Cuentan que las incursiones realizadas por los portugueses en la zona fue algo no igualado hasta entonces. Un grupo reducido de hombres, pero con mucho valor, se enfrentaron, y derrotaron, a fuerzas armadas mucho más numerosas. Conquistaron enclaves estratégicos imprescindibles como Goa, Malaca y Ormuz. Entre estos “héroes” destacó Alfonso de Albuquerque, quien con sus hazañas sería convertido en leyenda, dejando un rastro portugués en las Islas del Golfo Pérsico. Un poso lusitano muchas veces ignorado.
Tras una primera intentona de asentarse en la zona, Alfonso de Albuquerque tendría que abandonar la isla (se habla de la deserción de tres de sus capitanes) que no la idea, de retomar Ormuz. En esta segunda ocasión la flota y los hombres serían mucho más numerosos. Se habla de 27 barcos y 1500 hombres. Conquistaría la isla y Ormuz pasaría a formar parte de un eje fundamental del Imperio Portugués en Asia, el que formaría con Goa y Malaca, controlando el tránsito marítimo de toda la región. Control que duraría hasta 1622, cuando perderían el dominio bajo el reinado de Felipe IV (Felipe III de Portugal).
De petroleros y drones
Hace algunas semanas escuchaba a una de esas personas que hacen tu vida más bonita. Una de esas personas que hablando por la radio hacen que te encuentres mejor contigo, y con el mundo, sin saber muy bien por qué. Javier Cancho nos contaba que por el estrecho de Ormuz pasa un tercio del petróleo mundial, siendo una de las zonas estratégicas más importantes del planeta. Y claro, pensé que ya era hora de escribir este artículo sobre las Islas del Golfo Pérsico que visité durante mi periplo por Irán tiempo atrás.
Como vemos, la importancia estratégica del lugar sigue siendo importantísima. Ni el señor Albuquerque ni los portugueses están presentes en estos momentos, pero por allí no sólo pasan petroleros de todo el mundo, sino que sobrevuelan drones iraníes y americanos (que tengamos noticias, seguramente sean muchos más). Los ojos del mundo han vuelto a mirar el estrecho de Ormuz con una mezcla de intranquilidad y curiosidad. Muchos siglos después, ya no sólo se hunden navíos, ahora también se derriban aviones sin piloto. Cosas de la modernidad.
Entrada en las Islas del Golfo
La primera parada en mi viaje por Irán hacia las Islas del Golfo sería la populosa Bandar Abbas (“Puerto de Abbas”). Un lugar, que con el tiempo, pasó a ser el enclave estratégico del sur. Ciudad de gran importancia comercial y económica, es sin duda el motor de la región. Es mi primer contacto con la zona y me sorprendo recorriendo sus calles modernas y concurridas, con tráfico denso, calor pegajoso, y unconjunto de etnias (al menos de tonos de piel) que no había visto hasta entonces por Irán. La mezcla cultural de la zona se palpa en las comunidades que por aquí habitan.
Desde Bandar Abbas cruzaré en ferry hacia las islas, pero eso sería después de un primer contacto con la ciudad. Las temperaturas son mucho más altas que en mis anteriores días por la antigua Persia. Aun así, no sería la temperatura lo único diferente. Estoy a más de 1300 quilómetros de Teherán y eso se percibe por las calles. La capital de la provincia de Hormozgán es el puerto marítimo más grande de Irán. No es poca cosa y se nota. El ajetreo, los atascos, y sobre todo percibo un ambiente diferente a lo visto con anterioridad. La forma de vestir, los rostros, la diversidad,…estando en Irán siento que estoy en otro país.
Las enmascaradas mujeres bandari
Una de las razones de mi visita a Irán era poder cruzarme con las mujeres bandari, con sus enigmáticas máscaras. Tenía información de que podría encontrarme con ellas en las islas de Golfo Pérsico, en el mercado de los jueves en Minab y también, aunque en menor medida, en el mercado de Bandar Abbas o sus alrededores. A su encuentro había marchado camino del sur. Camino de lo desconocido. Camino del presente con un sorprendente, y bastante ignorado, pasado.
Una vez en Bandar Abbas, tras acostumbrarme y hacerme a la idea del calor que voy a pasar, decido ir hasta el mercado del pescado. Hace un calor un tanto asfixiante pero quedarse en el hotel no es una opción. De camino, me cruzo con una mujer bandari, claramente reconocible por su peculiar máscara, saludo sin saber que esperar, y pasamos de largo. Cada uno a sus quehaceres y a sus pensamientos.
El mercado del pescado estaba ya a punto de cerrar cuando llego. Lo recorro un par de veces y noto que no soy ni bien ni mal venido. Hay division de opiniones, o de miradas y gestos. Mejor de lo previsto, peor de lo deseado. Sin pescado ni gentes mi presencia allí no tiene sentido y decido regresar dando un paseo al hotel. El calor y el aroma a pescado se han impregnado definitivamente en mi.
