Aunque parezca lo contrario, Burgos es mucho más que su catedral y sus morcillas. Y lo del famoso fresquito es un cuento chino. En invierno hace frío de verdad y durante varios meses. Ese frío que forma estalactitas debajo de tu nariz. Un frío que es parte de la ciudad. No hay que preocuparse, sea cual sea la estación del año, siempre se puede disfrutar de Burgos. Se mire por donde se mire, es una ciudad bellísima. Y se mire desde donde se mire, se puede observar su imponente catedral. Ya sea desde lo alto del castillo, cruzando el Arco de Santa María o desde cualquier callejón encontraremos vistas únicas y diferentes. Y nos enamorará.

La catedral es la excusa para disfrutar de una ciudad que está cerca de todos los sitios y en la que comerás como en pocos lugares. Una vez pruebes los asados burgaleses, lo demás te parecerá fast food. Y, si los acompañas con vinos de la zona, entonces ya no querrás beber ninguna  otra cosa. Bueno, quizá para desayunar sí, los cereales con vino son un poco fuertes a primera hora de la mañana.

Y si la catedral es un referente arquitectónico gótico medieval, el recientemente inaugurado Museo de la Evolución es un referente mundial en temas de evolución (los yacimientos de Atapuerca se encuentran muy cerca), además de ser en sí mismo un edificio de gran valor arquitectónico.

Una vez vista la catedral y el museo, y una vez comido y bebido como reyes, lo mejor es recorrer la ciudad a pie. Si hay una cosa con la que disfruto en las ciudades es con deambular y perderme por sus callejuelas. Así subo hasta el castillo, que aunque no sea nada espectacular, alberga un pozo del siglo XII con más de 60 metros de profundidad y 300 metros de longitud. Bajar por su escalera de caracol y caminar por sus galerías supone entrar en ese imaginario popular de aventuras, tesoros, secretos y leyendas de siglos pasados.

El Espolón, paseando entre plátanos

Ir a las plazas mayores es casi una obligación, y en Burgos no haré una excepción. Lo mejor es primero pasar a saludar al Cid, bueno, a su estatua. Mientras observo su imponente figura pienso que si fuese verdad tan sólo la mitad de las cosas buenas que cuentan de él, seguro que debió ser un personaje admirable. Incluso si fuesen verdad la mitad de las cosas malas que cuentan de él, sería incluso más de admirar. Es lo que tienen los héroes de leyenda. El caso es que al Cid se le dedicó un Cantar durante los años que siguieron a su muerte en 1099, y hoy día puedes realizar un viaje por los sitios que recorrió en vida, entre los que se encuentra Burgos.

Mientras voy pensando en el Cid y algunas leyendas, la tarde está apunto de dejar paso a la noche. Me encuentro frente a El Espolón. Pasear entre unos plátanos entrelazados que forman una especie de túnel, ubicado en el centro mismo de Burgos, me parece una cosa única, así que decido hacerlo despacio y disfrutarlo lentamente. Mientras camino tengo la sensación de que los burgaleses al caminar conviven con esos árboles, que no son simplemente decorativos. No hay muchos paseos en el centro de las ciudades como éste, con edificios a un lado, árboles en el medio y el río Arlanzón al otro costado. Todo lo que me habían contado era cierto y lo constato: Burgos es una de las ciudades españolas que más y mejor ha sabido integrar la naturaleza en la urbe.

Otra parada es en el Arco de Santa María, lo cruzo en el sentido contrario al que seguramente lo cruzó el Cid, y cómo no, ahí está la catedral esperándome. Disfruto de sus vistas y de su presencia camino de la Plaza Mayor. Puede que haya otras plazas más espectaculares, pero la de Burgos me parece muy acogedora, llena de vida y plagada de gentes que hacen de ella un lugar habitable y de disfrute, como si fuera su propia casa.

El Patillas, un bar fascinante

Sin darme cuenta el día se va terminando. Es difícil disfrutar de Burgos en un sólo día, así que para la jornada siguiente dejo los dos edificios religiosos característicos de la ciudad y de gran valor histórico: La Cartuja de Miraflores y Las Huelgas, con sus vidrieras, sepulcros reales y textiles medievales. Mientras voy pensando en el día de mañana, me acuerdo que alguien me dijo que si iba a Burgos la visita no estaría completa sin acercarme al bar El Patillas. Así que decido ir a echar un vistazo y una cerveza. Al final serán varias cervezas y el vistazo será detallado; con razón me lo habían recomendado. Posiblemente sea uno de los bares más emblemáticos del mundo en donde la gente toca y canta de forma espontánea (incluso Joan Báez recientemente) y de forma gratuita. La bebida tiene precios populares, sus paredes están llenas de historia y de historias y el baño sigue siendo compartido como hace 100 años. El Patillas es de esos bares que visitas y te dejan un regusto de bienestar, de seguir creyendo que la modernización está bien, pero que ésta no lo invada todo y que siga dejando espacios en los que te haga sentirte como en casa.

Puede que Burgos sea parte del Camino de Santiago, del Camino del Cid o tenga una catedral gótica Patrimonio de la Humanidad, pero son lugares como El Patillas los que hacen que las visitas merezcan muy mucho la pena.