Historias del barrio judío de Barcelona
“Desde allí a Barcelona hay dos días de camino. Allí se encuentran una comunidad de judíos, varones sabios y entendidos, y grandes Príncipes, como por ejemplo, R. Seset, R. Seatiel, R. Salomón y R. Abraham ben Hasdai. Es una ciudad pequeña y hermosa, situada a la orilla del mar. A ella acuden con mercancías, comerciantes de todas partes: de Grecia, Pisa, Génova, Sicilia, Alejandría de Egipto, Tierra Santa, África y de todos sus aledaños”. Quien así habla de Barcelona y su judería es el viajero medieval navarro Benjamín de Tudela en su “Libro de Viajes” del siglo XII (Séfer Masaot).
A Barcelona, al igual que a otras regiones de la península Ibérica, los judíos llegarían posiblemente con los fenicios y sus intercambios comerciales. La primera referencia hebrea en la ciudad se remonta al siglo IX. Alrededor de 850 hay una mención de una carta del gaon Amram Ben Sheshna de Sura (en la antigua Babilonia) a los judíos de Barcelona. Seguramente hasta el siglo X se trataría de un número reducido que, poco a poco, iría creciendo en tamaño e importancia, siendo la época de mayor esplendor durante los siglos XIII y XIV.
Un barrio judío dentro del Gótico
El barrio judío ocupaba una parte de lo que hoy todo el mundo conoce como barrio Gótico. Próximo a la catedral, pudo albergar en su apogeo una comunidad judía de entorno a 4000 personas en el siglo XIV. Como en otras poblaciones de la época, en realidad había dos barrios judíos: un primer Call Major, y un Call Menor (conocido también como Sanahuaja o de Ángela debido a los propietarios de los solares) creado en 1257 tras el aumento de la población hebrea.
Barrios que albergaban a la comunidad judía y que se encontraban prácticamente segregados del resto de la población de la ciudad. En cierto modo, se trataba de proteger a los judíos por ser una comunidad minoritaria muchas veces no bien recibida por los cristianos. Por otro lado, el vivir juntos en el mismo espacio proporcionaba una convivencia entre miembros de la misma comunidad, y reforzaba su sentimiento de seguridad y pertenencia.
En la confluencia de las calle Call y Sant Domenec estaría la entrada a la judería. Un lugar que además de historias hebreas, alberga restos de la época en que los romanos habitaban la ciudad, a la que no denominaban Barcelona, sino Barcino. Bien es cierto que la vida de muchos judíos no se limitaba a su barrio. Algunos vivían fuera de los límites, y muchos otros poseían tierras y las cultivaban en otras partes de la ciudad.
Los nombres de las calles hoy tienen reminiscencias de aquella época. Procurando la calle de Sant Domenec (la principal del lugar en su tiempo) en el móvil, éste indica su localización y cómo llegar. Muestra que el infame nombre ya no es ése. Lo que no dice mi artilugio electrónico es que el humillante nombre de dicha calle lo era en memoria del progromo realizado en 1391, y que arrasó con el barrio judío de Barcelona. Con el barrio y con sus moradores. Será obvio aniquilar un barrio entero en nombre de la religión. Podría serlo también llamar a la calle más importante en honor al santo que se celebraba durante esos crueles días. No lo es tanto que dicho nombre, manchado de sangre, haya permanecido tanto tiempo. Finalmente, tras varios siglos, parece que ha sido modificado (como bien indica mi móvil al procurar el lugar) y pasó a denominarse calle de Salomó ben Adret en homenaje a un maestro talmudista del siglo XIV, quien además sería responsable de los asuntos jurídicos de tres reyes, Pedro II, Alfonso II y Jaime II. Nunca es tarde.
Otra calle de gran relevancia fue la de la Fuente (por la fuente cercana a la plaza de Sant Jaume en funcionamiento desde 1357 a la que acudían los judíos a abastecerse de agua para no tener que salir del barrio y ser apedreados viendo como rompían sus cántaros). Con el transcurrir de los años pasó a ser calle de la Font de Sant Honorat, y más tarde simplemente Sant Honorat. El rastro del agua, que tanto sufrimiento les había costado a los judíos, se había evaporado. Otro santo se había quedado con su nombre.
Piedras con (mucha) historia
Encontramos en el centro de Barcelona, siendo un poco curiosos, historia judía grabada en los muros. Encuentro inscripciones hebreas no sólo en la plaza de Sant Iu, sino que camino de la sinagoga de la calle Merlet, justo al inicio, hay una lápida (en realidad una copia de la original) con inscripciones en hebreo. Nada entiendo, claro, pero parece que lápida nos da el testimonio de la fundación de un hospital impulsado por el rabino Samuel Ha-Sardi.
