Hay países atractivos, interesantes, con historia, con mucha historia, con playas, con montañas, con playas y montañas, con arte, con mucho arte, y luego está Japón. Recorrer sus ciudades y sus pueblos, sus islas y sus bosques, sus calles y sus senderos, es una auténtica delicia. Uno de esos viajes de ensueño que un día se hacen realidad. Poder atravesar el país nipón durante cinco semanas es un regalo de los dioses a los sentidos difícilmente superable. Dioses sintoístas, claro está. Una religión animista que no ha sido freno para la modernización y el desarrollo tecnológico del país del Sol naciente. Hay pocos lugares en los que haya disfrutado tanto como recorriendo Japón.

Sorpresas infinitas

Un país en el que las sorpresas parecen infinitas, sucediéndose una tras otra, y a cada cual más interesante. Quedo con la convención de que si hubiese estado un año recorriendo Nihon (nombre como es conocido por los japoneses), hubiera seguido sorprendiéndome. El choque cultural existe, pero más que un problema es algo muy enriquecedor. Es muy difícil meter la pata con nuestro comportamiento, y si lo hacemos, los japoneses lo entenderán al tratarse de extranjeros. Eso sí, para poder aprovechar y disfrutar mucho más nuestra experiencia nipona conviene leer e instruirse un poco antes de ir. Un pequeño esfuerzo que nos ayudará a apreciar una cultura milenaria mucho más en profundidad. La barrera del idioma en vez de un problema es un aliciente más.

Mezcla de volcanes nevados y playas tropicales, modernas ciudades inmensas con jardines zen, pasado y futuro, y a cualquier hora una exquisita e interminable gastronomía adereza nuestras días por el país. Una delicia. Pocos países hay tan variados geográfica y culturalmente como Japón. A cada instante y en cada lugar me sorprende y estimula los sentidos. Tecnología, historia y cultura van de la mano.

Todavía hoy, aunque en menor medida, se palpan los siglos de aislamiento cultural que tuvo el país nipón. Menos visible, e inexplicable, es la herencia del medio siglo en el que Japón fue un país agresor en los sus soldados cometieron atrocidades. Sea como fuere los japoneses se esfuerzan en que los que nos acercamos a su país disfrutemos de su abundante cultura, que apreciemos sus costumbres, y que nos empapemos de su rica historia. Que disfrutemos de nuestra estancia.

Japón ha cambiado una barbaridad desde que los norteamericanos abrieron el país al mundo a base de cañonazos. Se produjeron miedos, pero también oportunidades para los japoneses que han ido creciendo como país y sociedad de forma increíble. Se han adaptado a los cambios sin perder ni su cultura ancestral ni su identidad. Además, un país que respeta la naturaleza (más de la mitad de su territorio son bosques) y a sus ancianos como lo hace Japón merece toda mi admiración.

Tokio y samurais

Durante mi estancia por Japón pude regresar al tiempo en los que reinaba la dinastía Edo o al periodo Tokugawa, visitando castillos increíbles, mágicos, y barrios donde hace algún tiempo habitaron los samurais. Un viaje por la historia seguido a unos días en una de las capitales más modernas y avanzadas del mundo. Los días en Tokio me perdí por uno de los barrios de libreros más extensos del mundo, donde la gente, sin motivo aparente, además de la lectura, disfruta de comer curry en alguno de muchos restaurantes que lo ofrecen. Pude quedar atónito y estupefacto al entrar en un Cafe de Sirvientas (una de esas experiencias que es difícil explicar) en Akhibara. Quedé alucinado de lo colorido y electrónico de sus barrios más modernos. Transito en todas las direcciones y varias veces el cruce más concurrido el mundo en Shibuya. Asisto a la subasta más grande de atún del mundo en Tsukiji aunque me tenga que levantar a las 2 de la mañana y caminar una hora para llegar hasta allí. Aprovecho el madrugón para desayunar por primera vez en mi vida sushi; nunca antes había comido pescado crudo tan temprano. Me cruzo con luchadores de sumo en el barrio de Ryogoku. Asisto a los entrenamientos y a los torneos de los gigantones luchadores. Visito templos y cementerios. Paseo de día y de noche por Asakusa, donde pernocto en mis días por la capital nipona. Y sobre todo, cosa que me sucederá en el resto del país, me siento como en casa. Una casa que parece irreal por la belleza, la historia y la simpatía de sus gentes.

