En los márgenes del río Varosa nacen los alisos. Un árbol a simple vista igual a muchos otros y sin embargo especial. Con sus trozos de madera los artesanos de Lazarim crean auténticas obras de arte: las máscaras del entroido. Uno de los tesoros portugueses. 

Nuevos tiempos, viejos ritos

La freguesía de Lazarim se encuentra situada entre montañas en el concejo de Lamego, en el norte de Portugal. Bañada por aguas que luego irán al Duero, está prácticamente aislada, sólo accesible por la carretera que va de Lamego a Tarouca. Una tierra tradicionalmente de labradores y ganaderos, quienes en la actualidad compaginan sus labores del campo con otros oficios. 

La dureza de la vida rural, la evolución económica y la falta de oportunidades provocó, al igual que en otras zonas del país, la emigración de una importante parte de la población. A pesar de la despoblación no se perdió el gran patrimonio cultural que atesora el pueblo, del cual su entroido es el máximo exponente. Encontramos en el carnaval, y en sus rituales de máscaras, las raíces más profundas de Lazarim. 

En la actualidad somos muchos los que nos acercamos hasta Lazarim a disfrutar de su entroido pero no siempre fue así. Los fotógrafos, escritores, turistas o estudiosos de las tradiciones hemos aparecido en las últimas décadas. Unos visitantes que han ayudado a otorgarle una dimensión internacional a la fiesta. 

La forma de celebrar el entroido ha ido evolucionando a lo largo de los años. Se ha ido adaptando a los tiempos. La vida en el campo ahora no es igual a como era hace cincuenta años, produciéndose en las últimas décadas grandes  cambios socioeconómicos. Las condiciones de vida han mudado y la forma de vivir se ha transformado. Unos cambios que también ha sufrido el entroido, teniendo actualmente una función más lúdica y cultural.

Uno de los cambios más significativos los vemos en los participantes del entroido. Hoy día muchos de los caretos ya no viven en Lazarim, sino que cada año durante esos días vuelven a su querido pueblo a participar de las celebraciones. Muchos de los enmascarados puede que sólo pasen juntos el tiempo que dura el carnaval, ya que una vez terminado vuelven a sus lugares de residencia. Una emigración que ha traído consigo, en parte, la pérdida del sentimiento de complicidad que hay entre aquellas personas que pasan el año entero juntas.

Estamos ante nuevas situaciones sociales y económicas, nuevos deseos, nuevos visitantes, nuevas épocas, que  conllevan un nuevo entroido. Ni más ni menos auténtico, ni más ni menos atractivo, simplemente un entroido de su tiempo. Es ley de vida. 

Los días de entroido en Lazarim

El entroido es el orgullo de Lazarim. Una aldea de poco más de 500 habitantes ve cómo durante esos días llegan gentes de todo el mundo. El interés por su cultura se ha vuelto internacional, y la difusión de sus máscaras llega hasta la otra punta del planeta, facilitado en los últimos años por las redes sociales. 

Los visitantes durante los días de entroido suponen una inyección no sólo económica sino de autoestima de la identidad local. El entroido coloca a Lazarim en el mapa del mundo. Como comenta Dulce Simóes en sus estudio sobre el carnaval de Lazarim, “la divulgación de la fiesta, sobre todo en los medios de comunicación, sirve para reforzar la identidad colectiva, proyectando al mundo la comunidad local”.

La afluencia de gente se palpa en la tensión de los preparativos de los días previos a las fiestas. Es sábado y se percibe en la villa un ajetreo, un constante ir y venir. Las celebraciones son inminentes y hay que dejar todo listo. Un trajín que es también visible en los artesanos de Lazarim. Tienen que tener terminadas las máscaras de este año para el desfile del Martes Gordo de carnaval, y todavía faltan retoques por hacer. 

El lunes por la mañana subo a ver a Manuel, uno de los artesanos y a quien nunca agradeceré lo bastante su ayuda desde antes de llegar, y durante mis días por Lazarim. Me explica, y muestra, en su taller cómo trabaja las máscaras, su pasión por el entroido y cómo durante esos días no tiene tiempo para nada (además de artesano es uno de los caretos más activos e involucrados). Asimismo, me indica dónde puedo encontrar los talleres de otros artesanos. Como todavía es pronto, bajo hasta el pueblo a encontrarme con José Cabral primero,  y más tarde con Adão de Castro, quienes a pesar del trabajo pendiente, me atienden con suma amabilidad, me enseñan el lugar donde realizan las máscaras y me comentan cómo las trabajan.

