Un día me levanto con ganas de aventuras, siento que deseo viajar en el tiempo y rememorar vidas de héroes pasados, cojo la bicicleta, porque caballo no tengo, y decido recorrer la parte del Destierro del Camino del Cid. Ruta que toma el Cantar de mio Cid como eje principal, pero al que se le añaden otros pueblos y parajes ligados de una u otra forma al personaje, además de localidades medievales dignas de ser visitadas. Todos estos lugares, con sus mitos y leyendas, forman una ruta histórica y literaria difícilmente superable en belleza.

Me acerco hasta Vivar del Cid (a pocos quilómetros de Burgos), tierra del Campeador, y comienza un viaje que me llevará hasta Atienza, en la provincia de Guadalajara. Ante mí, el paisaje castellano con sus historias y leyendas que guiarán el camino. El Destierro que se transita en el Camino del Cid, además de abarcar la primera parte del poema, añade otras como la Afrenta de Corpes, desarrollada en la tercera, y algunos pueblos medievales, por los que se supone que no transitó El Cid, pero que si hubiera ido al destierro en nuestros días, seguro no hubiera dejado de visitar.

Recorrer Castilla es como volver atrás en el tiempo, acercarse al medievo sólo con salir unos quilómetros de nuestros lugares de residencia, y transitar por algunas de las zonas con menor densidad de población de toda Europa. La parte del Destierro que transita por las provincias de Burgos, Soria y Guadalajara, nos ofrece sin pausa campos infinitos, castillos, monasterios (como el de San Pedro de Cardeña, uno de los lugares principales del Cantar), fortalezas, iglesias (incluso visigodas), ruinas romanas y pueblos semi-abandonados que se van sucediendo ante los ojos del viajero. Se impregna el camino de percepciones agradables, pero con un poso de melancolía: la belleza de los parajes va acompañada de una sensación de abandono de  tierras impresionantes, dejadas de la mano de Dios (y de la voluntad de las administraciones). Las gentes que decidieron quedarse, agradecen tu visita y se muestran orgullosas de pertenecer a esta tierra, a una tierra que siglos atrás era de vital importancia y que ha dejado poso en sus habitantes. Habitantes conocedores del pasado y  resignados a un presente que confirma una despoblación que no hace más que aumentar.

Pueblos, ruinas romanas, castillos y leyendas

El recorrido es un descubrimiento continuo de pueblos poco conocidos como Covarrubias, con su característica arquitectura castellana, sus soportales de madera e historias de la princesa noruega que habitó sus tierras y que descansa en la impresionante colegiata. Pasear por Covarrubias me trae a la memoria a Doña Sancha, a Fernán González, a Doña Urraca… historias perdidas en el tiempo, pero que se sienten vivas por sus calles. Continúo camino por tierras burgalesas y, aunque el Cid no debió transitar por esos lugares, si hiciese hoy el camino, se hubiera parado a contemplar las espectaculares ruinas romanas de Clunia (unas de las más importantes de la Hispania romana), y, cómo no, a disfrutar del castillo, de la iglesia y del palacio de Avellaneda en Peñaranda de Duero; allí se puede visitar además una botica del siglo XVII que sigue funcionando en la actualidad, regentada por la misma familia.

Sigo pedaleando y, sin darme cuenta, cambio de provincia. Burgos queda atrás y Soria está esperando a ser disfrutada, no sólo por mis ojos, sino por todos los sentidos. Así llego a Castillejo de Robledo, el pueblo que más me sorprenda de la ruta. Poco sabía, e impresionado quedo cuando observo su castillo templario, en ruinas pero con mucho encanto; su iglesia del siglo XI, con connotaciones del paso de los caballeros del temple por el pueblo; y su escuela, recreando una de la España de los años 50, en la que me encuentro con Sigifredo, alumno de la misma en el año 57, y quien me enseñará el cuaderno que usaba hace más de medio siglo. Pensaba que poco había que hacer en Castillejo, y resulta que no me quisiera marchar para poder disfrutarlo más tiempo. Pero sigo camino, claro. Mi próxima parada será Berlanga de Duero, donde me sorprende un mercado medieval, simulando cómo serían los mercados de la época, con productos artesanales y tradicionales, y espectáculos que recrean los que se celebraban en la Edad Media. Mercado rodeado de un imponente castillo, de iglesias y de restaurantes que ofrecen unos asados de lo más sabrosos. Con esa imagen parto de nuevo. Transito hacia mi siguiente parada y fonda, en el Burgo de Osma, donde quedo fascinado con sus ruinas romanas, su castillo, sus murallas y su catedral.

Va quedando poco del camino y Soria en breve serán recuerdos. Una de las cosas más interesantes del Camino es transitar por carreteras secundarias, como las que me llevan hasta Atienza en Guadalajara. El Cid no paró a dormir en “la peña fuerte” pero yo decido quedarme a pasar la noche, para así poder disfrutar mejor de Atienza y sus encantos, como su fortaleza, sus museos y sus calles medievales; una verdadera maravilla.

Quizá los lugares más populares de esta primera parte del Camino del Cid sean por un lado Burgos, con su impresionante catedral (que no vio El Cid ya que no estaba construida por aquel entonces), su castillo o una estatua que homenajea al héroe. Por otro lado, Santo Domingo de Silos, que entre El Cid en la Edad Media y los exitosos discos del Canto Gregoriano del siglo XX, han convertido al monasterio, una joya del románico, en uno de los lugares más conocidos de toda Europa.

Lugares menos conocidos

Y si el Camino nos acerca a pueblos y lugares con una gran historia poco conocidos, y también nos lleva a otros más conocidos por la mayoría, lo que hace especial el trayecto, es transitar por esos pueblos en los que nadie repara. Muchos me los dejaré en el tintero porque es imposible describir todos y cada uno de ellos. Pero pueblos como Navapalos en Soria (con su atalaya musulmana que vio al Cid pasar allá por el siglo XI), en el que cuatro sufridas personas tratan de que vuelva a tener vida después de estar abandonado; o San Esteban de Gormaz, con sus importantes iglesias románicas; o Gormaz con su impresionante fortaleza califal. Quintanilla de las Viñas con su ermita visigoda. Langa de Duero, que muestra orgullosa su atalaya, único resto del castillo y que se puede divisar a una gran distancia; o el monasterio medio en ruinas de San Pedro de Arlanza del siglo XI, a orillas del río Hortiguela, de gran relevancia en la época pero que representa la decadencia de la Castilla actual.

Incluso hoy, siendo fácilmente accesibles, estas tierras parecen estar ocultas a los ojos del viajero o turista. Castilla se percibe abandonada y dejada a su suerte. Sus pueblos medievales, sus paisajes infinitos impregnados de tranquilidad y sus gentes, las pocas que quedan, tratan de continuar con su rutina, aunque sea cada vez más complicado.

Las Tierras de Frontera esperan por mi, pero hago un alto en el camino y seguiré los pasos del Cid cualquier otro día.