No me gusta nada llegar de noche cerrada, o de madrugada, a países que no conozco, es una sensación extraña que no termino de disfrutar. Prefiero llegar de día, utilizar el transporte público para acercarme hasta el centro de la ciudad y tener las primeras impresiones de donde he llegado durante el trayecto. Escuchar conversaciones en la lengua local, divisar los edificios, ver los rostros de la gente, sus expresiones y la publicidad en los carteles es mi pasatiempo preferido. Hacerme una primera idea del lugar en el que pasaré los siguientes días. Pues bien, una vez más mi viaje llegaba a horas intempestivas y me lo iba a peder de nuevo. Que le voy a hacer. Además, la llegada resultó mucho mejor de lo previsto: poca gente en el aeropuerto, sin agobios ni taxistas pesados, y en poco más de media hora estaba descansando en la habitación dispuesto a descubrir a la mañana siguiente un país al que por esas razones que no llegamos a entender, no se le hace mucho caso. Tirana esperaba por mi y Albania sería mi lugar de acogida durante algo más de tres semanas.

Hay países que llevan una carga de prejuicios encima que hacen que los viajeros no se acerque por allí y Albania es uno de ellos. Albania como normalmente se le llama o Shqiperia (“Tierra de las águilas”) como prefieren llamarlo sus habitantes. Los años 90 hicieron mucho daño al país y la fama de las mafias, del caos y de las pirámides financieras han dejado la sensación de que en Albania no hay nada que hacer ni nada interesante. Si le añadimos que fue uno de los países comunistas más cerrados a todo lo extranjero durante los años del dictador Enver Hoxa, da como resultado que a ojos poco informados Albania sea un lugar inhóspito y donde no hay nada atractivo por descubrir. Fue tal la paranoia del líder comunista que se construyeron unos 700000 búnkeres (200000 según otras fuentes) por si ocurría una invasión (¿de los americanos?, ¿de los rusos?, ¿de los marcianos?) así que ahora mientras disfruto de los paisajes por el país descubro que está todo lleno de champiñones de cemento. Encuentro bunkers en los campos, en las ciudades, en las montañas, en las playas,…tan es así que al cabo de varios días ya me he acostumbrado y pienso que es lo normal, que lo raro sería que no los hubiera.

¿Albania? ¿Qué hay en Albania? Esas son las preguntas que la gente se hace cuando les dices que te vas de viaje al país de las águilas. Bien es cierto que además de haber leído un poco sobre los diferentes lugares contaba con la ventaja de mi amiga Almu, ella había estado hace unos años y sólo me hablaba maravillas del lugar. De ella me fío más que mucho aunque sólo sea porque recorrimos Siria juntos cuando por allí no predominaba el odio como ahora, pero esa es otra historia. Y así, según pasan los días y voy descubriendo Albania, más gratamente me sorprende y me atrapa. Y me doy cuenta que seguramente sea el país europeo más desconocido, más misterioso y más auténtico. El país más cercano de los que podríamos considerar exóticos.

Una vez superados los prejuicios que los telediarios se encargan de fomentar, descubro que Albania no es sólo fascinante en sus paisajes y monumentos sino que lo es por unas características únicas. Siendo en principio un país musulmán (el 70% de la población lo es), me cuentan que hay más iglesias que mezquitas y el héroe nacional al que todos adoran, Skanderbeg (quien estuvo bajo protección del rey Alfonso V de Aragón durante unos años) era cristiano. Podría parecer chocante pero no lo es cuando poco a poco voy descubriendo que la religión no es tan importante en Albania, donde se da el curioso caso de no haberse producido ningún crimen relacionado con las creencias. Pocos países habrá tan tolerantes como lo es el país de las águilas (bien le pueden preguntar a los judíos que allí estaban en la II Guerra Mundial). Ya lo dijo Pashko Vasa «no hagáis caso de las iglesias y las mezquitas, la religion del albanés es el albanismo». Además, existe una rama del islam, el bektasismo en la que se mezclan elementos del islam más tolerante y filosófico con elementos del cristianismo y judaísmo más humanistas, dando como resultado unas creencias basadas en la tolerancia y el amor. Como curiosidad, el bektasismo ni prohibe la ingesta del cerdo ni del vino. Curioso cuando menos, y para la mayoría de nosotros desconocido.