Figura fundamental entre los artesanos, Afonso Castro fue una de las personas clave en la revitalización del entroido durante los años 80. Responsable de que las máscaras sin pintar (símbolo actual del carnaval de Lazarim) se popularizasen. Considerado un maestro en la construcción de máscaras y una referencia en la cual mirarse. Sin duda símbolo, y personaje de referencia del entroido de Lazarim. 

Los artesanos y las máscaras

En la actualidad hay alrededor de unos 15 artesanos que realizan las máscaras, algunos de ellos durante la mayor parte del año, otros sólo esporádicamente. Cada uno de ellos plasma en los trozos de madera un universo propio y particular. En algunos casos figuras enigmáticas, de romanos, de reyes con corona, en otros casos religiosas o con formas de animales, y en muchas ocasiones brujas y demonios con cuernos puntiagudos. Un diablo que hace  acto de presencia de forma constante en el entroido de Lazarim.

Para la realización de las máscaras se utiliza el aliso ya que se  trata de una madera blanda, manejable y que absorbe mucha agua. Además es una madera que no desprende olor, lo que facilita que se pueda llevar puesta durante horas. Un trabajo que los artesanos realizan con instrumentos propios de carpinteros cuando la madera está aun verde para poder trabajarla mejor, después el riesgo de que se parta es muy alto. 

Dentellada a dentellada, los artesanos van creando las nuevas mascaras que saldrán el Martes Gordo en el desfile (entre 30 y 50 dependiendo del año). Un trabajo detallista, minucioso, al que dedican una ingente cantidad de horas y días.

Una máscara que además de su valor artístico y cultural otorga poderes a quien la lleva. Durante el tiempo del entroido, aquellos que portan las máscaras dejan de ser ellos, pierden su identidad para pasar a ser otro. Se convierten en alguien alejado de las leyes que rigen durante el resto del año. Un privilegio que les permite hacer durante esos días lo que no pueden hacer normalmente. Un poder que, como dicen, tal vez no provenga de Dios sino del diablo.

Me comenta Nuno, uno de los organizadores del entroido y quien responde con entusiasmo las miles de preguntas que le hago, que el traje que llevan los caretos debe ser hecho (en principio) con elementos de la naturaleza como hierbas secas, pajas u hojas, y que eran adornados con trapos, serpientes o lagartos. En la mano algunos llevan una vara, que nos transporta al mundo rural, y que les sirve para defender su anonimato y castigar a aquellos que quieran profanar la máscara. Un ropaje que junto a las asombrosas máscaras hacen a los caretos de Lazarim inconfundibles, peculiares y característicos. 

Orígenes y mudanzas del entroido

Las máscaras han sido un elemento que ha acompañado a la humanidad casi desde sus inicios. Se han realizado en todas las partes del mundo. Se trata de un objeto simbólico que va más allá de su forma y que posee elementos culturales y mágicos.

Al igual que otras fiestas de carnaval, su origen, aunque desconocido, posiblemente se remonte hasta la antigüedad. Tienen relación con cultos paganos remotos en los que la agricultura marcaba el calendario. Cultos que ayudaban a la fertilización de la tierra, a la vuelta a la vida tras el duro y frío invierno, o a festejar la llegada de la primavera. Las celebraciones irían cambiando a lo largo de los siglos adquiriendo importancia la liturgia cristiana. Parece ser que ante la imposibilidad de eliminar estas fiestas, la iglesia decidió mediar intentando influir en ellas. 

Es sobre todo en la zona de Tras Os Montes, zona rural y religiosa, donde en Portugal la tradición de las máscaras ha llegado hasta nuestros días con mayor fuerza. A partir de La Revolución de los Claveles de 1974 se produce una expansión tras años de prohibiciones, y de emigración del campo a la ciudad. El entroido gana nueva dimensión. Además aprovecha la “necesidad” de las personas de la ciudad y de los estudiosos por buscar las raíces, lo auténtico y lo original en rural. El entroido de Lazarim y sus máscaras ofrecen todo eso. 

No siempre fue fácil la celebración del entroido en Lazarim. Durante el Estado Nuevo se prohibieron los testamentos y llevar máscaras. Nada nuevo, la iglesia a lo largo de los siglos nunca gustó demasiado de esta fiesta pagana, ni de las críticas, ni de no tener el control sobre todo. Hubo casos de personas que se rebelaron, se pusieron las máscaras y terminaron en prisión. Por lo visto, uno de ellos fue el propio Afonso Castro en los años 50.

