Oviedo, donde Woody enloqueció
Un grupo de monjes se estableció en la colina de Oveto a finales del siglo VIII y con ellos arrancaría la historia de la ciudad de Oviedo. Tiempo después sería elegida por Alfonso II como capital del Reino de Asturias con lo que se engalanó de iglesias, palacios y obras civiles hasta que a comienzos del siglo X perdió la capitalidad. Sería Alfono VI de gran importancia para el desarrollo de la ciudad al hacer de la visita a la Catedral de San Salvadior una parada y visita obligatoria para los peregrinos que por allí pasaban, y años más tarde el obispo Pelayo fomentó el renacimiento cultural (y con él el económico) de Oviedo.
Cuando Fernando III en el siglo XIII unifica las coronas de los Reinos de León y de Castilla es cuando los judíos comienzan a aparecer como comunidad organizada e importante en Oviedo. Es en esta época y debido al desarrollo económico y demográfico de la ciudad, en gran parte motivado por el peregrinaje a Santiago de Compostela (además del peregrinaje a San Salvador en el mismo Oviedo), cuando los judíos cobran importancia como comunidad en la ciudad. Posiblemente los judíos vieron este desarrollo y la oportunidad de prosperar al amparo de dicho desarrollo.
Poco a poco el número de judíos fue en aumento. En principio no tenían ninguna limitación de movimientos pero si que se les exigía que su residencia estuviera intramuros. Encuentro en mi caminar por Oviedo placas conmemorativas del paso de la comunidad judía por Oviedo. Así, veo como en la plaza Porlier se situaba una de las puertas del castillo que cerraba la judería. Han confirmado también que la actual plaza Juan XXIII sería otro de los límites de la judería. Parece ser que los huesos de la comunidad descansaban en lo que en la actualidad es el teatro Campoamor, apuesto que los difuntos no ven mal el nuevo uso que le han dado a lo que fue su zona de descanso eterno.
De todas las juderías españolas quizá sea Oviedo la que menos memoria material conserva pero sin embargo la memoria espiritual está latente. Camino por calles y lugares que transitaron los judíos más de 500 años atrás. Calles que no conservan el mismo empedrado y que tienen edificios de reciente construcción pero el lugar es el mismo. Y de todas las juderías es de las pocas que tiene una sinagoga en funcionamiento. Abierta en 1999, la sinagoga de Oviedo (conocida como La Casina) da servicio a más de cien personas y sirve como lugar de culto y oración además de ser un centro cultural muy activo. En medio de bares y sidrerías encontramos un lugar de culto judío que al pasar frente a él posiblemente no reconozcamos como tal. No hay mejor manera de conservar la memoria que haciéndola presente.
No muy lejos de la sinagoga y en pocos minutos me acerco hasta la actual plaza de Trascorrales, una plaza en la que algunos historiadores sitúan una parte del barrio judío, en concreto donde se situarían las carnicerías necesarias de la comunidad judía para poder comprar carne kosher. Imaginando un día cualquiera en la carnicería del barrio judío camino hasta la plaza de Porlier, es allí donde se situaba una de las puertas que daban acceso a la ciudad intramuros y que servía de entrada al barrio de los judíos, siendo con bastante certeza el lugar donde más asentada estaba la comunidad judía, que al igual que en muchas otras ciudades, se situaba cerca de la catedral y de las casas y palacios de los nobles.
En la plaza Juan XXIII se encontraba otra de las puertas, que junto a la de la plaza del Porlier, serían los lugares por donde los judíos salían a enterrar a sus difuntos. El cementerio judío, o fossar, se situaba fuera de la ciudad y de las murallas y en el lado en el que se encontraba la judería para así poder salir a enterrar a los fallecidos y no tener que pasar entre cristianos. Lo normal es que hubiera un cauce de agua o río que separase la ciudad del cementerio, marcando la división entre el mundo de los vivos y el de los muertos.
Posiblemente en sus visitas a Oviedo, Woody Allen realizaría un recorrido parecido al que yo hice. No la primera vez, porque no existía, pero cuando se ha pasado por la ciudad con posterioridad ha podido contemplar su estatua, una estatua que forma parte de las más de 100 que adornan y embellecen la ciudad. El cineasta afirmaría no sólo que “Oviedo es una ciudad deliciosa, exótica, bella, limpia, agradable, tranquila y peatonalizada; es como si no perteneciera a este mundo, como si no existiera… Oviedo es como un cuento de hadas” sino que «Oviedo me volvió loco: si alguna vez tuviera que jubilarme, Oviedo sería el sitio». Oviedo, confirmo, es de esas ciudad que parece que no tiene mucho que ofrecer, que la gente no tiene en su lista de lugares a visitar o imprescindibles, y que sin embargo es una ciudad que desde que llegas hace que te sientas a gusto, que quieras pasar el mayor tiempo posible porque se vive esa sensación de tranquilidad y bienestar que pocas ciudades ofrecen. Siendo verdad todo lo afirmado por el famoso clarinetista, quizá yo no me atrevería a tanto, pero claro, a mi no me concedieron el Premio Principe de Asturias.