Un siglo antes que Marco Polo realizara sus viajes, el más famoso de los viajeros judíos, navarros e hispanos, nacido en Tudela el año 1130, se encaminaba hacia Oriente Medio. Benjamín de Tudela (Benjamín ben Zona o Minyamin bar Yonah), políglota, escritor y comerciante, además de viajero, nos cuenta sus peripecias y experiencias en su “Libro de Viajes” (Sefer Massaot). Poco más sabemos del personaje a parte de lo narrado.

Posiblemente el comienzo del viaje fuera por motivos de negocios, aunque bien pudieran haber influido otras razones culturales o políticas. Los viajes de ocio no han nacido con las compañías de bajo coste ni con los teléfonos que hacen selfies, pero tampoco se realizaban en la Edad Media. Siempre se viajaba por algún motivo, ya fuese comercial o de búsqueda (de nueva sabiduría o descubrimientos),…¿qué buscaría Benjamín de Tudela? ¿Sería un afán de conocimiento (fuese cual fuese) el que llevaría al autor a pasar más de una década transitando por países desconocidos y en muchos casos extraños? Peregrinación, cultura o comercio, una década da para todo ello.

Un viaje de los de antes

Un viaje que comenzaría en Tudela, y que le llevaría a ciudades como Roma, Constantinopla, Jerusalén o Bagdad entre cientos de otras, antes de finalizar en París. Gran observador, el viajero judío va anotando su paso por las diferentes urbes, realizando una especie de informe que luego otros viajeros y comerciantes judíos pudiesen utilizar. Se trata por tanto de una de las primeras guías no solo de viajes, sino etnográfica, geográfica y también sociológica.

Nos cuenta Benjamín de Tudela acerca de las comunidades judías de los lugares por los que transita, noticias e informaciones sobre aspectos económicos, políticos y religiosos de dichos territorios. Nos habla sobre los dirigentes y los poderes, o sobre sus relaciones, mayormente entre cristianos y musulmanes. Sin duda una importante compilación sobre el mundo mediterráneo acerca de las distancias, de los habitantes de cada ciudad, de su forma de vida, o del clima de la segunda mitad del siglo XII.

El libro apareció publicado por primera vez en el año 1543 en Constantinopla, y aunque no se sabe con exactitud lo que duró el viaje, si que podríamos hacer un cálculo aproximado y hablar de una duración de más de una década, quizá hasta catorce años, en los que visita y describe ciudades medievales europeas y orientales. Del viaje por el Mediterráneo, Asia Menor, Medio Oriente y el Lejano Oriente, y de su narración podemos distinguir dos partes. Por un lado aquella en la que destacan las descripciones detalladas y concisas, y otra menos minuciosa en la que nos narra lo que acontece más allá del Tigris y el Eufrates. Bien pudiera ser que esta segunda parte la escribiera de oídas y no transitase por esos territorios, pudiendo utilizar información que le llegase a través o bien de otros comerciantes, o bien de textos que hubiera leído. El realismo que utiliza para describir los lugares del Mediterráneo contrasta con aquello que nos cuenta sobre tierras más lejanas.

Más de una década de viaje en plena Edad Media

El libro está lleno de pasajes emotivos, pasionales y de gran afecto pero si hay un pasaje que llega a emocionar, sobre todo leído hoy en día con las dificultades que atraviesa Siria, es el dedicado a Damasco y a su mezquita:

“Hay allí una mezquita de los mahometanos, llamada Aljama de Damasco; no hay en todo el mundo construcción como ésta, y dicen que fue palacio de Ben Hadad; allí hay una muralla de cristal construida por arte de los magos, e hicieron en ella tantas ventanas como el número de días del año, penetrando el sol por cada una de ellas, sucesivamente, todos los días, bajando por doce escalones, correspondientes a las horas del día…”

Aunque es poco probable que visitase todas las ciudades que aparecen en libro, se trata sin duda de un viaje que teniendo en cuanta la época en que lo realizó, debió representar un gran peligro, lleno de riesgos y penurias. Además, viaja no solamente por tierra, sino también por mar como cuando visita Chios, Samos, Rodas, Chipre y más tarde Palermo.

Gran observador, sobre todo de aspectos relacionados con la economía y la política, se centró principalmente en la comunidad judía, en su demografía, en las dificultades y en sus formas de vida en las ciudades y regiones que visitaba. Ya fuese en búsqueda de ampliar su comercio, quizá de piedras preciosas, o por cualquier otra razón, lo cierto es que el libro destila un gran amor por lo judío, pasión por aquellas comunidades que encuentra en su camino. Se palpa un sentimiento de pertenencia en sus escritos. Pero además, pocos documentos tan precisos, por no decir ninguno, nos detallan las comunidades judías en la Edad Media como lo hace Benjamín de Tudela.

El famoso viajero y escritor tiene una calle en su honor en Tudela. Se trata la judería de la ciudad navarra de una de joya, aunque solo sea por buscar el pasado del viajero medieval, posiblemente el personaje más universal de la ciudad. Paso el tiempo de mi visita caminando entre la judería vieja y la nueva, imaginando tiempos lejanos, disfrutando de lo que fue y no pudo ser, y así me acerco hasta la calle Dombriz donde encuentro una casa medieval única, del siglo XV. Un alojamiento alto y estrecho que seguramente se trate de un claro ejemplo de lo que serían las casas que habitaron los judíos de la época.

