Después de casi una década por tierras del Puerto Fragante, ex colonia británica conocida comúnmente como Hong Kong, no veía una vuelta más adecuada a la tierra patria. Volver en avión me daba un poco de agobio, dejar atrás la experiencia en Hong Kong y en menos de 20 horas empezar la aventura hispana me daba noseque. Regresar en tren fue otra opción, pero más lioso y tampoco era mi idea volver estresado por los visados, los idiomas varios, los cambios de trenes y demás asuntos. Así que, entre unas cosas y otras, me presenté en Singapur, desde donde salía mi barco, sin saber muy bien lo que encontraría en el viaje de regreso. Una cosa si que tenía segura: iba a disfrutar de tener tiempo para no hacer nada; todo un lujo se mire por donde se mire. O para hacer lo que quisiera; iban a ser 3 semanas sin internet, ni llamadas telefónicas y con unas rutinas totalmente diferentes a las que estaba acostumbrado.

“¿En barco?” Ese fue el comentario más generalizado que escuché cuando informé de que mi periplo por Asia llegaba a su fin y que había decido hacer el viaje de vuelta a la Vieja Europa a lomos de un carguero. Después de años por el Lejano Oriente, volver a casa en un barco de mercancías me parecía lo más lógico; era un cambio importante en mi vida como para hacer el trayecto por los aires y en pocas horas pasar, no ya de un continente a otro, sino de una forma de vida a otra que ahora me esperaba.

Poca gente sabe que se puede viajar en un buque mercante, y el que lo sabe o intuye, desconoce los detalles. Que si no existen, que si son baratos, que si son incómodos, que si tienes que ayudar a recoger el ancla y limpiar los motores… nada de eso. Es más que factible hacer un viaje en carguero, incluso, se puede dar la vuelta al mundo (para la próxima); pero, no son baratos, son tan cómodos como tu casa y no sé si tienen ancla, pero, si la tienen, debe ser gigangtesca para sujetar a un mastodonte de casi 400 metros de largo… y no hace falta tu ayuda. ¿Que van lentos?, pues tampoco; van a su ritmo, que es el tuyo también.

Surcando el mar lentamente

Si el viaje es lento y no es barato, entonces ¿por qué?, ¿haces escalas en sitios increíbles? Nada de eso; las tres semanas de Singapur a Le Havre en Francia transcurrieron a bordo (a excepción de una parada fuera de lugar en Malasia para sellar el pasaporte; ¡cosas de la burocracia! y otra más en Italia en relación a unos migrantes, pero eso es otra historia). ¿Entonces? Pues quizá por sentir una forma de viajar como se hacía hace muchas décadas, una forma de viajar en la que importa el destino, pero tanto más importa el viaje en sí: no se buscan aventuras, ni paisajes sorprendentes, ni ciudades recónditas, ni museos de vanguardia; un viaje en busca de tiempo para uno mismo.

Viajando en barco se busca tranquilidad, y sobre todo se busca no buscar nada, dejarse llevar por nuevas experiencias, por nuevas formas de ver el mundo, por ver como amanece en alta mar y cómo se pone el sol, por cruzar el Canal de Suez o por saber cómo es la vida de la gente que se pasa meses fuera de casa sin ver a la familia ni a los amigos. Como pude comprobar, la tripulación termina por ser su segunda familia y amigos, si bien separados en dos grupos: croatas, la mayoría de los oficiales, y filipinos, la tripulación con los trabajos menos apetecibles y peor remunerados. Es curioso como la gente con menores ingresos es capaz de disfrutar mucho más la vida. Gracias a los filipinos me sentí como en casa desde el primer día; me trataron como si fuera uno más y quedaré siempre agradecido. ¡Cómo les gusta el karaoke!

Sin más reloj que las comidas

Cuando los aviones empezaron a surcar los aires, los viajes en barco de largo recorrido fueron perdiendo pasajeros poco a poco hasta llegar a no ser casi conocidos en la actualidad. Quizá no sea la misma sensación que se tenía al viajar en los trasatlánticos de hace 100 años, pero seguro que algo se le parece; o quizá no, eso nunca lo sabré. El caso es que, desde el primer momento que subes al mercante, empieza la aventura o la novedad de surcar los mares. Lo más importante a tener en cuenta es que la tripulación está trabajando y no a tu servicio. Al poco de comenzar la travesía y sin siquiera zarpar, empieza lo que durante los días será mi único reloj, el horario de las comidas; desayunos, comidas y cenas se van sucediendo sin que te des cuenta. Es mi única atadura durante el viaje, el resto del tiempo lo paso deambulando por la cubierta, observando el infinito, leyendo, mirando por el ojo de buey de mi cómoda habitación (aunque lo que se vea no sea el inmenso mar sino un contenedor azul que me acompañará todo el trayecto), viendo películas o jugando al ping pong con un cadete de Shanghai.

Después de 3 semanas surcando los mares llego a Le Havre. El viaje se ha esfumado y ya sólo quedarán los recuerdos. Los recuerdos de un sorprendente mar infinito.