Una de las cosas más fascinantes de Hong Kong son sus islas. Todo es enriquecedor en las visitas a cualquiera de ellas, pero en especial a las más pequeñas. El trayecto en ferry, sus gentes, las comidas, los paseos…; bien es cierto que cada una tiene su especificidad, pero en general en todas encuentras cosas maravillosas.

Una de las islas que más me atrae es Tap Mun (o Grass Island); visitarla es descubrir un mundo en las antípodas del centro de Hong Kong. Ya desde el viaje en el ferry, transitando por parajes preciosos, quedo fascinado de cómo puede cambiar la vista en apenas minutos: los aburridos edificios de hormigón se transforman en naturaleza, agua y belleza. Llego a la isla con un sentimiento agradable, de bienestar, que preconiza que será un gran día en un gran lugar.

En Hong Kong como en Suiza

Poco a poco la isla se ha ido despoblando, de tener unos 2000 residentes hasta quedar poco más de cien en la actualidad (hakka y tanka, gentes de barco que han vivido gran parte de su vida en y del mar); es una pena cómo los asentamientos urbanos del centro están atrayendo a gentes de todos los rincones de Hong Kong dejando éstos desérticos; la gente se va, pero Tap Mun sigue allí con todo su esplendor, con sus colinas de hierbas, sus impactantes rocas en el mar, sus vacas pastando y paseando a sus anchas, más a gusto que en Suiza; con sus historias apasionantes de piratas y de productos de contrabando. Todo eso queda fluyendo en el aire, esperando a que alguien retome la historia, que la isla recobre su vida del día a día y no quede como un refugio de fin de semana.

Pasear por Tap Mun es simplemente increíble. Las vistas de las montañas con el mar son sublimes; las cometas volando, las vacas pastando, las tiendas de campaña y las gentes mirando al mar se mezclan hasta formar una imagen única, perfecta, donde nada sobra ni falta; esa imagen de postal que quisiera que fuese para siempre, que este pueblo de pescadores fuese mi hogar y que sus vistas panorámicas las pudiese ver cada mañana, que su brisa me refrescase cada tarde.  Pero no, no soy de Tap Mun y al acabar el día tendré que retornar, eso si, no sin antes comer. A pesar de que los pueblos de pescadores de Hong Kong cada vez tengan menos pescadores y con ellos menos restaurantes, los que quedan son deliciosos; no me puedo marchar sin probar su marisco (¡que le den a la dieta un día más!).

Sus templos (cómo no, hay uno dedicado a Tin Hau para proteger a los pescadores), sus barcos de pesca en la playa, su escuela King Lam cerrada y abandonada, su ausencia de vehículos a motor; su comida y sus paisajes, sus edificios antiguos y sus impresionantes vistas al océano desde cualquier lugar. Tap Mun es definitivamente maravillosa y con esa imagen agradable de sus vacas pastando en sus laderas me vuelvo al ruido y al hormigón de Hong Kong. Me sigue sorprendiendo cómo se puede producir un cambio visual tan grande en tan poco tiempo.