La fundación de la ciudad y los primeros judíos en Tudela

Tudela había sido fundada en los últimos años de siglo VIII, y seguramente pocos años después harían acto de presencia los primeros moradores judíos en la ciudad. Sin duda fue fundada por musulmanes pero posiblemente ya en la zona habría habido algún tipo de asentamiento previo. La ciudad, debido a su posición y su riqueza, fue creciendo económicamente y en población, siendo con el paso de las décadas un importante centro de estudios, tanto coránicos como rabínicos. Riqueza económica e intelectual iban de la mano.

Es más que probable que los primeros judíos se asentasen desde el mismo comienzo de la ciudad, muchos de ellos provenientes de Tarazona, uno de los enclaves judíos más importantes de la época. Durante los años que habitaron en Tudela vivieron en diferentes partes de la ciudad, constituyéndose una judería primera (o Vetula) y una judería nueva que habitaron en los años anteriores a la expulsión. Una judería nueva en la que encontramos nombres de calles de oficios como Guerreros o Caldereros, y que se desarrolla a partir de las calles San Miguel y del Paseo del Castillo. Se dice que fue Sancho VI el Sabio quien promovió la construcción de éste nuevo barrio.

Además de Benjamín de Tudela, otros dos personajes ilustres pasearon el nombre de la ciudad por el mundo: el polifacético Abraham ibn Ezra, y Yehudi ha-levy, a quien una plaza homenajea en honor a uno de los más grandes poetas hebraico-andaluces (“El Kuzari”, diálogo escrito en árabe es su obra más importante), y quien posiblemente murió cuando iba camino a Jerusalén.

A principios del siglo XII las tropas cristianas se hacen con Tudela. Pocos años más tarde Alfonso el Batallador concedía el Fuero de Nájera a los judíos de la ciudad, en el que se detallaban una serie de privilegios y derechos que pasaban a tener los judíos, y se confirmaba que podían conservar sus instituciones y organizaciones. Son años de gran esplendor económico y cultural, disponiendo de varias sinagogas no sólo para el rezo, sino como lugar de reunión de la comunidad.

Casi seiscientos años permanecieron los judíos en Tudela, años en los que predominó una convivencia pacífica con musulmanes y judíos, pero en los que también se produjeron momentos conflictivos o de tensión. La Peste Negra fue uno de los momentos más conflictivos, ya que se acusaba a los judíos de su creación y propagación para eliminar a la población cristiana. Si hay algo que une a las tres religiones en Tudela es la catedral. Una de las joyas de Tudela que tiene sangre de las tres religiones, podríamos decir que tiene corazón judío y musulmán, ya que fue construida en el año 1119 sobre una mezquita del siglo IX y donde algunos autores localizan en su interior una sinagoga

A finales del siglo XV había algo más de 150 familias (unas 800 personas) en la ciudad. Familias que debieron convertirse al cristianismo o abandonar la ciudad tras el Edicto de Expulsión del año 1492 pero que en Navarra se aplicaría a partir del año 1498, siendo posiblemente los judíos de Tudela los últimos en abandonar España. Aquellos que se quedaron, que fueron un gran número, tuvieron que cambiar de nombre y apellidos. De no mucho les serviría.

El origen de «tirar de la manta»

A pesar de las conversiones al cristianismo, los cristianos nuevos nunca fueron aceptados totalmente. A los cristianos viejos se les “ocurrió” realizar un enorme lienzo dentro de la catedral en el que aparecían los nombres de los conversos, con el objetivo de que se supiesen quiénes eran y así poder mantener una limpieza de sangre. Dicho lienzo se denominó “la manta”, y es de esa época de donde proviene el dicho “tirar de la manta”. Han pasado los siglos, y las razones serán otras, pero todavía se sigue “tirando de la manta”, o al menos amenazando con hacerlo.

Se conserva en Tudela la ketubá más antigua. Se trata de un contrato matrimonial redactado en hebreo en agosto de 1300. Un contrato que si los contrayentes eran de familias importantes podía tener una gran complejidad con gran variedad de cláusulas. Estamos en una sociedad patriarcal y esto queda reflejado en el contrato matrimonial en el que el novio se compromete a “servir, honrar, mantener y sustentar a la novia”. Hay, así mismo, una compensación económica por la virginidad de la novia (mohar).

Entre restos de un pasado judío, calles llenas de historia y el recuerdo de Benjamín de Tudela, se va terminando mi tiempo por la ciudad navarra. Una ciudad que vio nacer a uno de los grandes, y de los primeros, viajeros del mundo y que sin embargo en España no es muy conocido. Es cuando menos curioso que Marco Polo sea célebre para todos y que sin embargo del tudelano y sus aventuras poco se nos haya contado. Sea como fuere, ya no quedan viajes como los de antes.

“Adiós río Ebro. Regresaré aunque sólo sea para morir en tus orillas”.
Benjamín de Tudela