La Península Ibérica fue el hogar de miles de judíos durante muchos siglos. Sefarad. El pueblo hebreo formaba parte esencial de las poblaciones y de la cultura que configuró el territorio hispano al menos desde la época romana, aunque seguramente desde mucho antes. Con sus costumbres se enriqueció el ámbito cultural allí donde vivieron, dejando una huella enorme que forma parte del legado cultural ibérico, aunque hasta recientemente no se haya querido ver.

En el valle del río Ambroz, al norte de la provincia de Cáceres, se encuentra uno de esos pueblos que mantienen un legado cultural e histórico que nos traslada a tiempos lejanos. Hervás conserva un casco antiguo precioso, y conserva sobre todo una importante memoria sefardí como resultado de la gran colonia judía que vivió en el pueblo en el siglo XV.

«En Hervás, judíos los más»

En su tiempo, Hervás, fue uno de los asentamientos judíos más importantes de España. Todavía hoy conserva los nombres de algunas calles como Sinagoga, Rabilero y Cofradía. Aunque la importancia fue grande, parece que la presencia judía en Hervás se reduce a unos cien años. Presencia que sólo está documentada a partir de 1454, constatando que vivían en el pueblo 45 familias judías y que la sinagoga era propiedad del Rabí Samuel, posiblemente situada en el numero 19 de la calle Rabilero. Judíos que llegarían al pueblo por el clima hostil que había en ciudades como Córdoba, Úbeda y sobre todo Sevilla. Seguramente las revueltas antijudías que se produjeron en dichas ciudades llevaron a los judíos a Hervás, cerca de la frontera con Portugal.

Esta villa serrana del norte de Cáceres conserva en el recuerdo la comunidad hebrea que pobló sus estrechas calles, sus fiestas y en su gastronomía. Judíos que tuvieron que atravesar en innumerables ocasiones la que es considerada la calle más estrecha de España, travesía del Moral. Una calle por la que paso raspando y casi de lado (bien es verdad que flaco, flaco, no estoy).

A la vera del río Ambroz

Ubicada en un lugar privilegiado, a la vera del río Ambroz, sus casas tienen cerca castaños y huertos. Un paraje como pocos para albergar la judería. Una judería que conserva el alma y el aroma de un tiempo remoto. Un orgullo para la localidad y un disfrute para los que por allí nos acercamos. Barrio constituido por callejuelas estrechas y casas con grandes voladizos, balconadas y abundancia de materiales autóctonos, como la madera de castaño (abundante en la zona), extendiéndose desde la Plaza hasta el puente de la Fuente Chiquita.

Recorrer las callejuelas de la parte más baja del pueblo donde se situaba la aljama judía es recorrer no sólo una parte importante de la historia de Hervás sino que es hacerlo por la historia de España. Una historia a la que poco a poco se le va prestando más atención y se le concede la importancia que merece. Calle Rabilero, Sinagoga, del Vado (donde estaba el hospital judío), del Moral, de Abajo, calle de la Cuestecita o la calle de la Amistad Judeo-Cristiana, forman parte del entramado de calles que constituirían la judería de Hervás. Unas calles que nos ofrecen un paseo tranquilo y evocador. El tiempo parece haberse detenido cuando los judíos todavía poblaban las calles de la parte baja de la localidad. Pasear por las calles angostas, contemplar sus casas apelmazadas, sentir los suelos empedrados al caminar, además de ser una gozada, nos traslada al caminar por Hervás a tiempos lejanos.  Pocos pueblos se han conservado como lo hace Hervás.

No sólo de su pasado judío puede presumir el pueblo, también lo hace de su iglesia. En lo alto de lo que fue la judería se ubica la iglesia de Santa María. Se eleva imponente en lo alto del pueblo. Una iglesia que se construyó sobre unos restos celtas y romanos, y donde los templarios levantaron una ermita con una fortaleza a su alrededor en 1186.

