Llega la Semana Santa y existe una costumbre en León que es tomar limonadas diciendo que se “va a matar judíos”. La expresión parece proceder de los tiempos en que los judíos moraban en la ciudad y en los que al llegar el Viernes Santo los curas en sus iglesias proclamaban incendiarios sermones en contra su contra. Los discursos provocaban exaltación en la gente que salía a vengar a Cristo en sus vecinos judíos, pero éstos precavidos, llegadas esas fechas, abandonaban sus residencias y los alterados se conformaban con beber limonadas gritando que “mataban un judío”. Otros comentan que aun siendo esos días de abstinencia, se permitía la bebida de limonada (vino rebajado) para que así la población se envalentonase y el ataque a los judíos fuera más violento. Quien sabe si esa leyenda, o cualquier otra, es verdadera, el caso es que la expresión existe y pone a las claras como la convivencia de los judíos con las comunidades cristianas no fue siempre placentera y ni muchos menos tranquila.

Sigue habiendo interrogantes sobre la ubicación de sus lugares más emblemáticos, pero lo que parece confirmado es que la judería de León se situaría entre lo que actualmente es la Plaza Mayor, la plaza de Santa Ana y la del Grano. Después de muchos siglos, tras la expulsión de los judíos de la ciudad, todavía hoy, quizá con más ahínco, se están estudiando y descubriendo restos de construcciones relacionadas con su comunidad, como pueden ser pasajes o bodegas. Todo este legado se encuentra en lo que fue la nueva judería, en el emplazamiento que se les buscó a finales de siglo XII cuando en 1196, Puente Castro (lugar donde se hallaba la judería hasta entonces y denominado en la época Castro de los judíos), fue arrasado.

Recorro las calles donde habitaron los judíos. Las he transitado por la mañana pero al atardecer y cuando cae la noche, esas mismas calles adquieren un misterio que de día se pierde. Con la falta de luz es mucho más fácil trasladarse a los años en que los judíos iban por la calle Misericordia para acercarse hasta la sinagoga. O imaginar a las familias que habitaban en la calle Mulhacín o a aquellos que trabajaban en la calle de los Herreros, calles en las que todavía hoy podemos apreciar en su fachada como eras las viviendas en la época medieval. Y aunque no la visitasen para el rezo, es de suponer que los judíos transitarían alrededor de la imponente catedral leonesa, edificada entre los siglos XIII y XV.

Después de recorrer la ciudad hay un lugar en el que me paro largo rato. Sin motivo aparente en el Prado de los Judíos (emplazamiento del que fuera cementerio judío) me quedo contemplando, sin contemplar, y meditando, sin meditar. Imagino a las familias llevando a sus difuntos para el descanso eterno y no puedo sino quedarme inmóvil. En silencio. Sin nadie a mi alrededor y apenas sin luz, el lugar se convierte en un remanso de paz y tranquilidad.  Cementerio que estaba situado en tiempos fuera de los muros de la ciudad, pero que con las ampliaciones urbanísticas posteriores fue invadido.

Se piensa, o se trata de afirmar, que la convivencia entre judíos y cristianos fue buena a excepción de los momentos más delicados. Épocas en que se arrasaban las juderías. No siempre fue así. A parte de los años clave en la represión y asesinato de judíos, el resto del tiempo la convivencia tampoco fue ni fácil ni placentera. Ni en León ni en casi ninguna de las ciudades españolas en las que habitaban judíos. Llegadas las crisis económicas y cuando las epidemias asoman, todas las miradas se dirigen a ellos, culpándoles tanto de unas como de las otras. Se pasa de la tolerancia al recelo en un instante. Echar la culpa al otro siempre ha sido uno de los deportes preferidos en España.