Los tiempos cambian y los caretos también lo han hecho. En la actualidad son mucho más tranquilos y comedidos, los excesos son prácticamente inexistentes y su conducta es ejemplar. Su antiguo comportamiento, un tanto conflictivo en ocasiones, ha dejado paso a uno más tranquilo en el que interactúan de forma amable con los visitantes.

Las sociedades rurales actuales nada tienen que ver con las de hace algunas décadas.  La resolución de conflictos y aquellas experiencias que sólo se producían durante esos días, ahora acontecen durante todo el año. Por otra parte,  las mujeres fueron adquiriendo derechos, impensables hace unos años, y hoy llevan la máscara igual que los hombres. El conflicto entre sexos ha ido difuminándose, reflejándose en el entroido de Lazarim.

Martes Gordo en Lazarim: concurso y testamento

Para aprender sobre las máscaras y sus tradiciones, desde 2016 podemos visitar el Centro Interpretación de la Máscara Ibérica. Construido en el antiguo solar de los Vizcondes de Lazarim, se trata de un espacio cultural con diferentes salas en las que se exhiben máscaras tanto de Portugal como de España (una dedicada exclusivamente a las de Lazarim). Unas tradiciones ancestrales con muchos puntos en común a ambos lados de la frontera.

Van pasando los días, más deprisa de lo que me gustaría, y llega el Martes Gordo, momento en el que se producen los dos acontecimientos más esperados por todos. Por una parte, la lectura de los testamentos, y por otra el concurso de máscaras. Es el momento de las sorpresas, de retirarse la máscara y, además de felicitar a los ganadores, descubrir quién es quién.

Sin duda el concurso es de gran importancia, pero con lo que de verdad disfrutan los lazarenses es con la lectura de los testamentos de comadre y compadre. Chicos y chicas (solteros) han realizado con esmero y picardía unos textos y unas rimas en los que intentarán hacer burla, mofarse, del sexo opuesto. Se apuntan defectos y cuentan historias secretas para avergonzar a los otros. Todo con un lenguaje explícito, sátiro, que recalca los vicios, y no sólo, de aquellos más jóvenes delante de cientos de personas  que escuchan con asombro entre risas. Unas palabrotas que no parecen tal en Lazarim, y que son el gozo de los presentes.


Puede que no sea literatura refinada, pero los testamentos, con su lenguaje característico, son una de las señas de identidad del entroido de Lazarim. Unos chascarrillos que quizá en otro lugar produjesen vergüenza, pero en Lazarim han sido la tónica durante décadas y es lo más normal del mundo. Nadie se siente ni ofendido ni insultado. Para hacer borrón y cuenta nueva, una vez terminados los testamentos, dos muñecos (uno de cada sexo) son quemados.

Comer y beber para despedir el entroido

Los días en que se celebran la transición del invierno a la primavera, el paso a la nueva vida después de la muerte, de lo viejo a lo nuevo, el ciclo de renovación tanto en la naturaleza como en lo social, en que se mudan los papeles y las jerarquías se igualan, van llegando a su fin. Unos días en los que la vida no ha seguido su curso normal. En unas horas la gente volverá a sus quehaceres diarios y lo acontecido en el entroido pasará a ser un recuerdo.

Han terminado los testamentos, el concurso de máscaras, se han quemado los muñecos, y es el momento de comer, de beber y de juntarse los de fuera con los del pueblo. Se ha hecho de noche y para matar el frío nada mejor que una feijoada y el tradicional caldo de farinha que han cocinado en calderos de hierro en fuegos de leña en diferentes lugares del pueblo. Si el carnaval se trata de una renovación social, no hay mejor forma de pasar página que comiendo y bebiendo.

Había llegado el momento de volver a casa. De llevarme conmigo un pedacito de uno de los entroidos más genuinos del mundo. Marcho pensando en lo bien que me han tratado en Lazarim, en lo bonito que es viajar y descubrir, en lo agradable que es dejarte sorprender disfrutando de los pueblos y sus gentes. Y mientras pienso en todo ello me viene a la mente una frase de Vergílio Ferreira que leí en las paredes del CIMI y con la que no puedo estar más de acuerdo, “que idea esa de que en el carnaval la gente se enmascara, en el carnaval la gente se desenmascara”.