Ciudades tradicionales

Japón no es sólo Tokio, ni mucho menos. Sus ciudades tradicionales, algunas de ellas deliciosas como Takayama, me atrapan aunque llegue en un día de lluvia, y es que aun lloviendo Japón luce especial. Serán de Takayama muchos de los afamados carpinteros que trabajarían en la construcción de las antiguas capitales de Nara y de Kioto. Será en Takayama donde disfrute del teatro ji-kabuki, un arte japonés que combina la actuación, el baile y la música. Se trata de un arte teatral único en Japón registrado bajo la UNESCO como Patrimonio Histórico Inmaterial, pudiéndose distinguir entre Okabuki (Kabuki profesional) y Jikabuki (aficionado). Visitaré sus encantadores mercados mañaneros, y semanas después, volveré a Takayama para asistir al festival Matsuri, uno de los más bonitos de todo el país. Sin duda Takayama es de esas ciudades especiales en las que te sientes parte de la historia, aunque sea una parte observadora.

No muy lejos de Takayama, me acerco hasta Kanazawa, una de las pocas ciudades en las que todavía te puedes encontrar o asistir a espectáculos de geishas. No es mi caso. No tengo esa suerte. Aun así, disfruto recorriendo los antiguos barrios de geishas y de samurais, y compartiendo tiempo y sonrisas con aquellos que me encuentro mientras paseo y gozo de su parque o jardín Kenrokuen, uno de los más bonitos y visitados de todo Japón. Las flores de los cerezos están empezando a aparecer y su contemplación saca la mejor de las sonrisas y alegrías en los japoneses. Un espectáculo ver los cerezos (sakura) en flor, pero un espectáculo sobre todo ver a la gente tan contenta contemplando los cerezos floridos. Es el hanami o fiesta del cerezo en flor sin duda uno de los pasatiempos, efímeros, de los japoneses. Son bonitos hasta los nombres.

Un pueblo de cuento de hadas

A pocas horas de autobús desde Kanazawa se llega a uno de esos pueblos de cuento. Un pueblo con un encanto especial que ni siquiera los miles de turistas que por allí pasamos conseguimos eliminar. El pueblo histórico de Shirakawago fue declarado, junto con su vecino Gokayama en el Valle del Río Shogawa, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1995. Bordeado por el río Shogawa y rodeado de montañas, Shirakawago es conocido por sus típicas casas gassho-zukuri, casas de techo triangular hecho de paja y muy inclinado para soportar el peso de la abundante nieve que cae en esta zona durante el invierno (algunas con más de 200 años de antigüedad). Su nombre, gassho, se refiere a la imagen de dos manos en oración. Se trata en la actualidad además de residencias, de restaurantes, museos o alojamientos tradicionales. Las casas históricas, las montañas y el paisaje circundante hacen que Shirakawago más que un pueblo parezca un cuento de hadas. Un enclave que ha podido adaptarse a los nuevos tiempos y al mismo tiempo mantener un encanto increíble.

Koyasan, el monte sagrado del budismo

Después recorrer ciudades con historia y pueblos con encanto, decido sentir en primera persona la espiritualidad de Japón para lo que me acerco hasta el Monte Koya, o Koyasan, donde pasaré tres días rodeado de tranquilidad y silencio. Somos muchos los que allí pernoctamos y paseamos, y aun así, una vez llegas la religiosidad se palpa en cada calle, en cada rincón.

Hace 1200 años, un monje llamado Kukai (conocido tras su muerte como Kobo Daishi) fundó un monasterio en el centro de Koyasan para el estudio y la práctica del budismo esotérico. Desde entonces, la zona se ha convertido en un centro de peregrinación sagrada. Un lugar que alberga, además de espiritualidad, monumentos con un valor cultural e histórico de incalculable valor.

