“Avistamos Ronda. Estaba enriscada en la sierra, como una prolongación natural del paisaje y, a la luz del sol, me pareció la ciudad más hermosa del mundo”. Juan Goytisolo.

Cuanto más recorro España, más me gusta. No es que sea de los que piensen que en el territorio patrio disponemos de los mejores monumentos, de la mejor comida y de las gentes más afables. He visto más allá de los Pirineos y sé que no es cierto. Que no es cierto afirmar que haya sitios que sean los más bonitos, o espectaculares o maravillosos del mundo. Y dicho esto, no está de más decir que Ronda es increíble. Uno de esos enclaves de mi país que me han enamorado. Uno de esos lugares que a pesar de ser en exceso turísticos, con sus grupos de japoneses de banderita y cámaras de fotos, hacen que el turista se acople a la ciudad y no al revés. Aparte de bella, Ronda impregna carácter a sus visitantes, haciendo que el disfrute de sus calles se convierta en algo placentero y no en una sucesión de monumentos, pisotones y bullicio. Aquí el que llega lo hace para darse un festín sensorial de forma tranquila.

Lo más llamativo y popular de Ronda, sin duda, es su Puente Nuevo. Fotografiado una y mil veces, a cualquier hora del día o incluso de la noche. Pero Ronda es más que su puente. Hablamos de una de las ciudades más antiguas de España donde se han asentado pueblos desde el Neolítico, destacando tres épocas. El periodo islámico, con su huella en el urbanismo de la ciudad, en los sistemas de cultivo e incluso en las tradiciones. Por otro lado, la conquista de la ciudad por parte de los Reyes Católicos en 1485, dejando una ciudad caracterizada por el ensanchamiento de sus calles o la apertura de plazas. Y por último, el siglo XVIII, marcando lo que será la época moderna, en la que se levantarán monumentos que a día de hoy siguen siendo representativos de la ciudad, el famoso Puente Nuevo y la Plaza de Toros.

Más allá del Puente Nuevo

Pero no sólo por su Puente Nuevo, construido a 100 metros de altura, o por su preciosa plaza de toros, con sus columnas toscanas y de las más antiguas de España, es conocida Ronda. No es extraño que Ronda atrape con sus encantos a todo aquel que la visita con sus palacetes distribuidos por la ciudad. Sus baños árabes del siglo XIII (de los mejor conservados de todo el país), los paseos en carruajes a caballo, los preciosos jardines, las casas construidas en un acantilado, los arcos antiguos, los espectaculares miradores desde los que ver atardecer, su muralla medieval o sus barrios más tradicionales, hacen de Ronda una ciudad  maravillosa. Pero además, la ciudad y su serranía se ganaron hace ya muchos años una imagen romántica por el bandolerismo. Y tanto le debe Ronda a sus bandoleros que incluso les ha dedicado un museo, único en el mundo.

Son estos encantos los que atraparon a gentes como a Rainer Maria Rilke, quien diría de Ronda que las montañas “se abren para entornar salmos por sus vertientes y, apilada sobre una meseta, se levanta una de las más antiguas y extrañas ciudades españolas”. Otros personajes ilustres que quedaron enamorados por sus parajes, una vez pisaron Ronda, fueron Orson Welles, Ernest Hemingway, Federico García Lorca, Jorge Luís Borges o Rafael Alberti por nombrar algunos, atraídos por la tauromaquia y por la belleza de la ciudad. Como afirmó el famoso escritor enamorado de los Sanfermines: “la ciudad entera y sus alrededores son un decorado romántico (…) Bellos paseos, buen vino, excelente comida, nada que hacer…”. Pues eso. Y si madrugas un poco, la ciudad será sólo para ti.

Si en todas las ciudades encuentras carteles señalándote los monumentos y lugares más importantes, en Ronda nos dice José María Pemán, deberían llevar el rótulo de “al caos” ya que muchas de sus calles no llegan a ningún sitio, a parte de a nosotros mismos. Da gusto perderse por Ronda. Igual que da gusto disfrutar del desfiladero del Tajo, de sus vistas.  Y de imaginar a todos esos escritores que quedaron prendados de la ciudad. Yo no soy escritor ni entiendo de tauromaquia, pero me he quedado enamorado de Ronda igual que lo hicieron ellos. Me marcho sabiendo que volveré, como se vuelve siempre a los sitios en los que has estado a gusto.