No parece difícil imaginar la cara de asombro de los salmantinos al ver la llegada de Aníbal Braca con su ejército. Un ejército cuando menos exótico. Era el año 220 aC. y el general cartaginense tomaba Salamanca posiblemente montando alguno de los cuarenta elefantes con los que se comenta que llegó a la ciudad. Su objetivo final era la conquista de Roma para lo que necesitaba alimentar a su ejército y en la zona había abundancia de cereales. 

Breve estancia de Aníbal

La estancia de Aníbal y los cartagineses no sería muy prolongada. Tras ellos, décadas después, serían los romanos los que convertirían Salamanca en un enclave importante, en un punto estratégico en la Vía de la Plata. Desde entonces podemos atravesar el río Tormes caminando por el Puente Romano, construido para facilitar el tránsito entre Mérida y Astorga. Casi dos mil años en pie y sigue en funcionamiento. No hay como hacer las cosas a conciencia. 

Con el final de Roma, Salamanca viviría siglos de decadencia. Un declive que duraría hasta la Edad Media. Llegaba el siglo XI y Salamanca era repoblada con francos y gallegos principalmente. La sede episcopal se restauraba en el siglo XII y se comenzaba a construir la catedral (románica). El siglo XIII destaca por recibir los fueros del rey Alfonso IX de León, y sobre todo por la fundación de los Estudios Generales en 1218, lo que sería el germen de la universidad. Pasarían los siglos XIV y XV entre crisis y conflictos, y llegará el XVI, momento relevante. 

Renacimiento y universidad

El siglo XVI sería de gran importancia para Salamanca, convirtiéndose en la ciudad renacentista más importante de la península. Aumenta la población, se calcula que en la época vivirían unas 25000 personas, debido a la prosperidad económica y social. El comercio y la actividad lanera tuvieron mucho que ver en este crecimiento. La ciudad, en gran parte por la universidad, se convertía en un foco cultural atrayendo a la vez a un gran número de estudiantes y de órdenes religiosas. Se trata de una época en la que se construyeron gran cantidad de palacios, conventos y colegios con un estilo predominante, el Plateresco. 

Son más de 800 años de historia universitaria ininterrumpida desde que Alfonso IX crease en 1218 las “Scholas Salamanticae”. Se trataba de una de las primeras universidades europeas, junto a las de París, Oxford o Bolonia, siendo la única española que ha mantenido su actividad durante todos estos siglos (la primera sería la de Palencia de 1212 con el rey Alfonso VIII de Castilla). Será en 1254 cuando Alejandro IV, con las bulas pontificias, reconozca la validez universal de la institución. A parte del saber, y la atracción por el conocimiento, la Universidad de Salamanca tiene un patrimonio material espléndido, edificios que enamoran a los  visitantes por su belleza y valor histórico. La antigua biblioteca, el Patio de las Escuelas o las Escuelas Mayores son algunos de los ejemplos. 

En la Universidad de Salamanca trabajaron personalidades de repercusión mundial como Abraham Zacut, quien desarrollaría el Almanach perpetuum, con una influencia decisiva en la navegación de la época en los viajes transcontinentales. Por su parte, Francisco de Vitoria y su pensamiento pusieron Salamanca en el origen del Derecho Internacional. También pasaría por sus aulas Fray Luís de León (“decíamos ayer” es la frase que se le atribuye el día que volvía a dar aulas tras pasar algunos años en la cárcel. Puede que el hecho no sea cierto pero es sin duda una de las frases más famosas de Salamanca) o Francisco Salinas. 

Hablando de frases, de época más reciente es la famosa (aunque pudiera ser que nunca fuese dicha de esta manera) atribuida a Miguel de Unamuno frente a Millán-Astray: “venceréis pero no convenceréis, venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir”. Si hay un escritor ligado a la ciudad es sin duda Unamuno, quien fuera rector de su universidad durante dos periodos de su vida. 

En la fachada de la Universidad hay siempre una aglomeración de personas buscando y rebuscando con la mirada. Se trata de una rana (posada sobre una calavera). Una leyenda nos cuenta que el alumno que no la encuentre tendrá que repetir el curso. Parece que la rana de la portada tendría su origen en un aviso a los alumnos sobre su comportamiento. Era sabida la vida disoluta de muchos estudiantes en la ciudad (unos 6000, todos varones, en el siglo XVI). La rana representaba la lujuria, asociada a la muerte al representarla encima de una calavera. 

