Me habían hablado del bofetón que te llevas los primeros momentos en la India. Me habían contado que era diferente a cualquier sitio que hubiera visitado. Había oído que no podría soportar la miseria que encuentras en cada esquina. Había leído que tuviera cuidado con los engaños. Había escuchado que muchos de los que visitan la India se ponen enfermos, mayoritariamente por la comida o la bebida. Pero lo que más me habían dicho es que la India es un país fascinante. Y ese país que había estado olvidado en mi mente como destino, pasa, por cosas de birli birloque, a ser mi próximo viaje. Y no se muy bien por qué pero no a cualquier parte de la India, sino al Rajastán.
Nada de lo que había imaginado, o me habían contado, o había visto u oído se afirma, en mi caso, cuando llego al Rajastán. Quizá el yoga, la espiritualidad, el buenrollismo o quizá fueran algunos chapas, no se bien el qué, pero mentalmente había estado alejado de la India hasta este viaje. No me llamaba la atención para nada, sin embargo, me engancha desde el primer momento, casi desde que aterrizo. Serán los colores, o las miradas, los vestidos, los turbantes o los edificios, o las calles a veces sucias, a veces destartaladas, casi siempre ambas cosas a la vez; o será que como descubriría más adelante según fuese transcurriendo el viaje, el Rajastán, no se bien por qué, pero me recuerda a la Castilla que te vio nacer y crecer.
¿Taj Mahal? En otro momento
Después de indagar un poco sobre la región lo primero que decido es que mis escasas dos semanas no dan para mucho así que dejaré para otro momento la visita a Agra y a su famoso Taj Majal. Me hago un pequeño esquema y una vez llego a Jaipur, comienzo el viaje por la India. El bofetón no ha sido casi nada comparado con lo que me habían dicho. Hay mucha miseria, si, pero lo que más sufro en las primeras horas es ese sentimiento de parecer un dólar andante, un comprador de lo que sea en potencia, yo que no compro nada más que comida y bebida. Y claro, no puedo dejar de pensar, mientras intento pasar desapercibido de los tenderos coñazo, en la espiritualidad de la India que me habían contado. Esa sensación no dura mucho, y a las pocas horas ya me he acostumbrado. Me he acostumbrado a que no veré a la gente meditando por las calles ni haciendo yoga sino que, a la que te descuides, habrá alguien que intente convertir el dolar andante que eres, en unas pocas rupias. Así, por la noche ya me han engañado en uno de los museos oficiales de Jaipur, he caminado con las vacas por las calles destartaladas y sucias, he aguantado los primeros vendedores pesados, y me he tragado una visita a un mercado donde venden las cosas un ¡¡¡30 por ciento!!! más baratas que en el resto de la ciudad (allí no pagan impuestos te dice el avispado tuktukero y por eso es tan barato…). Menos mal que no soy de comprar y que tengo mucha paciencia. Pues una vez pagado el peaje durante esas primeras horas, ya solo queda disfrutar de la tierra de los reyes.
Un disfrute para los sentidos
No diré que es el sitio más bonito del mundo porque eso no existe, pero en el Rajastán los sentidos disfrutan las 24 horas del día. Todos los sentidos y todo el tiempo. Viaje intenso como pocos. En Jaipur, recién llegado y paseando por su parte antigua y sus mercados, me siento como en casa. La gente me acepta como si viviera allí y noto que las sonrisas son sinceras. Menos las de los pesados, que los hay, no hay que olvidarlo, pero que son la minoría. Me pierdo y me encuentro, me cruzo con camellos circulando al lado de coches, motos y camiones, charlo con tenderos y clientes, me sonríen y sonrío, descanso a probar su exquisita comida y al final del día vuelvo al hostal. Como primer día no ha estado mal. De esos días tan intensos que parece que tu llegada a la ciudad fue hace muchísimo tiempo y no simplemente horas.