La comunidad judía en muchas ocasiones se convirtió en el chivo expiatorio de los problemas no solo en la ciudad de León sino en todo el territorio, y se les achacaban los problemas económicos, las hambrunas y las pestes. Estamos en el siglo XIV y España sufre una crisis socioeconómica, de la cual algunos clérigos (y algunos nobles para poder cancelar importantes deudas que tuviesen contraídas) culpan en sus sermones a los judíos. Así en 1449 se produce el peor de los ataques a la judería, perpetrado por los hermanos Pedro y Suero de Quiñones con la ayuda de Lope Rodríguez de la Rúa (enemigos del rey), quienes contaron con el apoyo de la población provocando una gran cantidad de heridos y unos daños irreparables (no se tiene constancia de muertos pero pudiera haberlos habido), tanto físicos como psíquicos. Los cabecillas habían buscado la colaboración de cristianos que en muchas ocasiones eran vecinos de aquellos a los que atacaron.

En León los judíos podían ejercer variadas actividades profesionales (no sólo prestamistas o recaudadores de impuestos como muchas veces se cree), con sus derechos y obligaciones igual que sus vecinos cristianos. Que los judíos eran prestamistas y usureros es cierto y sabido, pero lo que menos se sabe es que en número mayor eran comerciantes, curtidores, peleteros, carpinteros, tintoreros u orfebres, entre otros oficios. Una vez llegado el siglo XIV estos derechos fueron menguando y se fueron limitando dando libertad para que se produjesen ataques y saqueos en la judería lo que hizo que la población judía poco a poco fuese abandonando la ciudad y fuese decreciendo.

A pesar de los problemas que pudieron encontrar los judíos, bien es cierto que durante siglos habitaron en la ciudad y fueron parte importante de su desarrollo económico y cultural. Tan es así que a día de hoy y después de más de cinco siglos de haber sido expulsado, la judería sigue siendo un enclave muy importante en la ciudad de León. Posiblemente nunca se encuentre la Sinagoga Mayor o restos de ellas (ni de ningún otro edificio de importancia para la comunidad judía), pero parece ser que se hallaba en lo que es la actual calle Misericordia, en lo que es actualmente el popular Barrio Húmedo.

Muchas de las personas que disfrutan de los deliciosos vinos y la rica gastronomía leonesa en la infinidad de locales en el Barrio Humedo quizá desconozcan que en esas mismas calles de este recinto gastronómico habitaron judíos hace bastantes siglos. Lo mismo que en la Plaza de San Martín donde seguramente tuvieran sus comercios. Recorro el lugar en busca de su pasado y en busca de los ricos caldos y manjares leones. Las callejas, callejuelas, plazas y plazuelas tienen vida propia con sus comercios y bares, y tienen un pasado gremial que nos recuerdan sus nombres. Zapaterías o Platerías son buenos ejemplos.

En la actualidad los nombres de las calles donde se situaba la aljama de León están recuperando sus antiguos nombres, nombres que una vez fueron expulsados los judíos del país, habían mudado a otros más cristianos. Así las calles como Misericordia o Santa Cruz, quizá vuelvan a ser nombradas como lo eran hace siglos por la comunidad judía. Incluso puede que una calle lleve el nombre de alguno de sus personajes más ilustres. León fue cuna de insignes judíos como el caso de Moisés de León, nacido en 1240, y quien posiblemente sea la figura más reconocida, siendo el autor del Libro del Zohar (Libro del Esplendor), una de las obras más importantes de la cabalística de Sefarad.

La expulsión decretada por los Reyes Católicos en 1492 tampoco ayudó en nada a los que decidieron quedarse convirtiéndose al cristianismo. La sospecha de que seguían judaizando nunca abandonó a los que se quedaron en la ciudad. Supongo que algunos con razones para dicha sospecha y otros sin motivo alguno. El diferente nunca nos ha gustado, y quizá nos guste menos ese diferente si encima quiere parecerse a nosotros. En esto pienso en un lugar que de noche es mágico. Magia de la que no pudieron disfrutar los judíos ya que para cuando el hostal San Marcos fue construido, los judíos ya habían sido expulsados de lo que fue durante siglos su hogar y su ciudad.