Un pasado converso

Los judíos que vivieron en Hervás, y sus descendientes conversos, dejaron una profunda huella en la población. Huella en algunas de sus costumbres, en la comida y en la construcción de sus viviendas y edificios. La fiesta de «Los Conversos» trata de recordar aquel pasado en el festival más importante de Hervás, celebrado cada año a principios de julio para divulgar la historia de uno de los pueblos con más encanto de España. El pueblo acoge durante varios días diferentes actividades como música, gastronomía y sobre todo teatro, para resaltar los años en los que en el pueblo vivían y convivían las comunidades judía y cristiana. Toda la población se involucra en que sea un éxito, dándose especial importancia a aquellos que habitan en la actualidad en lo que fue el barrio judío. Se trata de preservar, defender y mostrar un pasado sefardí del que sentirse orgulloso. Un pasado material pero también inmaterial. Un viaje en el tiempo y en la historia.

Como en otros tantos lugares, tras el decreto de expulsión, los judíos tuvieron que malvender sus propiedades siendo notablemente perjudicados. Algunos, los menos, volvieron en los años posteriores una vez convertidos al cristianismo. Será a partir de entonces cuando la población comenzará a dividirse entre cristianos viejos y cristianos nuevos o conversos. Conversos que no lo tuvieron nada fácil. Como cristianos nuevos sufrían la animadversion de sus vecinos. Un rechazo que quedó patente en las historias inventadas y las leyendas anti judías que se contaban. Después de la conversión de los judíos al cristianismo, el duque de Béjar impuso una ordenanza discriminatoria que entorpeció la asimilación de los cristianos nuevos y la convivencia. Hervás quedó fragmentada. Esta división se prolongará en el tiempo durante siglos y será un factor fundamental en la historia de Hervás.

La leyenda de Maruxa

Una de las leyendas más famosas de Hervás es la de “Maruxa, la judía herrante». Maruxa era una joven muy hermosa cuya belleza era conocida por los judíos del barrio pero también por los cristianos. Julián, un mozo cristiano de buena reputación, se enamoró perdidamente de la muchacha y cada día cabalgaba a sus tierras cruzando la parte baja del pueblo (donde vivía la joven). Julián hacia lo posible por cruzarse con ella y Maruxa se ruborizaba. El amor era palpable. Los jóvenes empezaron a tener encuentros furtivos para dar rienda suelta a su pasión. Encuentros que trataban de hacer lejos de las miradas de los vecinos, muy cerca de la Fuente Chiquita y del parque que cruza el río Ambroz.

Pasado el tiempo, uno de los pretendientes que Maruxa había rechazado descubre a los enamorados y se lo cuenta al padre de Maruxa exagerando la historia. Su padre, rabino intransigente y soberbio, decide mandar a unos muchachos para que acaben con la vida de Julián (otras versiones cuentan que fue el propio progenitor el asesino). Una noche de niebla cerrada, Dimas y otros dos judíos acuden a la Fuente Chiquita y allí descubren a los dos enamorados “queriéndose”. Sin abrir la boca desenvainan sus puñales y acuchillan a Julián, con la mala suerte de que también Maruxa muere. La joven, que había visto que iban a atacar a su enamorado, abrazó a Julián para protegerle con su cuerpo. Los sicarios apuñalan a la pareja cientos de veces hasta que sus cuerpos quedan inmóviles tirados en el suelo rodeados de un charco de sangre. A la mañana siguiente la noticias llegó a todos los rincones del pueblo, sus habitantes quedaron conmocionados pero la justicia nada pudo hacer.

Como suele ocurrir, nadie había visto ni oído nada. Julián quedó enterrado en el cementerio cristiano, pero el padre de Maruxa, considerando que su hija era una deshonra, decide poner sus restos fuera del cementerio judío, en una de las orillas del río Ambroz cerca de la Fuente Chiquita. Desde entonces la leyenda está vigente y el espíritu de la joven muchacha se aparece algunas noches cerca del río y de la fuente, pudiéndose escuchar sus lamentos y suspiros. Mejor no encontrase con el espíritu de Maruxa ya que se dice que ver su alma en pena presagia malos augurios.

«Hervás con sus castañares
recoletos en la falda
de la sierra, que hace espalda
de Castilla, tus telares,
reliquias de economía
medieval, que el siglo abroga,
y en un rincón sinagoga
en que la grey se reunía,
que hoy añora la verdura
de España, la que regara
con su lloro -de él no avara el
Zaguán de Extremadura».

Miguel de Unamuno