Sin duda, el centro de Barcelona es un paraíso para los buscadores de tesoros en forma de piedra. Además de las lápidas, con atención y suerte encontramos los huecos en la parte de derecha de las puertas, donde las familias judías ponían la mezuzá. Así, entre la búsqueda de inscripciones hebreas y procurando los lugares de las jambas donde pudieron colocar los pergaminos con los dos versículos de la Torá, paso gran parte del tiempo por el antiguo barrio judío. Un pasatiempo como cualquier otro.
Había oído hablar, claro, del barrio gótico de Barcelona. De toda su belleza y misterio (sobre todo durante las noches) pero nadie me había comentado que el barrio judío se hallaba allí mismo. Que las calles del Banys Nous, Sant Domènec del Call, la Baixada de Santa Eulàlia, la calle de Marlet, o la calle de Sant Honorat, eran unas calles que habían conservado, de forma silenciosa, historias judías durante siglos. Que tiene un trazado que poco diferirá del que había siglos atrás.
Caminar por el barrio judío, eso sí a primera hora de la mañana cuando la luz todavía es artificial y escasa, es hacerlo por un entramado de calles medievales que atrapan los sentidos. Unas calles estrechas, pequeñas, sinuosas y con un trazado irregular, como lo eran en la mayoría de las poblaciones en la Edad Media. De madrugada, sin turistas, y con pocos residentes transitando las calles, es más fácil trasladarse hasta el medievo. Hasta la época en la que por estas calles transitaban principalmente judíos en su quehacer diario. El color, y el sonido, de la piedra del barrio es admirable a esas horas.
Una comunidad judía que bien pudiera tener cinco sinagogas, siendo la Mayor la que encuentro en la calle Marlet, y hallando la “Nova” o ”Menor” en la actual iglesia de Sant Jaume. Además de las tradicionales carnicerías y horno exclusivo para proveer a la numerosa población hebrea. Un barrio que disponía además de unos baños públicos (como no, en la calle Banys Nous), fundados en 1160 por Abraham Bonastruc.
La necrópolis judía estaba en el monte al cual la comunidad hebrea de la ciudad ha prestado su nombre. Montjuic (“Monte de los judíos”) fue el lugar donde descansaron los judíos durante siglos. Después de la expulsión, y adelantándose a la actual reutilización de materiales, fue permitido el uso de las lápidas para diferentes usos. Hoy podemos encontrar lápidas con inscripciones hebreas diseminadas por toda la ciudad en diferentes edificaciones. Algunas fueron rescatadas y están en el MUHBA, Centro de Interpretación del Call. MUHBA situado en la casa de una de las personalidades judías más importantes de la época, Jucef Bonhiac (destacado comercial textil).
Tiempos difíciles (una vez más)
Sería en la Plaza del Rei donde se celebraría la Disputa de Barcelona en 1263. Sesiones, que seguía una gran multitud, entre Pau Cristià, converso dominico y gran conocedor del Talmud, y uno de los más eminentes sabios de la época, y Moshé ben Nahmán (Nahmánides) judío de Girona. Asisten, durante los varios días que dura, el rey y otras personalidades. Parece ser que la disputa sobre la llegada del Mesías acabaría en tablas. Unas tablas que trajeron consigo la quema de libros hebreos, censura o la obligación de escuchar los pregones de los dominicos. Además del exilio de Nahmánides. Es lo que tiene jugar en casa, poner las reglas y los árbitros. Siendo malos, llegarían tiempos peores.
La crisis económica y social fue el caldo de cultivo del asalto a la judería. Se saquearon comercios y casas, se arrasaron sinagogas y se asesinaron alrededor de 300 personas. Al igual que en otras poblaciones de la península, el año 1391 resultó fatídico. Tras el asalto, el saqueo y los asesinatos, prácticamente terminaban con el barrio judío, siendo segregada la población judía que se había mantenido con vida. En 1492 serían expulsados pero cien años antes ya habían prácticamente eliminado su presencia tal cual era vivida hasta entonces.
El asalto duró desde el día 5 hasta el 8 de agosto, día de Santo Domingo (el popular Sant Domenec que impregna el barrio en “homenaje” al progromo de esos fatídicos días). La torre de acceso a la judería fue derribada y el lugar dejó de ser lo que había sido. Tres días que terminarían con una de las juderías más importantes de toda la Corona de Aragón. Tres días que arrasarían con la vida y con el hogar que muchas familias habían construido durante siglos. Tres días que se habían llevado por delante aquello que había impresionado a Benjamín de Tudela. Tres días de horror. Tres días, no hace falta más.