Por esas razones que se me escapan, nunca tuve Singapur entre mis destinos a descubrir. Nunca le presté la más mínima atención y sólo me sonaba por la Fórmula 1, por estar prohibido comer chicle o por la seguridad en sus calles. Muchas veces, te haces una idea de los sitios equivocada, o al menos deformada, sin saber por qué. O sólo por el hecho de que sea un centro financiero, comercial y logístico en este caso. Y por cosas de la suerte o del destino, resulta que sería Singapur el último lugar en el que estuve antes de partir para la tierra patria una vez terminada mi larga aventura asiática. Sería desde el puerto de Singapur desde donde saldría el buque mercante que me llevaría hacia tierras europeas. Y por esas mismas cosas, en vez de los tres días planeados, resulta que estaría por Singapur una semana entera. Y resulta que el lugar al que no me apetecía ir, me atrapa y lo imagino como un lugar maravilloso donde vivir.
Lo bueno de ir con pocas expectativas a un país, es que nunca te defrauda más de lo esperado. Singapur va más allá, y me enamora. Enamorado con los encantos de sus imponentes parques y jardines distribuidos por el centro de la ciudad. Enamorado del éxtasis de “Little India”, con sus tiendas y olores que te transportan al país de sus habitantes y que te deja prendado. Enamorado de su comida. Pero sobre todo enamorado de sus simpáticas gentes. No esperaba que los singapurenses fuesen gente tan amable, sonriente y simpática. Gentes que además te convierten por unos días en uno más de la ciudad estado. En Singapur la oferta de actividades y cosas para hacer es inabarcable, hay para todo tipo de gustos y viajeros: tanto puedes jugar al casino en el hotel con la forma del barco Marina Bay Sands, como perderte en la playa paradisiaca de una isla prácticamente deshabitada.
Aunque parezca mentira, se puede pasar el día (o incluso más tiempo) recorriendo tan solo parajes inmaculados, espacios prácticamente deshabitados, bañarte en las playas de las islas de St. John, Kusu o Lazarus. Puedes quedarte maravillado con los templos hindúes, que nada tienen que envidiar a los que encuentras en la misma India. Comprar o comer en Little China, quizá no tan auténtico como Little India, pero igual de alegre y bullicioso. Puedes también deambular por Arab street o Haji Lane, perderte por sus tiendas de coloridos tejidos para luego relajarte comiendo en alguno de sus pequeños y atractivos restaurantes. Puedes visitar también su catedral, sus mezquitas (entre las que destaca la imponente Mezquita del Sultán), o la iglesia y el cementerio armenio. Recorrer el memorial dedicado a los caídos durante la II Guerra Mundial, que alberga tumbas tanto de cristianos, judíos y musulmanes en un mismo espacio. Podrás también asistir a la ópera china, y ahí mismo, en un pequeño local, aprenderás sobre dicho arte, a la vez que tendrás la oportunidad de conversar con sus artistas y organizadores.
Uno de los mayores atractivos para el turista tal vez sea la visita a uno de los jardines más espectaculares del mundo, el Singapore Botanic Gardens. Ya sea de día o de noche, este jardín te asombrará con sus espectáculos de luces y sonidos que le dan un aire festivo a diario. Se puede a su vez pasar el día en Palau Ubin, alquilar una bicicleta y recorrer los lugares más recónditos de esta preciosa isla plagada de vegetación, con pequeños cementerios musulmanes que encuentras por sorpresa, o disfrutar la apacibilidad de los lugareños, y de sus exquisitos y asequibles restaurantes de mariscos.
Después de una semana descubriendo lugares increíbles, la aburrida ciudad-estado que pensaba era sólo interesante para hacer escala entre destinos, me habrá dejado maravillado, sorprendido de su belleza, su tranquilidad y limpieza natural. La mezcla de culturas le otorga a Singapur un aire especial, con una arquitectura diversa y fantástica. Observar la coexistencia de esta diversidad de culturas es sorprendente. La suma de pueblos ha dado como resultado un lugar fantástico donde vivir en el que la mezcla suma, y suma mucho. Además la naturaleza se ha integrado de una forma lógica en la ciudad, mezclándose con los paisajes urbanos y haciendo un todo donde se agradece vivir.
Quizás lo único decepcionante sea encontrarse con pocos barrios antiguos, aquellos que con el tiempo fueron desalojados por el paso imparable de la modernidad. Aún así, me dejo caer por Lorng Buangkok Kampang, el último kampong, uno de los lugares que más me fascinó de Singapur. A tan sólo veinte minutos del centro de la ciudad, accedo a la última villa en pie de Singapur, charlo tranquilamente con gente que vive el día a día sin saber que va a ser de su futuro pero sin renunciar a su rutina diaria: gente llena de cordialidad, alegría y siempre con las puertas de sus humildes casas abiertas. Es toda una experiencia dejar por un tiempo los enormes rascacielos y las deslumbrantes luces de Singapur para deambular por una pequeña aldea, donde las gallinas corren por sus calles sin asfaltar y donde sus moradores disfrutan de una forma de vida más pausada. Parece ser que está prevista su demolición para construir edificios (quien sabe si ya habrá ocurrido a estas alturas). Esperemos que esto no ocurra, que impere la cordura y Singapur siga manteniendo su única villa.
Singapur o Palau Ujong en malayo (“la isla del final”), deja esa alegría en cuerpo y mente, esa sensación de bienestar que provocan sólo los sitios donde verdaderamente has disfrutado, y mucho, de tu estancia. Definitivamente, un destino para no hacer una simple escala, sino para convertirlo en un lugar donde quedarse y disfrutar durante días. Cuantos más mejor.