Caminando de vuelta atravieso otro mercado, este bajo techo, donde predominan los textiles. Me saludan y sonríen jóvenes vestidos de forma occidental, intercambiamos algunas palabras en inglés, y continúo hasta un antiguo templo hindú. Mi última visita de la jornada. El día, o las pocas horas que había pasado en Bander Abbas, había sido intenso. Será por la novedad, por el viaje nocturno en autobús, por el calor o por el intenso y pegadizo olor a pescado, el caso es que me sentía cansado. El viaje del día siguiente me llevaría a las (deseadas) islas de los alrededores.
Qeshm, las películas y la Ibiza iraní
Mi primera parada sería Qeshm. La isla más grande y con mayores atracciones geológicas, con una gran variedad y riqueza ecológica. Con razón la UNESCO se había fijado en la zona mucho antes que yo. En los primeros paseos por la isla descubro no sólo curiosidades geológicas y naturales, también palpo una cultura diferente a la que he visto antes por Irán. Y un pasado histórico peculiar. Aquí se percibe una cultura árabe más que persa, y las mujeres bandari sin ser mayoría, sí que en algunos pueblos son muy visibles. No hace falta visitar los mercados para cruzarse con ellas.
Varias son las atracciones o visitas que se pueden hacer en la isla. No es mi prioridad pero ya que estoy no está demás visitar algunas. Quedo maravillado con el Valle de las Estrellas y con el Cañon Chahkooh. Parecen escenarios de película y seguramente alguna allí habrán rodado. Me acerco hasta unos astilleros donde siguen construyendo barcos de forma tradicional. Y además, quedo asombrado con los manglares, con sus cuevas, y también con su deliciosa comida (en la que destaca el pescado, como no podía ser de otra forma al tratarse de una isla). El mar es el gran sustento de la población la isla, ya sea a través de los productos provisto por él, o por ser lugar de transito de mercancías. Parece que el contrabando ya no es lo que era, aunque siga presente.
La cocina local, basada en la pesca, me ofrece una gran variedad y riqueza de la gastronomía bandarí. Gastronomía que puedo disfrutar tranquilamente en Hengam, la isla más pequeña de las tres. Llego al atardecer con tiempo de contemplar una puesta de sol con nada que envidiar a los que puede haber en otras partes del mundo. Se aprecia una naturaleza increíble y se respira en la isla una libertad como ningún otro lugar de la antigua Persia. Nadie diría que nos encontramos en Irán y no en la Ibiza de los años 60. Es visto y no visto. Me hubiera quedado varios días y quiero imaginar que volveré con más calma. Observar atardeceres los días de una semana entera.
Ormuz, la nostalgia inmediata
Mi última parada será la isla con el nombre de la zona. La isla de Ormuz es conocida por su color ocre, un pigmento de color rojo de la tierra. Tradicionalmente, el ocre se usaba para todo, desde artes decorativas hasta ceremonias de boda e incluso como especias para pescado y torshi (verduras en escabeche). Ahora el ocre es transportado en camiones y exportado.
La zona clave en el control de la región parecía un lugar tranquilo. Una pequeña isla pesquera que vive a su ritmo, y a la que pocos turistas se acercan.
Por momentos espectacular y siempre acogedora. Disfruto de sus paisajes, algunos recuerdan a Marte (mis recuerdos de Marte son bastante nítidos de las varias veces que lo he visitado), en un trayecto en la parte trasera de una antigua, que no destartalada, moto de pequeña cilindrada. Percibo un pasado portugués que ha dejado huella en su fortaleza, con unas murallas a medio derruir. Un fuerte, imponente en su época, y transformado en zona de juegos en la actualidad. Eso sí, todavía hay vestigios que se pueden visitar como las antiguas iglesia y prisión. Ormuz con sus coloridos paisajes y su fortaleza portuguesa atestigua la importancia estratégica de la zona en las redes comerciales marítimas.
Mientras me dirijo, o me dirigen, hacia el puerto de vuelta a Bandar Abbas, miro hacia atrás con nostalgia. Una nostalgia creada en tan solo unos días. Una nostalgia que me acompañará durante mucho tiempo. Cuando pensamos en Irán lo hacemos en Shiraz, Isfahan o Yazd, en Persépolis o en los ayatolás, pero pocos reparan en las cautivadoras islas del Golfo Pérsico.
Debido a su lejanía, o a sus altas temperaturas, es una zona a la que pocos viajeros se acercan y sin embargo nos sorprende por todo aquello que nos ofrece. Por su historia, por sus tradiciones o por sus vestimentas. Por sus misteriosas mujeres bandari. Por su insoportable calor. Por lo diferente. Por lo bien que me encuentro desde que pongo el pie allí por primera vez. Siento que el bienestar proviene de ese pasado que muchas veces busco cuando viajo. Viajes al pasado que hacen el presente mucho más llevadero.