La montaña sagrada, envuelta en una misteriosa atmósfera, se encuentra cerca de las antiguas capitales de Kioto y Nara. Hoy es el centro del Budismo Shingon, una de las escuelas budistas más importantes de Japón, donde se mezclan más de cien templos con lugares y edificios de gran importancia cultural, por lo que fue inscrita en la lista de Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO 2004 dentro de los Lugares Sagrados y Rutas de Peregrinación.

Disfruto en Koyasan de uno de los cementerios más fascinante no sólo de Japón, sino del mundo. Un cementerio con más de 200.000 tumbas distribuidas alrededor de árboles y frondosa vegetación. Se trata de un lugar sagrado ya que alberga el mausoleo de Kobo Daishi al que llego por un camino de cedros centenarios. Una auténtica maravilla de la que disfrutar de día, pero sobre todo con la tranquilidad y el silencio de la noche.

No hay mejor manera de deleitarse en Koyasan que una estancia en un templo. Más de cincuenta templos, o shukubo, ofrecen alojamiento a los visitantes que lo deseen. Inicialmente un alojamiento básico pensado para los monjes, hoy día disponible para cualquiera que quiera disfrutar imitando la vida de los monjes aunque sea sólo por un breve periodo de tiempo, incluyendo el deleite del Shojin Ryori, la popular comida vegetariana para budistas en Japón.

La religión es un tema importante para los japoneses. Les gusta creer y rezar. No sólo hay seguidores budistas, sino sintoístas, cristianos o confucianos. Un caso curioso es que en Japón hay más creyentes que personas, debido a que muchas personas se consideran seguidores de más de una religión sin ningún tipo de problema o conflicto.

Tras unos días de tranquilidad y religiosidad, el viaje continuará hacia el sur. Osaka me pilla de paso y no le presto quizá la atención que merece. Aun así puedo admirar su castillo y su dinamismo. Es Osaka de esas ciudades internacionales que transmiten energía.

Vergüenza para la humanidad

Uno de los momentos más emotivos que siento recorriendo Japón es sin duda las visitas a Hiroshima y Nagasaki. Visita a uno de los lugares en donde se produjeron, quizá, los episodios más oscuros de la historia de la humanidad.

A las 8:15 am del 6 de agosto de 1945, la primera bomba atómica en el mundo explotó sobre la ciudad de Hiroshima, una ciudad de alrededor de 350.000 personas donde murieron aproximadamente 80.000. Muchos miles más meses y años después. A las 11:02 del 9 de agosto de 1945, una segunda bomba atómica explotó sobre Nagasaki y en pocos minutos redujo la ciudad a ruinas. Una ciudad de alrededor de 263.000 personas, donde alrededor de 60.000 murieron. Muchos miles más meses y años después.

En pocos segundos, dos ciudades se redujeron a escombros. En pocos minutos, las vidas de cientos de miles de familias estarían marcadas para siempre. En un instante, la humanidad cometió uno de esos actos de los que avergonzarse eternamente. Al parecer, eran dos días normales de verano, pero dos días de verano normales que demostraban lo cruel que los humanos podemos llegar a ser. Dos días de verano que prueban el disparate de las guerras. Dos días de verano normales que muestran el sufrimiento de la gente normal que se levanta un día, no para disfrutar de un día de verano, sino para ver el horror de frente.

Hasta la fecha, han sido las únicas dos bombas nucleares jamás lanzadas. Little Boy y Fat Man, los nombres de las bombas, estarán siempre ligados a las ciudades japonesas. Hiroshima y Nagasaki son indudablemente uno de los episodios más oscuros de la historia de la humanidad.

Kioto y las geishas

Si visitar Hiroshima y Nagasaki es sobrecogedor, encontrarse con una geisha en Kioto es una experiencia indescriptible. Uno de esos momentos que por sí mismos merecen un viaje a Japón.

Qué decir de Kioto que no esté ya dicho. Me enamoré de la ciudad en mi primera visita a la ciudad en 2012. Tiene todo lo que podía imaginar y me pareció la ciudad más hermosa del mundo. Me sorprendió el patrimonio cultural que dejaron los 1000 años de historia siendo capital imperial. Un patrimonio inabarcable de tantos lugares que hay en Kioto para disfrutar. Hablamos de una ciudad con miles de templos y santuarios, jardines, pagodas, palacios e incluso un castillo, eso sí, el menos «castillo» de todo el país. Una ciudad que además de contar  con 14 enclaves Patrimonio Mundial de la UNESCO  es el lugar donde nacieron la ceremonia del té y el arreglo de flores como arte.

