Hija del banquero Diego Susón, la bella judía sevillana Susana Ben Susón (Susona) se enamoró de un caballero cristiano perteneciente a una de las familias nobles más importantes de la ciudad. Una noche al volver a casa, escuchó a un grupo de judíos entre los que se encontraba su padre, cabecilla de la trama, una conspiración para intentar desestabilizar el poder de la ciudad con la ayuda de los musulmanes. La muchacha, asustada por lo que le pudiera acontecer a su enamorado (parece ser que estaba entre las personas a las que iban a asesinar en Sevilla), le contó los planes de su progenitor para intentar salvarle la vida. Y se la salvó…a costa de la de su padre.  

Sevilla, finales del siglo XV. Tras las matanzas en la judería de 1391, algunos judíos, y sobre todo judeoconversos, habían vuelto a su ciudad, a la que consideraban su casa. Muchos de ellos se habían bautizado y convertido al cristianismo en contra de su voluntad, y a pesar de ello sentían que se les presionaba y marginaba social, cultural y religiosamente de manera injusta. Con los años, y después de vejaciones que consideraron excesivas, intentaron dar un golpe en la ciudad.

La calavera de Susana Ben Susón

El amor cegó a la bella judía que no supo ver cómo ponía en peligro no sólo a su familia, sino a toda la comunidad. Una vez que se saben los planes del grupo de judíos (el amado había acudido raudo y veloz a contar la conspiración a las autoridades), estos son detenidos, condenados a muerte y ahorcados. Además del banquero, figuraban en la lista grandes mercaderes y personas acaudaladas de gran prestigio. Se habla, que además de a los cabecillas y personajes importantes de la ciudad, con el paso del tiempo más de mil personas también serían ajusticiadas por tener relación con dicha confabulación. 

La muchacha no entendió, o no quiso entender, de asuntos políticos o religiosos, y se dejó llevar por el amor. Parece, que tras la desgracia acontecida, fue bautizada y se recluyó en un convento. Cuenta la leyenda que dejó testamento en el que disponía que tras su muerte separasen la cabeza del cuerpo y que ésta se expusiera al público. Pasando por la calle Susona (antigua calle de la Muerte, por motivos obvios) aunque la busquemos, ya no podemos ver la calavera de la desdichada, pero sí el hueco donde estuvo colocada. Dos azulejos decorados nos recuerdan la leyenda o nos cuentan la historia, uno tiene una calavera y un texto el otro:

“En estos lugares, antigua
calle de la muerte pusose la cabeza
de la hermosa Suona ben Suzón
quien por amor a su padre
traicionó y por ello atormentada
dipúsolo en testamento”. 

Judíos en Sevilla

Tres puertas tenía el barrio judío que lo comunicaban con el exterior. Durante muchos años, dichas puertas se cerraban al caer el sol y sólo se abrían al día siguiente por la mañana. Como en otras aljamas de la Península, la sevillana dispone de sus propias instituciones, dirigidas por un consejo de ancianos, albergando la ciudad varias sinagogas (muchas convertidas después en iglesias) que prestaban servicio a una de las comunidades judías más numerosas e importante de la antigua Sefarad. 

Aunque no sabemos con certeza cuándo se asentaron los primeros israelitas en la península Ibérica, sí que hay constancia de que ya con los tartesos había comercio. Sevilla sin duda sería de las antiguas poblaciones donde se asentasen desde el comienzo debido a su importancia económica. Ya desde tiempos lejanos había sido una urbe de gran importancia y con la presencia musulmana, a la cual ayudaron los judíos a su llegada e implantación, vio cómo el peso de la comunidad hebraica en la ciudad se reforzaba y goza de gran importancia, sobre todo en temas financieros.

Un ambiente cada vez más tenso

Al igual que en otras poblaciones, los judíos sevillanos realizaban préstamos (ya que estaba prohibido para los católicos), trabajo que les acarreaba cierta animadversión en muchos casos. Hay quien apunte, con poco margen de error, que muchas de las campañas que se realizaron contra ellos fueron, entre otras razones, para dejar de pagar las deudas que se habían contraído con ellos en el transcurrir de los años. Sin duda la peor de las campañas fue la de 1391, año en el que se arrasó la aljama judía con miles de muertes. Acabando con los judíos, se acababa con las deudas. El odio hizo el resto. 

