Dice la santa Wikipedia que la energía nuclear o energía atómica es la energía que se libera espontánea o artificialmente en las reacciones nucleares; que este término engloba otro significado, el aprovechamiento de dicha energía para diferentes fines, tales como la obtención de energía eléctrica, energía térmica y energía mecánica a partir de reacciones atómicas, y su aplicación, bien sea con fines pacíficos o bélicos. Así, es común referirse a la energía nuclear no sólo como el resultado de una reacción sino como un concepto más amplio que incluye los conocimientos y técnicas que permiten la utilización de esta energía por parte del ser humano.

Será por el Tajo, sus afluentes y sus embalses, o por alguna razón particular, pero la primera central nuclear en España fue la central nuclear José Cabrera, (conocida también como Zorita por su ubicación en Almonacid de Zorita) abierta en 1966 y cerrada ya, en el año 2006. No es la única en la zona. En 1988 se abre la central nuclear de Trillo, también junto al río Tajo. Pareciese que la zona es más que propicia para la construcción de centrales eléctricas, pero éstas no estuvieron siempre aquí. Hubo un tiempo en que lo nuclear ni siquiera era conocido. Hubo un tiempo en que un escritor se fue a recorrer esos parajes. Hubo un tiempo en que esos paisajes y sus gentes fueron los protagonistas de uno de los libros de viajes más fascinantes. Hubo un tiempo en que la Alcarria fue el centro del universo, al menos para muchos lectores.

Los libros de viajes

Los libros de viaje nos ayudan a trasladarnos a lugares a los que quizá nunca vayamos, a movernos sin movernos del sofá. A conocer gentes con vidas singulares, variopintas o normales pero de una normalidad por lo general diferente a la nuestra. Nos muestran distintas realidades que hacen que veamos el mundo de otra manera. Hacen que salgamos de nuestra vida, aunque sea mentalmente y disfrutemos descubriendo lugares y personas que por momentos se nos muestran tan reales o incluso más que la vida misma.

Una de las cosas más interesantes de los libros de viajes es que puedes seguir los pasos de su autor. Decido que quiero ver esos pueblos y si han cambiado, conversar con sus gentes y disfrutar de los paisajes. Me apetece seguir los pasos de aquel Premio Nobel que describió ese país “al que la gente no va porque no le da la gana”. Me acerco a Guadalajara y desde el mismo momento de la partida, me doy cuenta que aquel país pobre que describía el autor ya no es tal y que quizá fuera más entrañable en los años 50 pero en el que seguro ahora se vive mejor. Sí, hablo del popular Viaje a la Alcarria del malhablado Cela.

Ir pedaleando por carreteras secundarias o terciarias, con todo el paisaje sólo para ti, es simplemente increíble. Parece que el escenario lo han montado para mi disfrute y en el que por desgracia habrá pocos actores que me acompañen. Aun así, cruzo y disfruto pueblos pequeños y no tan pequeños. Comienzo por Torija, con su imponente castillo en el centro del pueblo y el cual sólo disfruto por dentro. Cosas de la lluvia. Tampoco está mal comenzar con una visita al Museo del Viaje a la Alcarria, ubicado dentro del castillo y quizá el único museo del mundo dedicado a un libro. Así, antes de empezar el viaje me recreo con fotos de la época, del autor o de los personajes del libro. Cesa la lluvia y continúo mi camino. Paso y pernocto en lugares que me sorprenden gratamente como Brihuega, con su muralla, su fábrica de paños o sus cuevas árabes excavadas por debajo de la ciudad. Subterráneos que todavía se pueden recorrer en algunos tramos. Encuentro fiestas en los pueblos como en Budia y Cifuentes, fiestas  que no tengo tiempo de disfrutar como se merecen. La bici siempre me espera para seguir el camino. Me sorprende la afición a los toros en todos los pueblos. Y la cantidad de agua que hay en la zona, con sus fuentes, manantiales o cascadas, como en el caso de Trillo. Por esas desconocidas razones, había pensado que Trillo era un sitio grande, pero lo único grande es mi sorpresa e ignorancia. Una cascada, el puente (con la vista de las dos torres de la central nuclear al fondo), y poco más que visitar. Así que decido que la visita ese día será gastronómica. No comería Cela muy bien en el 46 pero a día de hoy, comer en La Alcarria es un placer.

Cambios en la Alcarria

Mucho ha cambiado el lugar en estos más de 50 años. La despoblación es tan evidente como la ausencia de niños jugando por las calles de los pueblos. No encontrarás ninguna mujer lavando alegremente en los lavaderos, ni haciendo media en las puertas de sus casas,  ni carros tirados por bueyes ni burros por todas partes. Alguno todavía hay, como Rufino, que ayuda a su dueño a llevar lo que recolecta de la tierra. El nombre se lo puso su nieta y a José Rivas le gustó. Si las situaciones que encuentro a mi paso por la Alcarria no son ni parecidas a las que encontró el Nobel, lo que de verdad echo en falta son sus personajes, la mayoría ya fallecidos. Sólo queda el recuerdo de sus andanzas ya que incluso los familiares, por su parte, siguiendo los pasos de la emigración, viven lejos de la zona. Eso sí, tetas no faltaron ni en el viaje del Nobel ni en el mío. Las Tetas de Viana se muestran en la distancia imponentes y majestuosas. Aparecen y desaparecen según voy transitando y me llaman para que me acerque. Será en otra ocasión, por esta vez me conformo con contemplarlas en la distancia.

Tenía marcado en rojo la visita a Pastrana, pero el clima en el viaje ha decidido ser circular, y al igual que comenzó con lluvia, con lluvia parece querer terminar. Una pena no poder disfrutar de la ciudad visigoda como merece, de sus palacios y de sus plazas. Al menos pude ver la tumba de la Princesa de Éboli, revivir su belleza, su parche en el ojo y sus disputas con Santa Teresa. Se ve que la Santa y la princesa no terminaban de estar de acuerdo en lo concerniente a lo estricto de la vida en los conventos.

Sigo haciendo camino pedaleando, absorbiendo el paisaje e intentando imaginar cómo serían hace décadas. Cómo lo que ahora son centrales nucleares, trenes del AVE, carreteras asfaltadas, pantanos o casas modernas, en un tiempo no tan lejano eran posadas, pastores con rebaños, albarderías (como la de El Rata) o “jardines incomparables donde los jóvenes morían de amor”. Es el peaje de lo que llaman progreso.  Siendo diferente por completo, siento que el alma de la Alcarria sigue siendo el mismo.

Me he dejado por nombrar pueblos por los que pasé y disfruté, como Masegoso, Gárgoles de Arriba y de Abajo, Durón o Viana de Mondejar, Zorita de los Canes, La Puerta, Pareja, El Olivar, Sacedón y algún otro que ahora no me viene a la memoria. Tampoco menciono gentes que hicieron mi camino más agradable y más entretenido. Personas del lugar que han vivido allí durante generaciones o llegados hace años a disfrutar de la jubilación; gentes que son lo que dan sentido a la tierra y que hacen de la Alcarria un país al que da gusto acercarse.