La universidad, con una vitalidad enorme, es el nexo que nos trae el pasado hasta el presente. Una universidad que sigue atrayendo a estudiantes, tanto del resto de España como del extranjero, haciendo de Salamanca una ciudad llena de energía donde conviven gentes de todos los continentes con ganas de aprender. Por otra parte, se trata de un referente mundial en la enseñanza del español. 

Si la búsqueda de la rana en su portada es el pasatiempo más demandado por los visitantes, no es menos llamativa su biblioteca antigua. Una auténtica joya en la que los turistas pasan menos tiempo que en la búsqueda del anfibio. Cuestión de prioridades. O de curiosidades. Como curiosa es la visita al aula donde dio clases Fray Luis de Leon y donde se supone que pronunció aquella famosa frase. El tiempo pareciera haberse parado en la universidad. 

Llama la atención mientras visitamos la universidad los vítores que encontramos pintados en algunas paredes. Uno de los símbolos más característicos y tradicionales visibles en varios edificios vinculados con la universidad. Unas pinturas en tonos rojos que eran realizadas por los propios estudiantes al terminar los estudios de doctorado. Hoy, además de por el doctorado, encontramos también vítores en honor a personalidades o instituciones destacadas que han visitado la universidad o con una relación especial con ella. El color rojizo procedía de los elementos empleados al ser una mezcla de sangre de toro, aceite y arcilla. 

La Plaza Mayor y las dos catedrales

En 1988 se convierte Salamanca en Patrimonio de la Humanidad. Entre los criterios que se tuvieron en consideración destacaron la Plaza Mayor como logro único del barroco, el arte churriguerismo y su influencia tanto en España como en América Latina, y la Universidad de Salamanca, una de las instituciones académicas mejor valoradas de Europa con un rico patrimonio arquitectónico. 

Si la universidad es el latir de la ciudad, su Plaza Mayor es, posiblemente, el lugar más transitado. Uno de los mayores ejemplos de la arquitectura barroca del siglo XVIII. Una plaza llena de vida sin importar la fecha ni la hora. Una plaza para disfrutar de ella y en ella. Una plaza que desde hace algunos años celebra por anticipado una fiesta de fin de año y que se ha convertido en uno de los eventos más populares de la ciudad. Comenzó a construirse por decisión de Felipe V en 1729 (con planos de Alberto de Churriguera) y se terminaría en 1755, habiendo participado en la obra Andrés García Quiñones, Nicolás de Churriguera y José de Lara de Churriguera. Se trata de una de las construcciones urbanas más importantes del siglo XVIII europeo y sin duda una de las plazas más bonitas del mundo. 

Son pocas las ciudades españolas que tienen dos catedrales, Salamanca es una de ellas (además de Vitoria, Lérida, Zaragoza, Cadiz y Plasencia). La Vieja que se comenzó a construir en el siglo XII y que al comenzarse a levantar la nueva permaneció en pie, y la Catedral Nueva, que se iniciaría en el siglo XVI pero que no se terminaría hasta el XVIII. Se trata de una de las catedrales más grandes de España. La vista desde la alturas que ofrecen las terrazas exteriores son espectaculares. Un mirador desde el que contemplar la ciudad y los alrededores durante horas. 

Al igual que en la fachada de la universidad, en la Catedral Nueva se encuentran varias figuras que llaman la atención de los visitantes. Sea la hora que sea siempre hay curiosos mirando atentamente la Puerta de Ramos. Lo que buscan con tanto interés son un astronauta y un dragón comiéndose un helado, unas tallas realizadas con motivo de la celebración de las Edades del Hombre en Salamanca en 1992. Una restauración llevada a cabo por Miguel Romero quien de esta forma dejaría su “marca”. 

