No se encuentra entre las más famosas, y casi nunca sale en los listados de las juderías más bonitas de España, sin embargo el barrio judío de Calahorra, además de ser especial, es de los pocos que conserva ese alma de vecindario antiguo que se ha perdido en otros pueblos y ciudades. Se trata de un barrio humilde pero con vida propia.

Calahorra tiene un emplazamiento privilegiado, desde sus miradores podemos observar los valles de los ríos Ebro y Cidacos. Situación que siglos atrás tuvo gran importancia frente a Al-Andalus, después frente al Reino de Navarra, y se sitúa además en el Camino Jacobeo del Ebro. Esto propició una dinámica comercial, que sumada a la riqueza agrícola, hacía de la localidad un lugar próspero, motivo que hizo de la judería de la ciudad la más importante de La Rioja.

El barrio judío de Calahorra

Paseo por el barrio judío dejándome llevar por sus calles, curvas la mayoría de ellas, y sin salida, muchas otras. Calles de casas bajas y con patio interior. Converso con señoras que me comentan que allí no hay judíos pero que restos de la época hay muchos. Han encontrado túneles y pasadizos en muchas viviendas pero los dueños no dicen nada por temor a que la burocracia les deje no sólo sin los pasadizos, sino también sin sus casas. Créetelo, me dicen, ante mi cara de asombro.

Los primeros asentamientos de judíos por las tierras del Ebro Medio podrían estar alrededor del siglo II, ya que en el siglo III aparecen en un edicto en el que se les consideraba ciudadanos sujetos a la Ley Romana. Habrá que esperar al siglo XI para que tengamos las primeras noticias de judíos asentados en Calahorra, noticias que aparecen en contratos de compraventa de inmuebles.

Al igual que en otros enclaves castellanos, desde el siglo XI al XIV la comunidad judía de Calahorra experimenta una época de crecimiento y esplendor, papel en el que fueron importantes los reyes, quienes les consideraban de gran valía y les protegían. Se les concedieron incluso fueros específicos, llegando incluso a ocupar cargos públicos de gran importancia. Estamos en una época medieval en que la ciudad estaba situada en la frontera, el Ebro separaba Navarra y Castilla, pero al mismo tiempo, era un lugar privilegiado para el tránsito de personas, ideas y mercancías.

El barrio judío de Calahorra transmite algo especial, estoy caminando por sus calles en el siglo XXI pero al recorrerlo viajo más de quinientos años en el tiempo. En sus tiempos se trataba de una auténtica ciudadela, seguramente comunicada con el exterior mediante la Puerta de la Judería. Poco a poco, fue perdiendo tanto el valor estratégico como sus muros, hoy ya desaparecidos. Seguramente la judería de la ciudad estuviera delimitada por las calles Morcillón, Sastres, Cuestas de la Catedral y Murallas. Recorriendo el entramado del vecindario podemos hacer un viaje imaginario en el tiempo. Viaje que me lleva a lo que sería la antigua sinagoga situada en la plaza del Rasillo de San Francisco. O a un mirador precioso situado en la calle Cabezo, un balcón que muestra ante mis ojos lo que en tiempos fue la morería, con sus casas apiñadas.

Caminar por calles que llevan a ningún lugar es como de verdad disfruto del vecindario. Encontrarse con tapiales, con portones, con casas bajas que siguen habitadas en la actualidad, es un disfrute. Sus nombres, como el de la calle Sastres, nos recuerdan una de las actividades que realizan los judíos en la localidad cuando habitaban en ella. O la calle del Horno, lugar donde se situaría el horno que proveía a la comunidad. Hornos que había que construir con una licencia real.

Se podría decir que los judíos de la ciudad formaban parte de ella, teniendo un papel importante en la vida social, e integrados en el conjunto de la población. Se trata de una población de al menos unas 500 personas de un total de unas 4000, lo que muestra la relevancia de la comunidad en Calahorra. Número que quizá fuese mayor si tenemos en cuenta el dinero recaudado por la iglesia de aquellos judíos que pagaban un “impuesto” para no llevar prendas identificativas externas. Los varones mayores de veinte años, daba igual que estuvieran casados o soletros, debían pagar “treinta” “dineros anuales por este concepto.

Malos tiempos para las juderías

Las cosas cambiaron para peor, un cambio drástico. Se producen luchas fratricidas entre el rey Pedro I y su hermanastro Enrique de Trastámara por el trono. Las juderías son las grandes damnificadas por las disputas. El final de la guerra traería consigo una serie de medidas antijudías, además de cargar con las consecuencias de las malas cosechas y de la peste. Puede que debido a su mayor higiene y a una alimentación más cuidada, los judíos sufrieran menos la enfermedad mortal. A ojos de alborotadores cristianos, esto no era debido ni a la higiene ni a la alimentación, sino todo lo contrario, ellos eran los provocadores y los responsables devastadora peste. Entre unas cosas y otras, su situación se hizo insoportable.

Con la nueva situación, muchos judíos emigraron a Navarra. En la década de las 60 del siglo XIV ya se habían producido asaltos a la aljama judía y la situación empieza a ser insostenible por lo que la emigración empezó a ser una opción para muchos. La judería de Calahorra ya nunca volvería a gozar del esplendor pasado. Se recuperó poco a poco, pero las leyes ya no eran tan tolerantes con ellos. La tensión entre judíos y cristianos, al igual que en otros territorios, fue en aumento. Hasta que llegamos a la expulsión en 1492 con el consiguiente perjuicio económico incluso para aquellos que decidieron convertirse y se quedaron. Además siempre acompañó un escepticismo a aquellos que decidieron permanecer abrazando la fe cristiana, víctimas de las suspicacias y las reticencias con les trataban los cristianos “viejos”.

Termino mi visita por la judería acercándome hasta la catedral, donde me comentan que conservan unos fragmentos de una Torá originales. Una vez allí, el párroco me informa de que los fragmentos están guardados y bien guardados, y que no se pueden ver. No pasa nada, los papeles no dejan de ser papeles, pienso. Y mientras lo pienso, imagino lo duro que debe ser que te echen de tu casa, de tu pueblo y de tu país por unas creencias.

No es Calahorra de esos lugares que aparecen normalmente en las guías de viajes ni en los nosecuentos pueblos más bonitos de España, pero es sin duda un lugar con mucho encanto, y su barrio judío, una vecindario lleno de vida e historia.