y de viaje al pasado que pocos sitios ofrecen ya. Subir a las azoteas para ver una panorámica de una ciudad única donde contemplar las torres de viento mientras anochece, es de esos momentos que hace que viajar valga mucho la pena.