Playas paradisiacas, aguas cristalinas, islas prácticamente desérticas,…pienso en ello y mi mente se va a las Maldivas, a Tailandia o a Cancún, pero nunca hubiera pensado que en Hong Kong pudiera encontrar esos lugares imaginarios y que sin embargo existen. Uno de esos lugares un tanto extraños. De esos lugares con los que Hong Kong te sorprende cuando piensas que ya no quedan sorpresas.
Tung Ping Chau (conviene no confundir con Peng Chau) es una isla pequeña, protegida, a poca distancia de Shenzhen y a unas dos horas en ferry desde los Nuevos Territorios. Una isla con unas aguas cristalinas (sí, aunque suene increíble en Hong Kong existen y se pueden disfrutar las aguas cristalinas) y unas de las mejores y más atractivas costas que podamos encontrar.
La isla plana del este
Tung Ping Chau (Isla Plana del Este) está hoy prácticamente deshabitada con menos de diez residentes, pero no hace muchas décadas se trataba de una isla poblada por unas alrededor de tres mil almas, distribuidas entre diferentes aldeas y dedicas a la pesca y a la agricultura. Que lugares tan maravillosos se hayan despoblado resulta increíble y dice muy poco a favor de la modernización, pero se asume perfectamente cuando me cuentan que ya no hay ferries que funcionen de forma regular, ni electricidad ni agua corriente. Visitar la isla produce además de tranquilidad y sosiego ciertas dudas, dudas sobre cómo han cambiado las prioridades tanto en tan poco tiempo, cómo el vivir en una isla tan maravillosa haya llegado a ser un lujo. Por más que lo pienso no llego a comprenderlo.
Además de los escasos habitantes que aún moran valientemente en Tung Ping Chao, los fines de semana se encontran grupos acampados, familiares de aquellos que una vez poblaron la isla y turistas deseosos de disfrutar de un espacio natural como hay pocos en Hong Kong. Y me cuentan también que un artista local se ha instalando permanentemente en sus tierras, supongo que buscando inspiración en la belleza y la tranquilidad que el lugar ofrece. No debe estar nada mal pasar una temporada disfrutando del silencio y de los sonidos de la naturaleza.
Aguas cristalinas
Si sus aguas cristalinas, su tranquilidad o sus templos (que también los tiene) no llaman lo suficiente la atención, difícilmente se queda uno indiferente ante el dibujo que ha tomado la isla debido a su formación con rocas sedimentarias ni ante sus espectaculares acantilados o sus plataformas creadas durante miles de años por la erosión de las olas. Para apreciar mejor y más calladamente la belleza, bordeo la isla siguiendo un camino de unos seis kilómetros en los que se suceden rocas sedimentarias de vivos colores y paisajes interesantes sin apenas dificultad o esfuerzo, sólo disfrute.
Puede que no esté cerca de nada según los estándares de medida de Hong Kong, pero como todo lo bueno, requiere un esfuerzo para sus disfrute. Un esfuerzo en tiempo que más que tal es disfrute, ya que el viaje en el ferry aunque no sea el más cómodo del mundo, es un espectáculo en si mismo, y te llevará a disfrutar de una vegetación en la que destacan los pandanos, y de una fauna con cangrejos y peces de colores como en ningún otro lugar del territorio. Por unas horas me sentiré parte de un naufragio en una isla paradisiaca.
Al igual que en cualquier otro territorio de Hong Kong, encuentro en Tung Ping Chau un par de templos, como no, uno dedicado a Tin Hau, y el otro a Tam Kung quién todavía, cada diez años, tiene un festival en su honor. Y si no faltan lugares de culto tampoco faltan en la isla historias de piratas, de contrabando de armas y opio, de campos de entrenamiento, de la II Guerra Mundial o de refugiados chinos durante la época de la Revolución Cultural. Una isla que parece un sueño, pero un sueño que puedes vivir si te apetece.