El viaje por el Rajastán me llevará a visitar los lugares más populares y también otros menos conocidos, que como casi siempre, serán los que más disfrutaré. Viaje que haré en compañía de Vijay, quien será mi conductor durante mi estancia en la India. Visito el Fuerte Amber casi al amanecer cuando todavía no han abierto. Un lugar impresionante, pero los elefantes cargando turistas me dan un poco de pena, no se les ve muy contentos aunque si muy acicalados. Visito Jaigarh Fort, mucho menos transitado pero también espectacular. Y comienzo la andadura por las carreteras. Llego hasta Pushkar, donde disfruto de la tranquilidad y de su lago, de su comida vegetariana y de su misticismo. Quizá Pushkar en algunos momentos y lugares, si que pueda recordarme a algo de lo que me habían contado de la India espiritual. Recorro sus calles, con niños alegres, gentes afables, urinarios en las paredes, santones, imitadores de santones, puestos de comida, templos y tiendas. Me siento bien en Pushkar, transmite un algo que hace que esté a gusto. Me lo habían recomendado y bien que habían hecho. Lo marco como destino de varios días para la próxima vez ya que este viaje iría un poco rápido y no lo disfrutaría como se merece. Paso una mañana a la cercana Ajmer, ciudad sagrada y que es el centro de peregrinaje de los musulmanes sufíes. Si Pushkar podría representar lo “espiritual” que había odio de la India, en Ajmer me ocurre lo contrario. Es la única vez durante todo el viaje que me siento débil. La calle que lleva al santuario Khwaja Moinuddin Chishti está abarrotada, llena de gentes que se acercan a rezar, pero llena también de gentes sin brazos, sin piernas, arrastrándose por el suelo, mutilados suplicando comida o dinero, ciegos pidiendo limosna, tullidos, esqueléticos. Oigo decir que son trabajadores del pedir, que trabajan para otros. Se que nada puedo hacer pero sentirme mal por la suerte que he tenido en la vida, tampoco es la solución ni ayuda en nada. Esa calle sería más que un bofetón, una patada en el estómago. No duro mucho y vuelvo al sosiego y al recogimiento de Pushkar. Y a mirar el lago que se convertiría en mi mayor pasatiempo en los días que allí pasé.
Bundi, la joya (prácticamente) desconocida
Continuamos camino a la mañana siguiente, paramos a comer, pero sobre todo descanso bebiendo tes masala en chiringuitos de carretera elegidos por Vijay (desde entonces una de mis bebidas preferidas). Me enseñan un colegio, hacemos un alto en el fuerte de Chittagor, y disfruto conversando y fotografiando a chicas que pintan sus manos de henna y que quieren saber cómo se vive fuera de su país. Y seguimos camino, disfrutando de la carretera y de los paisajes. Cuando puede claro. Circular por el Rajastán es diferente a hacerlo por cualquier otro sitio, no sólo porque las normas de circulación parecen ser diferentes, sino porque vas encontrando muchos animales muertos en las cunetas. Perros, gatos y vacas forman parte del paisaje. Y deja un poco mal cuerpo.
Pensando en lo bonito y lo duro que es el país, bebiendo más tés masala y charlando con Vijay, llegamos hasta Bundi. Y será Bundi donde mejor me encuentre de todo el viaje. Un sitio pequeño que nadie me había recomendado pero en el que se está más que agusto. Los pesados son tan pocos que intento recordar y no me viene a la memoria nadie que me diera el coñazo mientras por allí estuve. El fuerte y el palacio son espectaculares, sus mercados coloridos, y sus gentes muy cordiales y agradables. Los sitios con menos visitantes suelen ser más cálidos con quien por allí se acerca, y se agradece. Al igual que se agradecen las bandas de música que tocan por la calle en las celebraciones de bodas. Y en Bundi en esos dos días se celebraron varias.
Dejo atrás Bundi y Udaipur será mi proximo destino, con su lago y sus palacios, para seguir hasta Jodhpur con su majestuoso fuerte, sus calles azules y sus callejones que me llevan a perderte una y otra vez. Visito de camino a Jaisalmer un templo dedicado a una moto (no creo que exista cosa igual en ninguna otra parte) y a su conductor. Pero lo que de verdad me impresiona es el espectacular templo jainita de mármol de Ranakpur, quizá uno de los más bonitos que haya visto. Bien merece una visita y una visita pausada antes de continuar camino a Jaisalmer, donde me quedo impresionado con su fuerte de arena casi en medio del desierto del Thar. Y como el Thar está al lado, aprovecho a pasar una noche en sus dunas de fina arena, escuchando canciones de gentes para las que el desierto es su casa, lo mismo que lo ha sido para sus anteriores generaciones. Me tumbo a ver las estrellas y escuchando el silencio de la noche y me siento como en el salón de casa y me quedo dormido sobre la arena bajo el cielo estrellado. Por la mañana al despertar me doy cuenta de que el viaje va llegando a su fin. Que volveré lo andado, recorreré una vez más las animadas calles de Jodhpur e iré camino a Jaipur desde donde sale mi vuelo de regreso.
Nada de lo que me habían dicho se corresponde con lo que encontré en el Rajastán. Pocos sitios hay que se puedan explicar pero ninguno como la India. Hay que ir y vivirlo, de poco sirve que te lo cuenten ya que cada uno ve y siente el cuento de una forma diferente. Lo que es seguro, que por alguna o por miles de razones, el Rajastán y la India no te dejarán indiferente.