Igual que hicieran durante la Edad Media los Belmanya, Benvenist o Bonfill Bondía entre otros, desciendo los escalones que me llevan hasta los baños de purificación judíos de Besalú. Descender los 36 peldaños y acercarse hasta el agua con una tenue iluminación natural, aun sin profesar la ley de Moisés, proporciona un estado de emoción, la emoción de vivir un ritual que cientos de años atrás realizaban los judíos de la ciudad de forma ordinaria. Esos mismos escalones en piedra tallada que llevan al agua del mikvé han permitido que podamos realizar el trayecto de igual forma que lo hicieran los judíos de Besalú hace siglos. Un sentimiento que difícilmente olvidaré.

Antes de convertirse al judaísmo, la inmersión o tevilá en el mikvé (lugar donde se realizan los baños de purificación que prescribe el judaísmo) es el último paso. No es el único caso de su uso, ni mucho menos. La ley judía establece quiénes deben utilizar los baños rituales y en qué momentos. Algunos se siguen realizando en la actualidad y otras tradiciones han dejado de realizarse, como el hecho de realizar el baño después del sacrificio de un animal.

El mikvé de Besalú

Uno de los rituales de purificación más característicos son los que realizan las novias judías días antes de casarse. Se trata dicha inmersión en el mikvé de un ritual íntimo de gran relevancia (no se trata sólo de las novias, en algunas comunidades los novios también acostumbran a purificarse antes del matrimonio), y no sólo con anterioridad al matrimonio, sino que deben purificarse también después de la menstruación. Se trata de una función de purificación espiritual. Además, realiza el baño de purificación en otras ocasiones como son durante el embarazo o tras el parto. Los hombres muy religiosos, por su parte, suelen purificarse en el mikvé antes del Sabat. Son baños íntegros en el que se sumerge todo el cuerpo por lo que deben tener una profundidad que permita la inmersión completa del mismo.

La mikvé se trata de una pila de agua que debe provenir de un arroyo fresco o fuente natural de agua en circulación no estancada, con una capacidad mínima de 40 sahas y con una serie determinada de escalones, de los cuales los últimos 7 peldaños llevan al agua. Son muchos baños los que hay en la actualidad, incluso en España. Lo que es más inusual es encontrar mikvaot de la época medieval como el de Besalú, uno de los mejor conservados y más bellos de los que encontramos en la Península Ibérica.

Como en muchas otra ocasiones, tenemos conocimiento del mikvé de Besalú por casualidad. En el año 1964 fue descubierto tras unas obras en el lugar que se pensaba era una bodega. Además, se da la circunstancia de que se localiza en la parte subterránea de donde se encontraron los restos de la antigua sinagoga, edificio más importante para la comunidad judía, donde se realiza la oración, se estudiaba, se leía y se explicaba la Torah. Sin duda el centro de la aljama.

Una maravilla de puente

Si el mikvé es la joya de la ciudad (un tesoro del que sentirse orgulloso), su bello y espectacular puente es quizá la imagen más recordada, icónica y, por supuesto, fotografiada hoy día. Un puente con orígenes en el siglo XI pero que ha sufrido diferentes restauraciones (la última tras ser volado en la Guerra Civil). Se trata de una puerta de entrada a la ciudad. Una entrada a un centro medieval como hay pocos en el mundo. Un acceso a unas calles, callejuelas, recovecos y arcos llenos de historia y de leyendas. Al contrario que hace siglos, hoy su entrada no requiere ningún coste y no hace falta pagar impuesto alguno. Cruzar el puente es adentrase en un entramado arquitectónico de una historia y belleza embaucadoras. Besalú es los sitios que te transportan al pasado mientras los recorres y disfrutas paseando. Si no hay mejor forma que entrar al atractivo conjunto medieval que por el atractivo puente fortificado, lo mejor para contemplar toda su belleza es bajarse hasta la orilla del río. Nunca antes vi anochecer de forma tan preciosa ante un puente como la noche que pasé en Besalú.

El puente fortificado o el mikvé son los monumentos más conocidos de Besalú pero su entramado de calles medievales hace que disfrute de lugares tan atractivos como el portal de Rocafort, ya en los límites del barrio judío, o de su plaza porticada. Y si abrimos bien los ojos al recorrer las calles medievales, en algunas de las puertas podemos encontrar el hueco de la mezuzá (“y las escribirás -las palabras de Dios- en las jambas de las puertas de tu casa y en los portales de la ciudad») lo que indica que la vivienda fue habitada por una familia judía. Se trataba de un pergamino con inscripciones de pasajes bíblicos que se colocaba en los dinteles de las casas.

Calles medievales llenas de historia

Unas calles realizadas de forma irregular para poder adaptarse al trazado de la villa. Unas casas de piedra que se suceden, sorprendiéndonos cada poco con arcos, callejones y escaleras. Unas escaleras me llevan de una calle preciosa o otra que lo es incluso más. Desde que cruzo el Puente Viejo entro en un mundo antiguo que atrapa. Mucho mejor a primera hora de la mañana, cuando Besalú comienza a desperezarse, que horas más tarde cuando son los turistas quienes te atrapan. No se puede pretender ser tan bonita y que no se masifique.

Hay que remontarse a mucho antes del siglo X, año en que ya aparece documentado, para ver el nacimiento de Besalú. Un nacimiento que se produciría con anterioridad a la construcción de su castillo sobre restos medievales de la Alta Edad Media. La villa poco a poco fue creciendo alrededor de su castillo hasta formar una villa fabulosa en la que hoy todavía todavía podemos recorrer sus calles. Sus primeros moradores encontrarían en su lugar lo que después hallaron celtas e Íberos entre otros, un lugar estratégico como pocos en la región.

Con su sinagoga (o al menos su alma) y su mikvé de los siglos XII y XIII, el barrio judío de Besalú es muy atractivo para el visitante. Un barrio judío que llegó a albergar un aparte importante de la población de la comarca de la Garrotxa, entre las que destacaban, por su importancia y su fama, los médicos. En principio los judíos no tenían permiso para tratar a pacientes cristianos aunque muchos de ellos estuvieron al servicio de los reyes (en Besalú vivió Abraham des Castlar, autor de varios tratados médicos sobre fiebres y pestes escritos en hebreo). Unos judíos que posiblemente se instalasen en el lugar en el siglo IX aunque bien pudiera haber casos anteriores como en otros lugares de la Península Ibérica.

Al igual que en otras ciudades y villas de la antigua Sefarad, el bienestar de la comunidad judía tuvo sus altibajos y el año 1391 sería crucial como comienzo de la decadencia de su comunidad en la región. Tras las persecuciones de finales del siglo XIV ya nada volvería a ser igual. Los judíos, primero presionados y después obligados, fueron abandonando su hogar y emigraron, seguramente cruzando el río Fluviá por el precioso puente diciendo adiós a la que fue su casa durante muchas generaciones y a la que nunca más volverían. No sabemos si se llevarían las llaves ante la posibilidad de un futuro retorno. Posiblemente no, y lo único que llevasen consigo fuese una mezcla de amor y odio a un patria que fue suya y les fue arrebatada. Una expulsión que nos privó  de una comunidad entera pero que no evitó que el poso de los siglos de su presencia siga presente, como por las calles de Besalú.