Los judíos habían sufrido durante el siglo XIV el odio cristiano, siendo posiblemente el peor de los siglos de toda su existencia en la península. La convivencia durante muchas décadas había sido cordial, o al menos no había un odio tan latente como el que se desataría a partir de 1354, año que se acusa a los judíos de profanar la hostia. A esto se sumaba el malestar cristiano por las consecuencias que estaba dejando la peste desde 1348, y de la cual acusaban de su creación y propagación a los judíos. 

Pasaban los años y el ambiente en Sevilla era cada vez más tenso, sólo faltaba encender la mecha. Una mecha unida a una bomba de gran  tonelaje. Es en el año 1391 cuando Ferrand Martinez, Arcediano de Écija, recorre Sevilla instigando a la población cristiana a sublevarse e ir contra el pueblo hebreo. El resultado fue catastrófico para la comunidad judía. La judería sería arrasada, los judíos apaleados y asesinados, y la aljama destruida. Ya nada sería igual. Una judería que habría contado, según algunos autores, con alrededor de 5000 personas, quedaba prácticamente desierta con el asesinato de unas 4000 almas, y la huida del resto. En Sevilla no habría que esperar a 1492 para la expulsión de los judíos, ya se les había masacrado antes y no quedaba casi nadie a quien expulsar.

Abraham Zacuto y las viajes de Colón

Se perdía no sólo una comunidad religiosa, sino un apoyo económico, y un conocimiento que serían irrecuperables: médicos, filósofos, astrónomos,…dejarán la ciudad y se llevarán el conocimiento con ellos. De entre la gran cantidad de científicos judíos de Sefarad de los siglos XV y XVI, habría que destacar a Abraham Zacuto. Fue parte fundamental en las descubiertas de los navegantes portugueses y españoles, y estuvo presente en la expulsión de los judíos, primero de tierras de Castilla y Aragón, y después de Portugal. Él, que había contribuido a los viajes de los descubridores (o avistadores) ibéricos, ponía rumbo lejos de su hogar, obligado a dejar su casa y su patria, llegando primero a Túnez y después a Jerusalem, pudiendo morir años después en Damasco. 

Se trata de uno de los científicos que más influencia tendría en los viajes de Colón. Su Almanaque Perpetuo se conserva en al Archivo General de Indias. Una obra que sería de ayuda inestimable para los navegantes de la época. Nacido en 1452, su pasión y más fructíferas investigaciones, las realizó en el campo de la astronomía. Siendo consejero del rey Portugués Juan II antes de que partiese Vasco de Gama hacia la India, parece ser que (aunque hay estudiosos que lo ponen en duda) Abraham Zacuto fue el encargado de realizar los cálculos navales y astronómicos de dicho viaje, además de enseñar a la tripulación cómo utilizar el astrolabio. Sus estudios de astronomía y sus tablas marítimas fueron una auténtica revolución en la época. 

Al pobre Zacuto, sus grandes aportaciones no le evitaron un deambular por el mundo siendo perseguido, al igual que sus hermanos de religión. Pasados los siglos, el gran legado que nos dejó sí que le valió para que un crater de la luna, el Zagut, se denomine así en su honor. 

El eclipse de luna que salvó a Colón

Cuenta la leyenda, una más, que Colón se valió de las tablas de Zaguto para ganarse el respeto de los nativos de Jamaica. Era febrero del año 1504 y Colón con su flota habían quedado abandonados en la isla del Caribe. Debido a la aversión de los nativos hacia ellos, no disponían de comida ni bebida. Cristóbal, de apellido Colón, basándose en las tablas del científico judío, predecía que el día 29 de febrero de 1504 habría un eclipse lunar. Reunió a los jefes nativos y les amenazó con hacer desaparecer la luna si no les entregaban víveres y bebida. El eclipse ocurrió y los nativos quedaron atemorizados con Colón, que desde entonces se ganó su respeto.

A parte de las historias, de las leyendas y del legado de la comunidad hebrea testimoniada en la ciudad, la presencia judía la podemos apreciar en el nombre de algunas calles, como la mencionada Susona, Judería o Levíes, ésta por haber albergado el palacio de Samuel ha-Levi durante las temporadas que éste vivió en el actual Barrio de Santa Cruz de Sevilla. Unas calles y una judería que bien merecen ser recorridas dejándose llevar por las leyendas que allí acontecieron. Sevilla tiene un color especial y una judería espléndida.