Una carretera de curvas interminables nos lleva a uno de los pueblos más originales de todo Irán. Poco a poco y según nos vamos acercando, se empieza a presagiar la belleza que me espera. Jamalian, quien me acompaña en el trayecto, me comenta que sólo ha estado una vez hace ya mucho tiempo, pero que le parece un pueblo precioso. Nos vamos introduciendo en el valle lentamente hasta que a la vuelta de una curva y en frente, se nos presenta hermoso y rojo. Abyaneh nos saluda y nos da la bienvenida.
Abyaneh llama la atención visualmente no sólo por el rojo de sus casas sino porque sigue manteniendo una forma de vestir única en Irán. Una vestimenta que mujeres y hombres lucen a diario no sólo los días de fiesta. Aun siendo el pueblo un destino popular entre aquellos que viajan por Irán, sigue transmitiendo un algo especial al que por allí se deja caer. El paso del tiempo y la búsqueda de nuevas oportunidades de los jóvenes han hecho que la población haya envejecido, que prácticamente no se vean niños correteando por las calles. Que esa actividad y ese bullicio por sus calles que se intuye de un pasado no muy lejano, se tenga que imaginar y no sea palpable.
Por otra parte, la agricultura y la ganadería ya no son los únicos ingresos de los residentes. Cada vez cobra más importancia el dinero que deja el turismo. Un turismo que va en busca de ese pueblo especial, ese pueblo de color rojizo debido a que la mayoría de sus construcciones están hechas de barro. Ese pueblo en el que habitan unas señoras que lucen unos pañuelos floreados y unas faldas coloridas. En Abyaneh el chador negro que lucen las mujeres en otras partes de Irán no se ve, a no ser en algunas visitantes. Pero no sólo ellas lucen atuendo especial y diferente a otras partes de Irán, en Abyaneh los hombres también lo hacen. Unos pantalones anchos, que no había visto ni vería en el resto del país, son su vestimenta distintiva.
El barro otorga al pueblo ese color y ese encanto especiales. Un encanto que precisa de mucho esfuerzo como observaría en mi deambular por sus calles. El barro de los edificios tiene que ser renovado cada no muchos años, lo mismo que los techos de las viviendas, construidos de forma tradicional con madera, paja y arcilla. Un alto precio a pagar pero que los habitantes de Abyaneh hacen con gusto. Todo sea por tener uno de los pueblos más bonitos, no sólo de Irán sino del mundo entero.
Abyaneh forma junto con Masuleh, Kandovan y Meymand, el grupo de pueblos que la UNESCO registró como históricos. A parte de su arquitectura y cultura únicas, el emplazamiento de Abyaneh es espectacular, en la ladera del monte Karkas. Su situación en un valle hace que pueda recibir el máximo de sol y evite los vientos fríos del invierno. Hay que añadirle a ese emplazamiento, la existencia de dos fortalezas, una a cada lado del pueblo, que le confieren una belleza especial y única. Y si le sumamos que el pueblo está rodeado de huertos y frutales, la postal difícilmente podrá ser más bonita.
Lo mejor para poder disfrutar del pueblo es perderse entre sus calles, o lo que podríamos denominar calles que en realidad no lo son. En muchas partes de Abyaneh, las casas están dispuestas como escalones a lo largo de la ladera, con lo que en algunos momentos los tejados de unas casas pasan a ser el patio de las siguientes.
Decido ver atardecer desde lo que fue uno de los castillos de la villa. Llego después de no más de media hora de camino y me ofrece unas vistas maravillosas del pueblo. Desde las alturas, y al atardecer, se observa mucho mejor su roja arquitectura. Su singularidad cromática. Su enclave privilegiado. Enclave al que se le añade otro castillo. Frente a mí, diviso el otro castillo del que me habían hablado. El sol va desapareciendo y en breve la noche llegará con lo que sus ruinas tendrán que esperar por mí hasta la mañana siguiente.
La mayoría de los que por Abyeneh se acercan lo hacen un par de horas, cruzan la calle principal, ven los monumentos que encuentran a su paso y marchan después de haber hecho algunas fotos y de haber comprado algo típico del pueblo. Siempre he pensado que es difícil llegar a captar como late un lugar si no se queda uno a dormir. En Abyaneh lo volví a corroborar. Una vez oscurece no queda ningún visitante, transito prácticamente solo por sus calles rojizas y los habitantes de Abyaneh recobran su vida privada lejos de los ojos de extraños. Con la salida del sol me acerco al castillo después de la subida por una ladera entre piedras. Desde lo alto se observa el pueblo con una perspectiva increíble. Igual de espectacular que desde la orilla de enfrente pero diferente. Abyaneh y sus más de 2000 años de historia quedan a mis pies y se hace patente desde las alturas cómo en la construcción del pueblo, el ser humano se ha adaptado a la naturaleza.
Hay pueblos y lugares muy turísticos, con mucha gente que pasa por allí a visitarlos, pero que no pierden su encanto. Abyaneh es uno de ellos. Su precioso paisaje, su cultura y sus costumbres hacen del pueblo un lugar con mucho encanto. Un lugar pintoresco en el que sus gentes caminan por las calles orgullosas de su tradición y de sus milenios de existencia. Unas gentes que aunque son cada vez menos numerosas siguen representando la esencia del pueblo con gran entereza.
Mucha gente emigró a las ciudades en busca de trabajo. Otros pasan el invierno con sus familias y vuelven a Abyaneh para los largos meses de verano. Tanto los que fueron, como los que vuelven a pasar los veranos, como aquellos que pasan todo el año en el pueblo, forman una gran familia con un sentido de pertenencia a una historia común. Incluso poseen un dialecto del farsi diferente y único en Irán. Lo que más disfruto allá a donde voy de viaje es con las sorpresas y Abyaneh me ha sorprendido, y mucho. Me sorprende y alegra ver cómo en un pueblo tan pequeño se ha formado una comunidad a lo largo de cientos de años en el que su arquitectura, su lengua y su vestimenta, son únicas y diferentes al resto del país.
Irán ofrece infinidad de lugares maravillosos. Rincones increíbles. Momentos mágicos. Uno de los que más disfruto es perderme entre los interminables callejones de barro del pueblo rojo de Abyaneh. Según camino todo me parece precioso: las ventanas, las puertas de madera, el diseño de sus calles y de sus casas, el color ocre del barro y de la arcilla, las gentes con las que me cruzo, su templo del fuego, sus mezquitas. Un pueblo que ha sabido conservar su legado cultural e histórico y mostrárnoslo en todo su esplendor y con toda su belleza.
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