No me sonaba mucho hasta que un día lo vi en alguna guía de viajes. Concretamente lo vi como el primer o segundo lugar a visitar en el Sudeste Asiático. Indago un poco, buscas algo y sí, el sitio tiene muy buena pinta. Un viaje apetecible a tener en cuenta. Pasa algún mes y cuando llega la hora de planear una escapada decido ver que hay en la ciudad más turística de Laos. Así llego hasta Luang Prabang. Y como casi todos los viajes que planeas un poco, resulta que nada o casi nada de lo que sucede se parece a lo imaginado.

Llego preparado para estar en un lugar en el que seré el único turista. El único turista entre miles y aunque dudaba que la ciudad tuviera un encanto especial precisamente por esa afluencia masiva de gente, resulta que sobrepasa mis expectativas. Luang Prabang es de esos lugares que impregnan al viajero su alma y no al revés. Las gentes abiertas y amistosas que moran en el lugar ayudan, lo mismo que los cientos de simpáticos monjes que con sus túnicas naranjas te encuentras en cada esquina, en cada calle y por todos los rincones de la ciudad, o el “toque de queda” que se produce sobre las 10 de la noche y que deja la ciudad en silencio.  Todo ello ayuda a que Luang Prabang no se convierta en un lugar de bullicio sino de recogimiento. Quien quiera fiesta tiene miles de lugares en Asia donde disfrutar de ella, pero a Luang Prabang se viene a otra cosa. Quizá no se sepa a qué, dependerá de cada caso, pero a otra cosa.

Charlando con los novicios

Me llamaba la atención eso de que fuese uno de los lugares imprescindibles a visitar en Asia y cómo yo, con lo viajero que me crees, había podido pasar por alto. Maldita ignorancia, siempre me gana la partida. A parte de los espectaculares y ornamentados templos, veo que hay unas cataratas a visitar, que se puede presenciar el Tak Bat (donde los monjes salen a recoger limosas en forma de alimentos), su mercado nocturno y el barrio antiguo, unas cuevas y no se que más. Todo esto está en mi mente pero imagino que debe haber algo más. Siempre lo hay. Al llegar visito un monasterio donde encuentro a jóvenes monjes (novicios en realidad) deseosos de practicar su inglés con aquel que quiera, y paso una tarde de los más agradable donde quien más aprende soy yo de ellos y su vida que ellos de mi deficiente inglés. Cuando marcho, me preguntan si volveré al día siguiente, y claro que vuelvo. De los días que estoy en Luang Prabang me paso la mitad del tiempo allí con ellos, en su aula al aire libre, paseando por el templo, presenciando sus oraciones y charlando sobre nuestras vidas y sobre fútbol y música. En poco o nada difieren sus gustos a los de cualquier adolescente occidental. Choca que lleven móvil, que escuchen pop americano o que su ídolo sea Ronaldo. Y choca por las ideas preconcebidas que tenemos. Choca menos, aunque es de admirar, que se levanten a las 5 de la mañana, que salgan en fila a recoger alimentos por la ciudad, que sólo hagan dos comidas al día, y que a partir de las 12 de la mañana ya no puedan comer nada. Eso se ves normal cuando es realmente lo extraordinario.

Un remanso de paz y tranquilidad

No estoy muchos días en Luang Prabang pero me enamoro de la ciudad, pienso que podría vivir perfectamente allí y ser feliz. Y mucho. Un lugar amable, tranquilo a pesar de los turistas, bonito, acogedor; un lugar en el que desde que llegas te sientes a gusto. Pocos sitios hay, no sólo en Asia, en donde te sientas tan bien. Pocos sitios hay que sientas que tienen alma y que la notes. Pasear por sus calles, cruzar el río y perderte es una experiencia que en Luang Prabang siempre es placentera. Y casi siempre se va a dar a un templo donde hay novicios estudiando, charlando, o hablando, y claro, al verte te aceptan como uno más de ellos.

Me gustaría haberme quedado meses en la ciudad para descubrir más de sus gentes. Para saber si los chicos van a vivir a los monasterios porque provienen de familias pobres y es una forma de recibir educación. Para saber si los que van por otras razones desean hacerlo realmente o van por el “deber familiar de ir”. Para entender qué transmite el budismo a la ciudad. Para intentar saber si los monjes hacen el ritual del Tak Bat porque quieren o si alguna vez se han sentido incómodos con la masiva presencia de gente, o han sido forzados en algún momento “para no perder visitantes”. Para lograr entender, si fuera posible, por qué muchos turistas piensan y actúan con los monjes como si fueran animales a los que puedes molestar y disparar los flashes a medio metro de sus caras. Pero sobre todo, me gustaría poder convivir más tiempo con una gente encantadora y disfrutar de sus tradiciones, sus costumbres y su forma de vida.

Volveré a Luang Prabang seguro, no se cuando pero se que lo haré. No sólo me llevo ese recuerdo de los aromas, del espectáculo colorido y visual, la imagen del río y las montañas, los mercados y los templos, la simpatía y bondad de sus gentes. Me llevo en la mochila un lugar mágico que hace que intentes ser mejor persona. Imagino que algún día volveré, sobre todo, porque he dejado amigos que desean volver a charlar. Chan, Seng, Tom, Khamtii y los otros novicios han hecho que los pocos días que pasé en Laos tuviesen mucho sentido.