Diego de Jerez, deán de la catedral de Plasencia, en 1492 y por unos 400 reales, se compró un cementerio. Había adquirido en la transacción el camposanto de la judería de la localidad. Llegado el fatídico año de 1492, y con él el Decreto de Expulsión, los judíos tuvieron que malvender sus propiedades (incluyendo las tumbas) y marchar al país vecino. Los cristianos encontrarían una nueva función a las piedras de los enterramientos que los hebreos dejaron en la localidad. Usarían las lápidas en sus construcciones, tanto en la iglesia del convento como de casas particulares. 

Las comunidades judías eran obligadas a poner sus cementerios fuera de las urbes. La aljama de Plasencia ubicó el suyo más allá de las murallas, en el Berrocal. Saliendo por la puerta de Berrozanas, los judíos llevarían a sus muertos hasta su cementerio sin tener que “molestar” (ni “ser molestados”) a la comunidad cristiana. Desde 2009, más de quinientos años después, podemos visitar las alrededor de veinte tumbas antropomorfas que todavía allí se encuentran.

Llegada de los judíos a Plasencia

Un gran número de judíos llegarían posiblemente a Plasencia en la altura de la fundación de la ciudad. Alfonso VIII en 1186 sería el responsable. Hay estudiosos que afirman que los hebreos ya estarían en la localidad mucho antes de dicho año. Sea como fuere la relevancia de la comunidad judía fue muy importante, siendo una de las aljamas más destacadas de la región. Al igual que en otras poblaciones, la judería de Plasencia no sería un espacio cerrado más que a partir de cierta altura.

Entre los siglos XII y XVII Plasencia gozó de gran importancia económica y social. El siglo XV sería de gran relevancia, residiendo en Plasencia un elevado número de nobles extremeños, lo que trajo consigo un gran patrimonio monumental. Edificios palaciegos, antiguos conventos o iglesias todavía pueden ser contemplados hoy haciendo de la ciudad un lugar emblemático. Si le añadimos la muralla, el aire medieval es irresistible.

Después de luchas con los musulmanes, a comienzos del siglo XIII se construiría la muralla, de la cual todavía quedan en pie varios tramos. Una muralla que protege Plasencia desde la época fundacional. Parece que en su esplendor tuvo setenta y cinco cubos, de los cuales siguen en pie veinte. Además, y al igual que siglos atrás, todavía puede entrarse en Plasencia cruzando alguna de las puertas medievales como la de Trujillo, Coria o Sol. Eso sí, ya casi nadie lo hace a caballo. 

La judería de la Mota

Uno de los lugares más fascinante de Plasencia es la Plaza de San Nicolás y sus alrededores. En la puerta de la iglesia, del mismo nombre que la plaza, se celebrarán juicios mixtos en los que había dos jueces, uno cristiano y otro judío. Muchas familias vivían en la zona aunque hoy no queden ya constancia. Sí queda el rastro muy cerca de la plaza en el convento de San Vicente y en el palacio de Mirabel. 

La judería de la Mota estaba localizada en el espacio que hoy ocupan el convento y el palacio. Asentados en el lugar desde el siglo XII, en 1477 dejará de existir. Tanto la sinagoga como varias casas de judíos fueron confiscadas para la ampliación del palacio de Mirabel y del convento de San Vicente Ferrer. Hoy, en el lugar donde se encontraba el templo judío, está el Parador Nacional de Turismo. Quien allí se aloja duerme sobre una historia judía que quizá desconozca. 

En los alrededores de la plaza de San Nicolás encontramos la Casa de las Dos Torres. Se trata seguramente del palacio más antiguo de Plasencia y donde se alojó Fernando el Católico. A comienzos del siglo XVI, y cuando la judería de Plasencia ya sólo era un sueño o un recuerdo, Fernando el Católico daría un gran protagonismo a la ciudad . Instaló el monarca la Corte Real en la localidad extremeña durante alrededor de un mes. Moriría pocas semanas después. El viaje, que había sido planeado como una terapia curativa no había resultado y pasaría en Plasencia algunas de sus últimas semanas de vida.

Las (restrictivas) leyes de Ayllón

En la localidad castellana de Ayllón en 1412 se promulgaron unas leyes que establecían, entre otras medidas, la segregación de las comunidades judías. Medidas realizadas a propuesta de Vicente Ferrer, quien visitaría Plasencia el mismo año. Se trataba de que vivieran en sitios aislados, sin contacto con los cristianos, tanto judíos como musulmanes. No fue la única medida sino que se impusieron reglas discriminatorias como la forma de vestir o la obligación de llevar un distintivo en la ropa. Se trataba, como objetivo final, de la asfixia económica y social de la población judía para que así fuese más favorable su conversión al cristianismo. 

Lo que en un principio fue un ordenamiento estricto, con el paso de los años parece que se dejó de cumplir o se aplicó de forma menos estricta. Poco a poco los judíos dejaron de vivir de forma segregada en Plasencia, muchas familias pasaron a morar cerca de la Plaza Mayor, y muchas otras en la calle Zapatería y alrededores. 

La presencia judía en la localidad extremeña dejó un poso muy importante.  Una herencia cultural y económica que durante años se mantuvo olvidada pero que poco a poco se le está dando la relevancia que merece. Un pasado judío en Plasencia ligado a la zona monumental de la ciudad. Una historia hebrea unida a la ciudad durante varios siglos, años de esplendor de la localidad. De una u otra forma, la judería está presente en el trazado urbanístico que hoy todavía recorremos en nuestras visitas.

La catedral de Plasencia, por su parte, también está unida a los judíos. Encontramos en la sillería del coro esculpidas imágenes de unos rabinos en la representación del Nacimiento de Cristo. Un trabajo realizado por Rodrigo Alemán. Catedral que en realidad no es una sino que  son dos unidas. Un edificio más antiguo que se comenzó a construir en el siglo XIII, y una catedral nueva que inició sus obras a finales del siglo XV pero que pararán en el XVI quedando sin terminar, y dejándola unida a la catedral vieja. Monumentos entremezclados, igual que lo están la comunidad judía con la historia de la monumental ciudad extremeña.