Quien sabe por qué, o al menos no me lo explico muy bien, pero nunca había sentido mucho interés por Canarias. Lo había imaginado como el paraíso de las pulseras turísticas del todo incluido. Lo imaginaba lleno de jubilados del Norte de Europa a un lado, y a los nietos de los mismos, borrachos, al otro. Nunca había sentido curiosidad, no ya por visitar las islas, sino por indagar a ver qué es lo que por allí había. Y como las cosas siempre suceden por casualidad, Lanzarote sería mi toma de contacto. Y vaya forma de comenzar las visitas a las Canarias. Mi hermano y su familia me invitaron a pasar con ellos unos días por la isla volcánica y a decir verdad, quedé encantado, impresionado e incluso un poco enamorado. No de la familia de mi hermano, que ya lo estaba, sino de Lanzarote. El por qué de ese amor es fácil de explicar.

Andar o simplemente estar por Lanzarote es hacerlo por España, pero también por África. Es estar en la tierra pero andando por Marte. Es estar en suelo firme pero rodeado de agua. Es imaginar que te quedas allí a vivir para siempre y gustarte la idea. Tan obvio debe ser que incluso mi sobrina comentó que de mayor, ella quería ir a vivir a Lanzarote y que quien quisiera tendría que acercase por allí para verla. Si con ocho años lo tienes tan claro alguna razón de peso habrá.

Entre África y Marte

Lanzarote es simplemente increíble. Increíble es el Timanfaya y su parque que te trasladan a Marte aunque sea en autobús. E increíble es comerte un pollo cocinado con el fuego de un volcán. Increíble es que puedan hacer vino con viñedos en tierras volcánicas. Increíble no, pero si espectacular, son sus miradores, en especial el mirador del Río. Más que increíble, alucinantes son los Jameos del Agua situados en un túnel volcánico y donde habita una especie de cangrejo única y endémica. Y el Charco Verde, verde de verdad y como de otro planeta. Evocadores sus pueblos de pescadores. Bulliciosos y turísticos sus mercados. Y suena a tópico, lo sé, pero mucho más que sabrosas son sus comidas tanto las más como las menos típicas. Los Hervideros son otra cosa, un lugar acantilado y lleno de cuevas formadas por erupciones volcánicas esculpidas por la erosión. Si el día es propicio podrás ver cómo el mar bate con virulencia. El agua hierve y golpea las cuevas de forma salvaje, y una vez el agua ha golpeado, forma nubes de agua de una belleza incomparable.

La huella de César Manrique

El único chasco que te llevas en Lanzarote viene provocado por tu ignorancia, una vez más. Resulta que el autor de “Las coplas a la muerte de su padre” no es quién ha dejado su impronta en muchos de los lugares mágicos que puedes ver y disfrutar por la isla. Ni siquiera es familia. Resulta que el noble y famoso poeta del siglo XV nada tiene que ver con este Manrique. Resulta que el poeta era Jorge y no César, como el artista de Lanzarote (escultor, pintor y arquitecto). Sin duda la isla luciría muy distinta sin sus geniales obras. Será por sus obras o no, pero resulta que esta tierra volcánica fue la elegida por Saramago para pasar sus días después del enfado con su tierra patria (concretamente casi dos décadas). Si la premio nobel Sara Mago eligió Lanzarote para vivir por algo será.

Bien pudiera ser porque Lanzarote es de esos lugares increíbles que terminas por creerte al poco tiempo de pisar sus tierras. Lugares escogidos, señalados y llenos de autenticidad. Lugares que desde el primer momento te cautivan. Lugares a los que sabes que antes o después volverás. De esos lugares que cómo le pasó al escritor te gustaría habitar y disfrutar con pausa.