Albania no deja de sorprenderme a cada instante. El hecho de que haya más coches no de alta, sino de altísima gama, por las calles de Tirana que por cualquier otra ciudad que haya visitado es chocante pero como no soy muy de coches, dejaré el análisis para otra ocasión ya que varía mucho según a quien le pregunte. Con varios albaneses hablé y cada uno me dio su versión, la mía todavía me la estoy formando. Choca también que casi no haya trenes en circulación, de hecho se hace casi imposible la experiencia de montar en uno ya que quedan dos líneas y el resto están en obras, en reparación o en vistas de ser utilizadas en un futuro. Una pena porque me encanta viajar en tren. Así que queda el autobús. Bueno el autobús y las furgonetas que es como más se viaja por Albania. Las hay prácticamente a todos los lugares del país, te montas y cuando están llenas, salen hacia su destino. Cómodas y baratas son un lugar ideal para compartir tiempo y espacio con las gentes del lugar. Y te cobran al terminar tu viaje no al principio como estamos acostumbrados. Es curioso como todavía en la mayoría de autobuses y furgonetas la persona que te cobra es diferente de la que conduce. Como debería ser, cada uno su función y se reparte un poco el trabajo.

Parece imposible que en un país tan pequeño haya tantas cosas que ver, que hacer y que disfrutar. En Albania encontramos Ciudades Patrimonio de la Humanidad como Berat y Gjikokastra. Encontramos increíbles paisajes en los valles de Valbona y Theth. Encontramos un país virgen, todavía sin pervertir por la avalancha masiva de turistas, uno de los países más antiguos de Europa con más de 2000 años de historia y lo que ello conlleva en monumentos arquitectónicos. Disfrutamos de unos paisajes asombrosos no sólo en unas montañas alpinas, que quitan el hipo, sino transitando al lado de la costa por carreteras sinuosas. Pero si hay algo que sorprende es el lago Koman. Es una delicia recorrerlo durante tres horas en ferry, entre paisajes y rocas fascinantes. Pocos paseos en ferry en el mundo le pueden superar en belleza. Sin descanso, del lago paso a la montaña durante varios días y de la montaña paso a la playa en pocas horas. Playas iguales a las de los demás países mediterráneos pero menos masificadas y mucho más asequibles. Sí, Albania es además de europea, mediterránea, quien nos lo iba a decir.

La ocupación y dominación otomana han dejado su huella en las ciudades con sus barrios tradicionales y sus mezquitas, pero también en los campos y ríos con unos puentes de una belleza incomparable (y de una altura aceptable para que los que padecemos el mal de altura podamos transitar). Unos cascos históricos por los que pasear igual que lo harían hace cientos de años, con piedras y adoquines en vez del feo cemento. Pero si hay una cosa de la que se disfruta en en la tierra de las águilas son sus gentes. Que mala fama tienen y que bien tratan al viajero. Mientras escribo esto oigo de fondo en el telediario algo sobre mafias albanesa en la costa española, sobre cómo actúan robando casas, y pienso que deben estar todos en el extranjero, que en Albania sólo queda gente buena de corazón. Supongo que la hospitalidad la llevan en los genes y la plasmaron en su código consuetudinario, el Kanun, del siglo XV pero que pierde sus preceptos en la historia de los tiempos. Quizá lo que más nos impacte del código legal sea la deuda de sangre (“la sangre no queda nunca sin vengar”), que además de no entender siempre es mucho más espectacular, viscosa y además mancha, pero esas mismas leyes también se refieren al viajero, al que igualan sólo a Dios (“La casa del albanés es de Dios y del huésped” ). Cuando menos es chocante el trato que se da a un ser desconocido que llama a tu puerta, ya sea de día o en el medio de la noche. Sigue vigente pero de una forma muy residual y posiblemente ni seamos conscientes ni presenciemos nada relacionado con el Kanun en nuestras visitas por el país. No hay libro mejor para entender el tema que «Abril quebrado» de Ismail Kadaré.

Albania es de esos países pequeños que da gusto recorrer, eso si, no hay que equivocarse, es pequeño pero las distancias en tiempo son muy grandes. Tiempo y espacio no se miden igual que en otros países. Unas infraestructuras todavía no muy desarrolladas y mucha montaña hacen que las velocidades sean reducidas y que esto nos lleve a disfrutar de una forma pausada del paisaje, pero, ¿quién tiene prisa en Albania?. Todos los países en general, pero Shqiperia en particular, se disfrutan con pausa, sin agobios y sin mirar el reloj. Cuando me quiero dar cuenta Albania me ha atrapado, no se muy bien la razón pero me siento albanés aunque sea por unas semanas. No hay otro país ni siquiera parecido en Europa, y está mucho más cerca de lo que pensamos.