Una ciudad literaria

La literatura ha dejado un gran poso en la ciudad. Salamanca le debe mucho a los escritores (quizá lo mismo que le deben los escritores a la ciudad). Sentimos ese poso literario en nuestro caminar. De entre todos los libros o novelas relacionados con la capital salmantina sin duda el más popular es El Lazarillo de Tormes. Nos recuerda el libro las estatuas de los dos protagonistas de la novela en los aledaños del Puente Romano, además del becerro donde estampa el ciego a su lazarillo de un manotazo. 

No sólo el Lazarillo hizo famosa la ciudad en la literatura. En el centro de Salamanca encontramos el Huerto de Calisto y Melibea, un jardín que nos lleva hasta La Celestina de Fernando de Rojas. Sería en este lugar donde se desarrolla parte de la trama de la novela. 

De Salamanca hablarán maravillas desde Cervantes en su novela El Licenciado Vidriera (“advierte, hija mía, que estás en Salamanca, que es llamada madre de las ciencias…”), Lope de Vega, Calderón de la Barca o Víctor Hugo. 

Caminando entre leyendas

Es muy agradable recorrer Salamanca a pie, tal vez una de las ciudades más acogedoras para el visitante que gusta de disfrutar las ciudades caminando. Sin querer se descubren plazas, calles, callejuelas y rincones que nos sorprenden. Nos encontramos con conventos o palacios, y sentimos la presencia (y su recuerdo) de los personajes que los habitaron. Una sucesión de edificios históricos con rincones menos explorados que hacen del centro un museo arquitectónico al aire libre. Unos edificios de vida propia que presentan un casco histórico con una admirable integridad. 

Si la ciudad es reconocible en las frases de Fray Luis de León o Unamuno, también lo es por sus historias o leyendas. En 1542 Francisco de Solís fundó el Colegio Menor de la Concepción de Huérfanos con el objetivo de educar a niños sin padres, como lo había sido él (adoptado por la familia Maldonado, quien le daría una nueva vida y la oportunidad de estudiar). Lo curioso de este colegio es que los alumnos podrían estudiar la materia que quisieran excepto medicina. Esta excepción tenía sus raíces en que Francisco de Solís había sido un prestigioso médico pero fue incapaz de curar a su madre adoptiva de una depresión que la llevaría a la muerte. Tan culpable se sintió que abandonaría su profesión. En este colegio se encuentra hoy día la Facultad de Comunicación. 

Caminando encontramos curiosidades como el nombre de la calle Tentenecio. Comentan que se denomina así desde el día en que San Juan de Sahagún iba caminando por ella y un toro fue a embestirle. El susodicho personaje en vez de salir corriendo le grió: “Tente, necio” y el toro se detuvo. El nombre de la calle parecía claro. 

El terremoto de Lisboa

Un personaje típico de la ciudad es el Mariquelo. El terremoto de Lisboa (1 de noviembre de 1755) tuvo su impacto en Salamanca. Muchos habitantes de la ciudad, una vez se sintieron los primeros temblores, se refugiaron en la catedral, posiblemente para estar más cerca de Dios. Aunque se destruyó la cúpula principal, y posteriormente la torre de la Catedral Nueva tuvo que ser reforzada, el templo se mantuvo en pie y no hubo víctimas.

El Cabildo Catedralicio, en agradecimiento por los designios divinos que habían salvado a la población de Salamanca, hizo que cada año el día 31 de octubre una persona subiera al campanario a repicar las campanas, y ya de paso a revisar el estado de la torre. El encargado de la tarea fue un miembro de la familia que vivía en la catedral, conocidos como los Mariquelos.

Desde aquel año fatídico un componente varón de la familia cumplió con la tradición hasta el año 1976. Una tradición que se retomaría nuevamente en 1985, años en que Ángel Rufino de Haro, primer mariquelo no perteneciente a la familia, volvía a subir a la torre, ahora ya vistiendo un traje tradicional, y tocando la gaita y el tamboril.

Otra leyenda nos cuenta que las 300 conchas que lucen en la fachada del palacio gótico de la Casa de las Conchas esconden un gran secreto en forma de tesoro: unos afirman que se trata de las joyas de la familia, otros piensan que lo que esconden es oro. Sea como fuere, al pasar la próxima vez y observar el palacio lo miraremos como se observan esas cosas que nos intrigan. Esos misterios que hacen las ciudades mucho más interesantes y que constatan que no todo lo que está a la vista es visible.