Bécquer no era idiota ni Machado un ganapán
y por los dos sabrás
que el olvido del amor se cura en soledad,
se cura en soledad.
A la ribera del Duero
existe una ciudad.
A la ribera del Duero
mi amor te espero.

Cantaban hace algunos años Gabinete Caligari sobre la ciudad castellana. Han pasado los años y todavía son muchos los que ignoran que existe una ciudad única. Una ciudad a la que la gente no le apetece ir. No se pondrá de moda como se pusieron Hawai, Bombay, los paraísos, Londres o Nueva York en su época. Pero una ciudad donde vivieron Antonio Machado, Gustavo Adolfo Bécquer y Gerardo Diego no es cualquier cosa. Si tres poetas la habitaron y amaron por algo será. Soria, la gran olvidada.

Llegas a Paris y te hacen sentir que tú no eres parisino, que no perteneces a la ciudad del Sena. Llegas a Soria y pasa algo parecido, notas que ni eres soriano ni lo serás nunca, pero aquí, al contrario que en la capital francesa, no importa, las horas o los días que pases por la ciudad serás uno más y no te sentirás extraño. Soria acoge como pocos lugares lo hacen.

Deslumbrados por maravillas lejanas, gentes que viven a pocos quilómetros se pierden el encanto soriano, su patrimonio, su magnífica normalidad, no sólo ya en la capital, sino en toda la provincia. Un lugar donde todo es para todos. No hay restaurantes para turistas, ni colas en los monumentos, ni gangas ni timos que comprar, ni adquirir algo local hecho para turistas que llevarte a casa. Bueno sí, su mantequilla y sus torreznos, pero iguales a los que los sorianos consumen, nada especial para el visitante.

Una ciudad recogida como hay pocas, y cálida a pesar del frío del termómetro, hace que te sientas en casa desde el momento de tu llegada. No eres soriano pero sientes por un tiempo que lo fueras. Es lo que tienen las ciudades que no son pretenciosas (que las hay). Lo primero que visito y me sorprende es el claustro de San Juan de Duero, a la orilla del río del mismo nombre. Río Duero, no San Juan, puntualizo. Construido entre los siglos XII y XIII, fue el antiguo Monasterio Hospitalario de San Juan de Jerusalén y tiene un claustro románico de lo más singular donde se mezclan estilos e influencias. Continúo mi camino a la orilla del Duero entre árboles y agua, y mientras imagino cómo sería la vida en época de los Hospitalarios, llego hasta la ermita de San Saturio, otro de los iconos de la ciudad, donde se unen arte y naturaleza como en pocos lugares lo hace, y donde encontramos su ermita rupestre habitada en el siglo VI por el noble Saturio, según nos cuenta la leyenda.

No sólo se trata del antiguo monasterio hospitalario o de San Saturio, sino que Soria está llena de joyas arquitectónicas como sus iglesias de Santo Domingo (actual Convento de las Clarisas), la iglesia de San Juan de Rabanera o la ermita del Mirón, en la que además de la posibilidad de rezar también disfrutamos una de las mejores vistas panorámicas de la ciudad. Contemplo en los paseos sorianos las estatuas que adornan sus calles, e incluso me acerco al casino, no a jugar, sino a a ver alguna de sus exposiciones y a tomarme algo. Y a la hora de tomar no puedo dejar de probar, una y otra vez, los torreznos más sabrosos del mundo. No hay otros iguales. Aunque no ofrezca torreznos, en Soria te puedes tomar un vino, o dos, o los que cada uno quiera en un bar de los de toda la vida. La taberna Lázaro Perez es uno de esos lugares que se han detenido en el tiempo. Un bar con historia de los que ya no quedan por las ciudades. Una taberna que ha pasado de generación en generación y donde tratan al cliente no como si fuese de la familia, porque no lo somos, pero sí con muchísimo cariño. No es fácil llevar más de cien años en el negocio y que la gente siga hablando bien de ti.

Una vez vista y paseada la ciudad, por esas cosas de las aventuras, me apetece rememorar las andanzas de Rodrigo Díaz de Vivar y recorrer el camino transitado por él. Por Soria pasa el “Camino del Cid” y no deja indiferente. Ya sean pequeños pueblos semi abandonados, como Navapalos, con su atalaya musulmana del siglo XI, fortalezas impresionantes como las de San Esteban de Gormaz, castillos como el de Berlanga de Duero, o catedrales como la que hallarás en el Burgo de Osma, el camino nos ofrece unos lugares sorianos con mucho encanto.

A escasos kilómetros de la capital se halla Numancia, donde podremos imaginar cómo fue la resistencia de sus habitantes durante más de 20 años al invasor romano. Y no mucho más lejos sus fabulosos espacios naturales de la Sierra de Urbión, la Laguna Negra o el Cañón del Río Lobos. Visitas que requieren de mucha pausa para su disfrute y de las que hablaremos en otra ocasión.

Soria, según me cuentan los más antiguos de lugar, se va apagando poco a poco. La juventud emigra en busca de oportunidades que la ciudad no les puede ofrecer, y la gente mayor rememora lo que fue y lo que ya nunca volverá a ser. Una pena que Castilla y sus ciudades vayan consumiéndose lentamente. Un lástima que ciudades como Soria no estén en la mente de la mayoría de turistas y viajeros. Una pena para Soria pero también para todos nosotros. Siempre que algo se pierde perdemos todos. Pero mientras ese momento llega, Soria sigue ahí aunque no lo parezca. Soria existe y resiste con mucha entereza y con muchísimo encanto. Quién sabe si quizá algún día les de por volver a los poetas.