Kioto cautiva por su intrigante bosque de bambú, por sus templos de oro, por Kiyomizu-dera y Ginkaku-ji, por el castillo de Niko, por el cautivador distrito de Gion, por el santuario sintoísta más famoso del país, Fushimi-Inari, y por innumerables lugares. Pero sin duda la ciudad más cautivadora del mundo lo es por las geishas. Tener la oportunidad de verlas caminando fugazmente por alguna de sus calles (muy complicado hoy en día) hace que te alegre el día, pero si encima tengo la suerte de poder hablar y compartir tiempo con ellas, entonces la experiencia es inolvidable. Es acercarse a un mundo hasta hace poco desconocido y misterioso.

Con los años ha ido cambiando pero las geishas siguen disfrutando de un gran reconocimiento social. Un mundo secreto años atrás que ahora se está abriendo lentamente al mundo. En estos días, incluso los extranjeros podemos disfrutar de la compañía de geishas en nuestras comidas o cenas, cosa impensable hace solamente alguna década. Eso sí, una compañía que sigue estando al alcance de muy pocos bolsillos.

El mundo de las geishas ha sido un mundo enigmático que ha llevado a malentendidos. Las geishas no son prostitutas como algunas personas todavía podrían creer. Muy al contrario, las geishas son mujeres de entretenimiento con altas habilidades artísticas y sociales que se contratan para entretener y animar algunos actos sociales en Japón.

Con sus elegantes vestidos bailando, las maiko y geiko (como son conocidas las geishas en Kioto) son una de las imágenes icónicas de Kioto y de Japón. Mujeres que han fascinado a la gente durante siglos con su arte y entretenimiento. Hoy en día las geiko y maiko deben dominar no sólo en el arte del baile, del canto y los instrumentos musicales, sino también la ceremonia del té y los arreglos florales.

Las geisha son una maravilla, una gozada para los sentidos. Sólo por ellas ya merece, y mucho, visitar el país nipón. Hubiera pasado meses, e incluso años, en Kioto, pero debo seguir camino. El norte me espera.

La tranquila Hokkaido

Uno de los motivos del viaje a Japón era conocer a los Ainu. Para ello debo acercarme hasta Hokkaido, la segunda isla más grande del país y que ha sido sinónimo de naturaleza salvaje. Debido a mi dependencia de los transportes públicos, la naturaleza no la disfruto todo lo que quisiera, pero sí las ciudades y pueblos, curiosos y atractivos por igual. Sigo en Japón pero la sensación es diferente a los otros lugares que he visitado.

Hakodate es mi primera parada. El frío corta mi cara por momentos, y la tranquilidad y trazado de sus calles me recuerdan a Fargo, quizá no tenga nada que ver y sólo sea el frío y la nieve, pero a mi me lo parece. Se trata de uno de los puertos que abrió Japón tras la “diplomacia del cañonazo” americana de mediados del siglo XIX. Además de con Estados Unidos, poco a poco se firmaron acuerdos comerciales con otros países lo que hace que la ciudad luzca una arquitectura especial, única en Japón. Los antiguos consulados, las mansiones o las iglesias, le confieren a Hakodate un aire europeo que no se respira en ninguna otra ciudad japonesa. Es un placer poder recorrer la ciudad a pie. Aunque hace frío, el sol me permite disfrutar de los paseos ministras contemplo su arquitectura y sus mercados, sus cementerios y su puerto, y me acerco hasta un parque donde los monos disfrutan en el agua igual que lo hacemos los humanos, sino más.

