Siguiendo la vajra que había lanzado después de matar varios dragones en China, llegó a recogerla hasta el Monte Koya japonés , o Koyasan como es popularmente conocido. Al menos eso es lo que cuenta la leyenda sobre Kobo Daishi o Kukai, personaje más influyente del budismo japonés. Filósofo, ingeniero, poeta, y según algunos (esto parece menos probable) el creador de los silabarios japoneses de hiragana y hatakana.
Koyasan es el más popular de los retiros de montaña budistas de Japón. Era 816 y Kukai, fundador de la escuela budista Shingon, establecía en el lugar el primer seminario. Situado en una montaña a más de 1000 metros de altitud de difícil acceso, su fundador buscaba (y aquí lo encontró) una atmósfera mágica. Poco a poco se convirtió en la ciudad-templo que conocemos hoy. Lugar sólo para monjes y hombres hasta hace relativamente poco ya que las mujeres tuvieron prohibido el acceso hasta finales del siglo XIX.
Una ciudad-templo dedicada al budismo
Situado en la prefectura de Wakayama, no muy lejos de Osaka y de Kioto, Koyasan es una ciudad-templo dedicada al budismo y el centro del budismo shingon. Envuelta en una misteriosa atmósfera, se trata de un lugar de recogimiento para muchos religiosos, aunque también recibe la visita de curiosos turistas, y sobre todo, de peregrinos. Se trata del punto de salida y llegada de la peregrinación de los 88 templos de Shikoku, una de las rutas de peregrinación más importantes del mundo. Me quedé con las ganas de caminar durante los alrededor de 50 días que se necesitan para completarlo pero el ver la cara de satisfacción de los peregrinos (quienes visten sombrero y traje tradicional) que terminaban la ruta (no muchos) hace que se haya quedado en mi mente como plan para el futuro.
Aunque ha habido varios incendios, todavía se conservan edificios del siglo XII (los más antiguos de Koyasan), y los que se han reconstruido siguen manteniendo un ambiente especial. Templos, pagodas, mausoleos y demás edificios, otorgan al Monte Koya un entorno único. Un lugar sereno y sagrado en el que la tranquilidad se palpa de noche (no hay ruidos que interrumpan el descanso) pero también de día, aunque la afluencia de visitantes sea masiva. El lugar atrapa al turista hasta hacerle participe de la serenidad y del silencio. Uno de los lugares más atractivos y visitados de Japón pero que sigue manteniendo un remanso sosiego religioso que se siente en el ambiente.
Conviviendo con los monjes
Para poder disfrutar de la magia del lugar decido pernoctar dos noches. Una de las experiencias de Koyasan es poder dormir en un shukubo, o posada-templo, en el que convivir con los monjes. Se distribuyen por Koyasan más de cien templos, de los cuales unos 50 admiten a los visitantes que quieran alojarse o realizar alguna de las actividades que ofrecen. Es la mejor forma de hacerse un poco a la idea de cómo viven los monjes, de sus actividades diarias y, sobre todo, de ver en primera persona y de cerca su día a día.
A primera hora de la mañana, antes del amanecer, me uno a la ceremonia de los cantos-rezos de los monjes, y asisto al Gomataki o ceremonia del fuego. Se cree que el fuego consagrado tiene un poderoso efecto de limpieza espiritual y psicológica. Ritual que se realiza con el propósito de destruir energías, pensamientos y deseos negativos, además de para hacer peticiones y bendiciones seculares. Siento que me encuentro en un lugar diferente. Un sitio especial, y especial es también la comida que ofrecen en los templos. Se trata del Shojinryori, una comida totalmente vegetariana en el que no tienen cabida ni la carne ni el pescado, pero tampoco alimentos excitantes como el ajo o la cebolla.
El lugar se ha convertido en un centro de peregrinación sagrada, donde encontramos monumentos de un valor cultural e histórico incalculable. Además, varias rutas de peregrinación bordean Koyasan y la conectan con el mundo exterior. La mayoría de visitantes lo hacemos a través del teleférico pero muchos senderos utilizados en la antigüedad todavía existen y son transitados por miles de peregrinos que prefieren la forma tradicional de alcanzar Koyasan.
Aunque hasta finales del siglo XIX no podían visitar Koysan, las mujeres sí que podían visitar el mausoleo de Kukai. Para solidarizarme con ellas e imitarlas, decido llegar hasta el mausoleo siguiendo la ruta de peregrinación que hacían ellas hasta 1872, comenzando en el templo de Nyonindo y llegando hasta el cementerio de Okunoin. Se trata de unos siete quilómetros que me llevan al que quizá sea el cementerio más fascinado de todos los que he visitado.
(Posiblemente) el cementerio más bonito del mundo
Cruzo el puente Ichi Hashi pasando del mundo de los vivos al de los muertos. Imito, por un acto reflejo, a los fieles que lo cruzan antes que yo, junto mis manos y me inclino como símbolo de respeto hacia Kukai. Acabo de entrar en un cementerio que más bien parece una ciudad por su gran tamaño. Uno de esos lugares que te atrapan en cuanto penetras en ellos.
Llama la atención, sobre todo si es la primera vez que se visita un cementerio en Japón, los baberos rojos que lucen algunas de las estatuas. Se trata de los Jizo, representaciones del bodhisattva Jizo Bosatsu, guardian de los viajeros, de los niños y de la maternidad, por lo que se les ofrecen gorros y bufandas para cubrirse del frío, y baberos para no mancharse al comer las ofrendas. Se trata de uno de los bodhisattva más queridos de todo Japón.
El cementerio Okunoin, el más grande del país, es uno de los más fascinantes del mundo, con más de 200.000 tumbas alrededor de los árboles y de la vegetación. Se trata además de un lugar sagrado, ya que alberga el mausoleo de Kobo Daishi, el cual se alcanza transitando un camino de cedros centenarios. Una auténtica maravilla de la que disfrutar de día, pero sobre todo con la tranquilidad y el silencio de la noche. Pasear por el camposanto es una experiencia en si misma. Perderse por las tumbas cubiertas de musgo ofrece al curioso caminante un paisaje muy emotivo. Cae la noche y se produce un momento mágico, la tenue iluminación y la solemnidad del silencio nocturno confiere a Okunoin una atmósfera especial, acogedora, que te atrapa y envuelve. Aquí no hay sentimientos tétricos ni miedos como en la oscuridad de otros cementerios. Aquí sólo se respira tranquilidad. Acercarse hasta el mausoleo de Kobo Daishi, donde se supone que está en eterna meditación, entre cientos de lámparas en el silencio de la noche, es una de esas experiencias que no se olvidan fácilmente.
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