Aunque Hakodate es mi puerta de entrada a Hokkaido, en mis (pocos) días por la isla me acerco hasta la portuaria Otaru, un bonito pueblo costero en el que destacan sun preciosos edificios alrededor del puerto, muchos de ellos antiguos almacenes hoy destinados a zonas comerciales. Me acerco hasta el que me comentan es uno de los pueblos más bonitos de Japón, Furano. No puedo confirmarlo porque las horas que paso allí la nieva no cesa de caer. El blanco cubre calles y edificios y la visión es prácticamente nula. Se intuye su atractivo pero la naturaleza estaba ocupada con sus cosas; puedo disfrutar de la belleza de la nieve pero no de la del pueblo. Recorro de día y de noche las calles de Sapporo, la capital, una ciudad cosmopolita y moderna, en la que se palpa en su trazado la ayuda americana en su construcción.

Los Ainu, un grupo (prácticamente) desconocido

Para terminar mis días por Hokkaido me acerco hasta Shiraoi, lugar en el que han recreado un pueblo ainu y donde muestran su historia y su cultura. Los ainu («humano» en su idioma) es un grupo étnico de Japón prácticamente desconocido, e incluso los japoneses no saben mucho sobre ellos. La mayoría viven en la isla de Hokkaido y debido a la integración y mezcla, actualmente sólo hay unos pocos miles (24.000 según datos del gobierno en 2006). Es muy difícil encontrar familias enteras que hablen el idioma aunque parece que se están haciendo esfuerzos por recuperarlo e incluso llevarlo a la universidad.

Su historia es en gran parte desconocida por la falta de documentos escritos. La cultura y el folklore han ido pasando de generación a generación ​​de boca a boca. Podría ser en el siglo XIII cuando se establecieron en Hokkaido. Su cultura comenzó a estar en peligro después de que muchos japoneses comenzaron a trasladarse a las tierras de los ainu en el siglo XVIII, y especialmente desde 1869, cuando sufren discriminación (lo que lleva a un descenso en su número), prohibiéndoles incluso utilizar su propio idioma, practicar sus rituales, adorar la naturaleza o incluso cazar osos. Se trata de un grupo que vivía en unión con la naturaleza, y mediante la danza y las canciones existían en armonía con ella y con los dioses. Unas danzas tradicionales que son un «activo cultural intangible”.

En los últimos años están tratando de impulsar y revitalizar la cultura indígena ainu, mostrando sus danzas tradicionales, la artesanía, la literatura oral, así como su filosofía y forma de vida. Existen varios proyectos destinados a mostrar su cultura, pero al mismo tiempo siguen sufriendo las consecuencias de la represión y la discriminación de los últimos siglos.

Pensando en los pueblos que han sido, y que siguen siendo, marginados, discriminados y maltratados en el mundo, voy en el tren que me llevará de nuevo a Tokio. Ciudad que será comienzo y final del trayecto por Japón.

Un país inabarcable

Como decía, Japón es inabarcable. Me dejo ciudades, pueblos e islas sin describir como Naoshima dedicada por completo al arte y donde encuentro coloridas calabazas gigantes, o Hashima, la isla fantasma con forma de barco acorazado, o el Tori de Miyajima, uno de los lugares más fotografiados de todo Japón. Por no hablar de Nara, antigua capital de Japón en el siglo VIII, una época en la que la ciudad creció y fue el foco principal de la cultura japonesa. Sus templos y palacios, aun conservados, nos ofrecen un patrimonio cultural fantástico. Se trata de algunos de los templos de madera más antiguos del mundo. El enorme parque de Nara se hizo en 1880 y es donde están los principales monumentos. Lo más sorprendente cuando visitamos el parque son los ciervos que caminan libremente por el parque. Hay más de 1000 y se consideran mensajeros de Dios de los sintoístas y el símbolo de la ciudad.

No soy justo dejando de hablar de muchos otros lugares que, por una razón u otra, me enamoraron como me enamoró Japón, pero es imposible en tan poco espacio. Imagino además otros paisajes y enclaves que no pude visitar y que hacen que quede pendiente una nueva aventura por tierras niponas. Siempre es bueno dejar cosas que visitar para un futuro viaje. Sorpresas que hacen del país nipón una infinita maravilla en la que apetece quedarse para siempre. Una vez visitas Japón ya nada es lo mismo. Sabes que hay un país que ofrece todo aquello que ni siquiera habías podido imaginar. Japón más que bonito, es IMPRESIONANTE.